En este día que tengo para contarles, uno como cualquier otro, habían pasado dos cosas importantes para mí, para esta historia.
Un viernes, me habían dado el día libre en el trabajo, así que saliendo del colegio, salí a caminar por ahí.
Sin saber bien por qué, antes de salir tomé un bolígrafo y un cuaderno limpio (realmente no sabía que es lo que quería hacer, fue como sentir que los necesitaría) en mi mochila con la cual no salía a casi ningún lado, aunque estuviera únicamente ocupada por unos papeles y envoltorios que se me olvidan tirar a veces.
La caminata sin rumbo me llevó al parque donde solía ir con Miranda, pasé toda la tarde allí más que nada porque el tiempo estaba agradable.
Me senté en uno de los tantos banquitos que había, uno bajo un árbol que despedía sus hojas otoñales bajo el lento manto de la brisa que los dejaba caer sin daño alguno al suelo, y veía a las personas correr, vuelta tras vuelta por el parque, y a los chicos jugar futbol en la pista, y a un par de ancianos moviendo la piezas de ajedrez, y también un grupo de chicas, que estaban sentadas en la misma dirección que yo.
Sentí pena por mí mismo, aunque estaba solo, la sensación no me ahogaba, ¿por qué debería?, ya tenía una amiga, estaba cambiando para bien, por qué me sentía vacío entonces, eso me avergonzaba.
Había ido al parque yo solo, solo a sentarme, y con una mochila en la espalda como si viniera de algún lado, ¿en qué pensaba?, no sabía con exactitud en el momento, pero sí sabía que sea lo que sea que estaba buscando, allí no lo encontraría.
Luego de horas sentado, y entre intervalos acostado sobre la banca viendo caer las hojas sobre mí, decidí ir a un restaurante de comida rápida al que no iba hace mucho, pedí mi orden y me senté en la silla más cercana a la caja, al momento de comer no despegaba la mirada de mi bandeja, por lo que, para mí, las personas que hacían fila al lado mío, aunque estaban cerca, eran un misterio total.
Supongo que una fila de personas no era algo muy interesante de ver de todas maneras, y aunque no veía otra cosa que no fuera mi comida, sí escuchaba todo (y los sonidos eran tan comunes como lo sería la vista de una fila de persona) pies caminando, la caja registradora imprimiendo facturas, gente hablando alrededor, nada especial.
Pero de todos esos sonidos, uno en particular me llamó la atención, e intenté escucharlo atentamente, solo escucharlo, sin voltear ni nada parecido, era algo que normalmente no escucharías en cualquier lugar, sonaba algo robótico, lo único parecido era la caja que imprimía la factura, pero el ruido era diferente a ello, sonaba ligeramente como el movimiento de los robots en las películas cuando caminan y se escuchan pasos robóticos al mover sus articulaciones metálicas, seguido de ello escuché una suave voz agradeciendo y segundos después, a mi lado cruzó una chica, no la miré sino hasta que empezó a caminar frente mío con dirección a la salida, y al hacerlo volví a escuchar lo mismo con la diferencia que ahí ya cobraba sentido, la chica dejó caer su brazo derecho el cual tenía en frente junto con el izquierdo sosteniendo la bolsa de su comida, y tenía una prótesis robótica, grande fue mi sorpresa, cuando al voltear en la salida, tenía otra prótesis en el brazo contrario también, y la miré asombrado de la increíble movilidad que esos aparatos le daban, y aun terminando mi comida, seguía pensando en ello, pero aquella chica ya se había ido y solo me quedé con la impresión de ver algo que parecía ser, era peculiar.
Que alguien use una protesis no es tan peculiar claro, lo peculiar era la impresion que daban sus brazos de ser piezas con mucha tecnología.
Y de pronto se me ocurrió la idea más genial del mundo.
En ese mismo día y momento, empezaría a plasmar esta historia en papel, fue una idea fugaz, me refiero a que se me ocurrió en el momento, y me sorprendió bastante, el hecho de que, sin saberlo, había guardado los objetos ideales para ello en la mochila, creo que una recóndita parte de mi cerebro ya lo sabía, pero aún no le daba esa información al resto. Me quedé poco más de una hora, cuando fue hora de irme, ya tenía bien estructurado sobre lo que escribiría, sería sobre los nuevos amigos que sin saberlo los haría, y ya tenía una muy especial con la que comenzar la cual ya conocen, seguido de Miranda, vendría otra amistad especial.
Brenda, la chica de los brazos robóticos.
Claramente no fue la única vez que me crucé con aquella persona, era la primera vez, pero no la última, desde aquel día que admiré con curiosidad los aparatos que llevaba, supe que debía saber cómo funcionaban, y tenía además, montón de curiosidades más, y dudas que se me armaron en la cabeza, supongo que esa curiosidad era un deseo tan grande, que más tarde se hizo realidad.