Habían pasado varios días desde que había conocido a Arthur, y no había dejado de ir a la terraza. A veces no me lo encontraba, y otras solía ser él el que me esperaba con un plato de galletas y algo para beber.
En sus encuentros, me aseguraba de que se encontraba mucho mejor. De cierta forma, el haberse desahogado conmigo le había quitado un gran peso de encima.
Poco a poco era más abierto, había pasado de decir monosílabos a ser él el que iniciara las conversaciones. Eso me alegraba, que poco a poco empezara a demostrarme confianza.
Todo marchaba bien, aunque últimamente estaba mucho más cansada de lo normal. Trabajaba en un café y ahora era frecuentado por muchas personas. Por eso, cuando terminaba mi turno estaba muy agotada, justo como ahora.
Recién había terminado de trabajar hace alrededor de una media hora, y por un descuido, se me olvido hacer mis compras de la semana. Así que, me encontraba casi sin nada de alimentos en el apartamento y haciendo las compras en un último minuto.
Repasaba una y otra vez lo que necesitaba, ya que no había hecho una lista. Cuando salía de mi apartamento, fue que noté lo poco que tenía la despensa y el refrigerador, cosas que me alcanzarían para la cena y el desayuno a lo mucho.
Así que, aquí me encontraba caminando de forma apresurada en el supermercado, comprando lo que fuera fácil y rápido de preparar.
Cuando gire en un pasillo, pude reconocer a la persona que estaba al frente casi al instante, justo donde se encontraban las salsas que necesitaba. Sentí una punzada en el pecho y suspiré, haciendo a un lado mis emociones.
Y fue en ese momento que me pregunté si realmente necesitaba esas salsas para cocinar.
Al mirarlo fijamente me di cuenta de que seguía igual, su cabello castaño claro estaba peinado hacia atrás perfectamente, tenía puesto un suéter color vino y un jean oscuro. Se veía como un joven empresario.
Me pareció muy extraño encontrarlo en este supermercado, después de todo, tenían a su disposición a muchas personas que podían hacer esas cosas por ellos. Y, sin embargo, allí se encontraba él, eligiendo que salsa comprar.
De una forma repentina, sucedió lo que más temía y lo que sabía que pasaría en un cualquier momento. Se giró en mi dirección y sus ojos de un color verde se conectaron con los míos oscuros. Solté un gruñido por lo bajo y sin pensarlo mucho, camine en dirección a la estantería buscando las salsas que necesitaba, ignorando la presencia de la otra persona.
Sí, parecía masoquista, pero para este punto ya no podía devolverme por donde había venido.
Salsa inglesa, listo.
Salsa de solla, listo.
Salsa de...
—Brisa, cuanto tiempo. —Su voz gruesa, rompió el silencio tenso que nos envolvía. Genial.
Después de unos breves segundos, decidí responder a su saludo.
—Hola Derek, lo mismo digo —hablé con cierta incomodidad. Él escaneó mi aspecto sin pudor alguno.
Y fue cuando recordé que aún llevaba el uniforme de camarera, que consistía en un vestido color azul que se ceñía a mi cintura, de mangas largas recogidas hasta los codos , el vestido tenía botones al frente y un delantal blanco encima de este. La falda me llegaba a mitad del muslo, así que estaban a la vista más la mitad de mis piernas, mi cabello estaba atado en un moño despeinado, y no llevaba mucho maquillaje.
Y a él, a él parecía llamarle la atención era faceta de mí.
—Te ves... bien —murmuró aún con la mirada puesta en mí.
—Mm mm, ahora ¿Podrías moverte? —pregunte intentando ser cortés, ignorando su halago. Ya empezaba a desesperarme que solo estuviera mirando mis piernas.
—¿Perdón? —inquirió él, con una expresión de desconcierto.
Ahora ni siquiera escuchaba lo que le decía.
—¿Que si podrías moverte de lugar?, quiero alcanzar la salsa de allí. —Señale la estantería que estaba detrás de él, justo donde se encontraba la salsa para pastas.
—oh, sí... claro —habló aclarando su garganta y moviéndose de sitio.
Así que rápidamente, tomé lo que estaba buscando y me alejé en dirección al siguiente pasillo.
Lo que no esperaba, era que me siguiera.
—Espera... ¿No crees que tenemos algo de que hablar? —rompió el silencio caminando a la par conmigo.
Ante sus palabras, no hice más que fruncir el ceño. No recordaba que hubiera quedado algún asunto pendiente entre nosotros.
—Según yo, pensé que no había quedado algún tema pendiente del cual hablar —hablé mientras me dirigía a donde se encontraban las frutas.
Buscaba unas cuantas fresas y moras, e intentaba ignorarlo en el proceso.
—Yo pienso que sí, no me dejaste explicarte nada esa noche —respondió colocándose a mi lado.
—¡¿Qué no deje explicarte dices?! —detuve mi andar bruscamente—. Si bien recuerdo, no fui la que tomo la decisión de la noche a la mañana de largarse y tirar lo que teníamos a la basura —hablé con falsa calma intentando no levantar la voz.
Él en respuesta se pudo en medio del camino, bloqueándome el acceso al pasillo. Al otro lado pude escuchar como alguien soltaba un gruñido y se devolvía por el pasillo. Cosa que ignoramos.
—No me culpes solo a mí, fue tú culpa de que me fuera, tú siempre estabas trabajando y nunca tenías tiempo para mí —dijo él, empezado a levantar la voz.
Y era aquí cuando me preguntaba, ¿cómo pude haber salido con ese patán?
—Primero que nada —comencé a hablar enumerando con mis dedos—, baja el tono de voz, no permitiré que esté armando un escándalo por algo que ya se acabó. Segundo, te recuerdo que vivo sola, yo tengo que trabajar para pagar mi comida y mis cuentas —señalé mi uniforme—; no como otros, que viven de la fortuna de papi. Y tercero, no intentes justificar tus equivocaciones echándome la culpa a mí, después de todo esa fueron tus decisiones. Ahora, si únicamente vas a buscarme para molestarme, es mejor que actúes como si no me conocieras. Fin de la historia, ten buena tarde. —Sin darle oportunidad de que me respondiera, rápidamente me dirigí a pagar por lo que había comprado sin buscar las frutas que quería.
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Editado: 16.07.2023