No puedo creer que estoy en casa de Halee. Es decir, ha estado muy fría y tóxica conmigo cuando trato de acercarme, pero veo, que pese al tiempo separado, aún siente algo por mí. Estoy tan seguro de ello como que todavía la necesito.
Estoy muy contento. Hago lo mejor posible para no moverme y explorar la casa. Aunque estoy completamente calado y tiemblo como chihuahua, y no quiero hacer algún ruido que lamente.
Miro mí alrededor desde el sofá, en donde ella me pidió que me sentara mientras se duchaba, y trato de encontrar algo... interesante. Nada que ver, solo fotografías del niño, no hay suyas ni de su familia.
Ya hace quince minutos que Halee se metió al baño, yo aún me congelo y me aburro en este silencio -sin contar el fuerte sonido de la lluvia- y solo tengo mi teléfono húmedo para distraerme, revisando las redes. Escucho pasos provenir detrás de mí, y no me molesto en girarme, sé que es ella.
—¿Qué haces en mi casa?
Demonios…
Maldigo por dentro y aprieto mis dientes antes de volverme a él. Es el pequeño, mirándome como si fuera un intruso.
.—Rayos –susurré–. Tranquilo, vine con tu mamá. Está en el baño y saldrá en un momento. –Suavizo un poco mi tono.
Él asiente lentamente, no sé si asimilando lo que le dije o porque estaba dormido y cree que es un sueño. Entonces su expresión cambia a una de sorpresa, como quien descubre algo.
—¡Estás mojado! –Exclama con preocupación–. ¡Te traeré una toalla!
Y sale corriendo como en una persecución.
Se parece mucho a Hal. Hasta algunos de sus gestos son iguales, pero a los de la Halee de hace seis años. Me gustaría sacarle algunas cosas, platicar con el chiquillo para saber alguna que otras cosas de su mamá.
Vuelvo a escuchar pasos, pero ésta vez sí es ella, con el cabello húmedo y una pijama; aun cojeando.
—Ya volví. Lamento haberte dejado aquí como si nada –se sienta frente a mí–. A penas pase la lluvia puedes irte.
Río por lo bajo al oír tal tono de voz. Es como escuchar la nota más aguda del piano, pero tocando la melodía más dulce de todas. Esta es mi Halee.
—Hal, ¿por qué eres así ahora?
—¿A qué te refieres con "así"? –Junta sus cejas con diversión y ríe– ¿Amable?
—Como la Halee de antes.
Su risa cesa de a poco y, pensando que su diversión se borraría, permanece con sus labios desplegados en una hermosa sonrisa. Mis esperanzas aumentan entonces, y siento que puedo recuperarla. Puedo sacarla de esta mierda de vida.
—¡Ya volví! –llega a mí el pequeño con una toalla, todo agitado–. Aquí está.
—Eh... Gracias. –tomo el trapo, saco mi chaqueta y envuelvo mis hombros.
—Niki, ¿qué haces despierto? –le pregunta Halee, frotando sus sienes.
—Me desperté por la lluvia. No podía dormir. –se encoge de hombros.
—De acuerdo –resopla como una madre estresada–. Yoongi, lo siento. Creo que debí ser yo quien te trajera la toalla.
—Está bien –le digo–. Me preocupa más tu pierna. Deberías estar reposándola.
—Yo estoy bien –dice con cierta arrogancia–. En cambio, tú puedes pescar una neumonía o algo peor.
—Con que me hayas dejado estar en tu casa es suficiente. Nunca lo hiciste hace seis años.
—Al menos déjame prepararte algo, un té o café negro como te gusta.
Cierra la boca en cuanto se dio cuenta de lo que dijo. Retuve una sonrisa al verle sonrojarse.
—Chocolate caliente, mamá –sugiere el niño–. Te gustará, es el mejor.
Alzo las cejas expresándole asombro al niño y asiento considerándolo.
—Está bien, gracias.
Ella ríe ante mi trato hacia el niño y me pecho vibra al oírla. Ya no sé dónde quedó Daka. Esta es mi Halee.
—Mamá, ¿estás herida? –apunta él, viéndola cojear hacia la cocina.
—Solo tengo la pierna dormida, Niki. No es nada. –dice manteniendo una sonrisa afable hasta que cruza la puerta, y me deja solo con el niño.
—¿Trabajas con mi Mami? –se dirige él, con una curiosidad invasiva.
—¡Ve a dormir, Niki! –grita Hal desde la cocina, sobresaltando a el pequeño.
—Será mejor que vayas a dormir, sino tu mamá se enojará. –le digo por lo bajo para que Halee no oyera.
—Pero no tengo sueño. –gruñe, arrugando el entrecejo igual que su madre. Trago duro–. Además, también quiero chocolate.
—¿No es muy tarde para eso? –continúo–. Y estoy seguro que debes ir a la escuela. ¿Vas a la escuela? –Inquiero y responde asintiendo varias veces–. Entonces debes descansar. Me aseguraré de que tu madre te guarde chocolate.
Le guiño un ojo y le palmeo la espalda. Él ríe con malicia.
—Gracias… eh. –hace una pausa buscando como llamarme.
—Suga
—Suga. Gracias, Suga. –y desaparece tras la puerta al final del pasillo.