El joven doctor Harris recomendó descanso total de cualquier actividad física para John.
—Sus pulmones están dañados y agitarse podría provocar que su corazón falle. Lo cierto es que su padecimiento es muy común para su oficio. Lo mismo ocurre con los mineros. Pero en el estado en que se encuentra, no puedo hacer mucho — explicaba a las hermanas Holliday.
—Oh Dios. No puede ser — sollozaba Ellen.
—Gracias por sernos sincero Benjamin. Lo cuidaremos lo mejor posible.
—Sí — apoyó Ellen—. No dejaremos que haga nada.
—Me alegra escucharlo. Eso ayudará a que sus pulmones se curen poco a poco.
Sin embargo, esa última parte no la expresó muy convencido.
***
—Ellen. Deberías escribirle a ese joven. Dile que venga a hablar conmigo lo más pronto posible.
—Papá no digas eso como si…
—Tu hazme caso. No hay nada que me tranquilice más que el saber que mi hija estará bien cuidada— dijo sujetando su mano.
—Esta bien. Lo haré para que estés tranquilo — respondió mirándolo con tristeza.
Ya habían pasado un par de semanas desde su recaída. Pero a pesar de los esfuerzos, seguía alimentándose poco. Y su delicada salud, había obligado a Charlize a dejar su empleo para cuidarlo mejor.
—Iré ahora mismo a ponerle un telegrama — anunció —. Estoy segura que te parecerá apropiado — decía sonriendo.
Fue a tomar su sombrero para salir a toda prisa hacía la carreta.
—Tu hermana se ve muy feliz con ese muchacho.
—Sí. Eso parece — respondió mirando a Ellen marchar desde la ventana.
—¿Y que hay de ti? Deberías aprovechar que estoy desfalleciendo. Cualquier hombre que traigas será de mi agrado — dijo con una media sonrisa.
—Espero que Ellen no te escuché decir eso. Le destrozaría saber que lo aceptas solo por tu condición — respondió sin mirarlo y tragándose el nudo en su garganta.
—No has respondido.
Charlize hizo el esfuerzo por sonreír a su padre. Se acercó hasta la vieja silla donde se encontraba y se sentó en el suelo a su lado.
—Cómo podría. ¿Y dejarte a ti para que comas mal y andes cual corcel desbocado por todo Wickenburg? No. Tú necesitas quien te mantenga quieto — dijo tocando sus manos.
Esas que tan duro habían trabajado por años ahora estaban cansadas y adoloridas. Con pocas fuerzas y con cicatrices del tiempo que decían cuanto luchaba.
—Creí que eso lo hacía yo contigo — le escuchó decir al tiempo que le acariciaba el cabello como cuando era niña.
De pronto, el sonido de un golpe constante le hizo abrir los ojos. Se asomó por la ventana y comprobó que se trataba de Daniel. Desde su regreso, llegaba a visitar a su padre cada dos días. Y al enterarse de su precaria salud, se acercaba a cortar suficiente leña para que ninguno de los tres tuviera que hacerlo. Nadie se lo había pedido, al contrario, Charlize creía que solo gastaba su tiempo pudiendo estar ayudando a Owen en el rancho.
Siguió mirándolo trabajar, no dejaba de parecerle curiosa la forma en que ella lo veía. Si ya era un muchacho apuesto, ahora su sola presencia le provocaba un ruidoso palpitar en el corazón. Había cambiado, sí pero, en su caso, para mejor. Mucho… mejor.
—¿Por qué no a Daniel?
—Papá. Por favor. No otra vez.
—Yo no le veo el problema. Lo conoces de toda la vida y él a ti. Es el único, que te soporta tal y como eres.
—Owen también y el señor Collinwood — refutó intentando ganar la batalla.
—Ellos son amables porque no tienen remedio. Pero lo que tú necesitas — añadió levantándose para ubicarse a su lado—, es un hombre. Y ese lo es.
Ambos permanecieron un par de segundos más mirando por la ventana como Daniel trabajaba bajo el ardiente sol luciendo su fuerza inagotable.
—Sí. Ese es la clase de hombre que te conviene. No un señorito como decías tú ni uno muy blando como mi ahijado Owen.
John se retiró sonriendo y su hija le imitó.
—¿Y tú cómo eras? Con mamá — preguntó sin moverse de su sitio.
—Un hombre, claro. De lo contrario no habría podido conquistarla.
Charlize sonrió con su respuesta, el dulce recuerdo de su madre trajo todas esas historias que les contaban sobre su viaje cuando llegaron a esas inhóspitas tierras y como ella trabajó hombro a hombro con su padre para construir el hogar que tenían. Él tenía razón, sabía que sí. Quería un hombre en su vida que fuera como su padre.
“Quizás” pensó viendo a Daniel secar su frente antes de poner otro trozo de madera sobre el tronco.