Rebecca
–Dijiste que habías vuelto a la escena del crimen después de reparar el auto y que te encargaste de limpiar todo mientras nadie te veía. ¿Es cierto o nos engañaste? –cuestioné mientras me sentaba en la enorme cama blanca.
La ventana de la habitación estaba cerrada, pero los últimos rayos del atardecer se filtraban a través de las cortinas.
–¿Y por qué habría de mentirles? Sí lo hice. Revisé debajo de cada piedra y cada centímetro de esa maldita carretera para asegurarme de no dejar ninguna prueba –explicó él con impaciencia.
–¿Y entonces cómo demonios apareció el arete? ¿Cómo se te pudo escapar algo así?
Ya no creía en nada de lo que Dexter nos había dicho.
Me sentía tan ansiosa que ni siquiera me molesté en bajar la voz. Los tres estábamos en la habitación de Verónica y sus padres estaban en la sala. No me sentía segura hablando del tema allí, pero no había de otra.
–Revisé cada minúsculo detalle. No tengo ni idea de dónde salió. ¿El arete es tuyo sí o no? –cuestionó Dexter con impaciencia.
Verónica había vaciado todas las cajas de sus joyas sobre la superficie plana del ropero y en medio de todo el desastre encontró el otro lado del bendito arete.
–Sí es mío. Revisé toda mi joyería y descubrí que sí perdí un arete exactamente igual, no sé en que momento, pero no fue esa noche. Tengo una foto mía en el móvil de aquella noche y esos no eran los aretes que estaba usando. Es una trampa, es obvio –afirmó de forma sorpresiva mientras veía el desorden que había hecho.
–¿Una trampa? –yo no podía creer lo que estaba escuchando. Mi mente había olvidado por su propio bien muchos detalles de aquella noche, los únicos recuerdos que seguían muy vividos en mi mente eran los del accidente.
Verónica me extendió su teléfono sin decir nada y se sentó sobre un sofá gris. Dexter se acercó a mí para ver la imagen e intercambiamos una mirada. Era una foto que se había hecho para destacar su maquillaje de modo que su rostro resaltaba y los aretes que llevaba puesto también. Eran pequeños y de color negro. No cabía dudas.
Levanté la vista y vi que ella había separado aquellos aretes negros del resto.
–Alguien está intentando culparme –susurró en voz baja.
Encima de todo lo que estábamos afrontando ¿Había más sorpresas? Dejé el celular a un lado y encendí un cigarrillo. Últimamente estaba recurriendo mucho a ello para calmar un poco mi ansiedad.
–¿Ves? Entonces no tiene relevancia alguna para el caso. No lo usaste esa noche. Punto –dijo Dexter antes de levantarse de la cama y volver a dar círculos sobre la habitación.
–¿Olvidas que nuestros compañeros de clase hablaron en su contra? –intervine, ambos voltearon a verme– A lo mejor nunca se lo vieron puesto, pero aun así están mintiendo para hundirla. Quisiera saber quiénes fueron esos malditos…
–Lucy –dijo Verónica sin pensar– Solo a ella y sus amigas se les ocurriría decir semejante estupidez.
–No importa. Enterremos el asunto –dijo Dexter con impaciencia– Un arete no puede probar nada. Se te cayó camino a casa y punto.
–No, Dexter. No se me cayó. Era la primera vez que estaba yendo a la casa de campo.
–¿Y entonces qué? ¿Alguien entró a tu habitación?
El silencio reinó en el ambiente y me puse a valorar esa posibilidad.
–No… –Verónica titubeó– Bueno… No lo sé.
–¿Y ahora qué vamos a hacer? Los agentes no tardarán en culparnos a los tres –quería que alguien me diera una respuesta o una salida real, pero ir al pasado era imposible así que la respuesta que buscaba no existía.
–No nos culparán –insistió Dexter.
–¿Has oído hablar alguna vez de la evidencia circunstancial? –yo había visto algunos documentales sobre el tema y él no parecía tener ni idea.
Alguien tocó la puerta y todos nos sobresaltamos. Verónica se puso de pies de un salto y vio la sombra que se movía debajo de la puerta.
–¿Mamá?
–Verónica hay un agente esperando por ti en la sala. Es importante –respondió su mamá sin abrir la puerta.
Pude ver el pánico reflejado en los ojos de Verónica.
–Sí, claro. Bajo en un minuto.
Los pasos de su madre sonaron en el pasillo anunciando que se había alejado.
–Lo saben –afirmó Verónica.
Me puse de pies e hice a un lado el cigarrillo para acunar mi rostro entre sus manos.
–No saben nada –me moría por dentro, sin embargo, mi voz no lo demostró– Si te preguntan por el arete solo les muestras las fotos y ya.
–¿Y si no se trata del arete?
Verónica tenía razón. Tal vez habían hallado el cuerpo. Tal vez la policía también había ido a mi casa y a casa de Dexter.
–Sabrás que hacer. No dejes que el pánico te domine, debes dar respuestas cortas. No hables más de lo necesario y si todo llega al límite pide un abogado.
Ella afirmó con la cabeza y vio su reflejo en el espejo. Tenía un vestido corto de color negro que se veía muy sugerente aunque no parecía importarle porque se centró en su cara y abrió con desesperación su bolso de maquillaje. Ya no traía puesto ni una gota de maquillaje. Sus ojeras estaban muy pronunciadas y se veía asustada. Miré a Dexter esperando que dijera algo, por lo menos alguna palabra de apoyo, pero él sólo se limitó a sentarse sobre el sofá y sacó la botella que había llevado a escondidas para comenzar a beber.
Verónica se puso un poco de rubor y labial para mejorar su aspecto y se dirigió a la sala después de verme una última vez. Mi corazón se encogió al ver la puerta cerrada.
Necesitaba oír lo que iban a decirle, pero no había forma de salir del cuarto sin ser vista. Ella estaba sola en esto.
–Eres un imbécil ¿Lo sabes verdad? –solté sin más.
Dexter arqueó una ceja y le dio otro trago a su botella de licor.
–No te desquites conmigo linda.
–Para ti sería fantástico que nos culparán solo a nosotras.
–¿Y para ti no sería fantástico que me culparan solo a mí? Por favor Rebecca. No seas hipócrita.
Me acerqué a él y apreté los puños para contener mi ira.
–Si descubro que tú plantaste esa prueba…
–No seas estúpida –me interrumpió– Si quisiera culpar a Verónica no me hubiera equivocado de arete ¿de acuerdo?
Su respuesta solo lo hacia ver más culpable. Después de todo él era la clase de estúpido capaz de plantar la prueba equivocada.
–Y si ella es sospechosa yo también lo sería. Estábamos en el mismo auto. No hay forma de que uno se salve hundiendo a los demás –continuó Dexter. Su rostro estaba desprovisto de cualquier emoción y sus ojos azules se veían sombríos.
–Estamos en el mismo bando –agregó fríamente.
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Editado: 06.01.2022