Durante los siguientes dos meses Sampter se dedicó a poner la casa patas arriba y Thomas sólo se dedicaba a justificar sus travesuras. Él la amaba, aunque lo negara cada vez que se lo recordaba.
Durante ese tiempo muchas cosas pasaron. Recuperé todo el contacto con Louis, primero nos mandamos mensajes y en uno de esos me preguntó acerca de mi amiguito Thomas. Bastó con que le dijera su nombre para que llamara y tener una conversación de casi tres horas, en la cuales le platiqué absolutamente TODO. Como él decía.
Con Thomas también cambiaron cosas. Creo que me pidió cuatro veces más salir con él... ¿O fueron tres? No sé. La verdad perdí la cuenta. Pero en la última vez que lo hizo, me asustó mucho porque dijo que, aunque yo no quisiera, saldría conmigo. Tuvimos una muy buena discusión acerca de eso y no se volvió a hablar del tema otra vez. Tampoco le conté lo de Harry, sobre lo que me dijo cuando fuimos al albergue de Dylan y que seguía llamando. Porque sí lo seguía haciendo. Quise decírselo a Louis y tampoco lo hice.
También lo que cambió fue que Thomas se volvió aún más empalagoso de lo que ya era y la confianza entre nosotros creció aún más. Cada vez que tenía la oportunidad, me pedía perdón por la reacción que tuvo contra mí el día que mencioné a Bella. De eso tampoco se volvió a hablar. Me dijo que, para compensarlo, iríamos por nuestro segundo gato.
Pensándolo bien, ya no quería tener el otro. Sólo la quería a ella y a Thomas. Ella cambió mi vida al igual que él. Sólo él había tenido la humanidad tan grande de dejarme vivir en su casa aún sin conocerme. Él llegó en el momento indicado para comenzar de nuevo. Era feliz. Estar con Thomas me hacía feliz, más de lo que había sido con Harry. Y sí alguien me diera a escoger con quien quedarme, escogería por mil veces quedarme con Thomas.
Era uno de esos días en el que se me ocurrió buscar música en internet, algo que tenía tiempo que ya no hacía, pero tenía un problema porque no encontraba por ningún lado la laptop que entre los dos compramos. Sí señores, dije entre los dos. Porque Thomas nunca cedió en que la comprara yo. Llevaba más de media hora buscándola sin ningún resultado.
–¡Thomas! –grité su nombre mientras seguía rebuscando. No contestó–. ¡Thomas! –volví a gritar. Salí de la habitación enojada hacia su nuevo escondite.
Resulta que detrás de la cocina había una zotehuela, la cual fue descubierta por Dylan, una vez que vino a visitarnos. No se veía porque la puerta estaba sellada. Oh sí, así de nueva era la casa. La reacción de Thomas fue sorpresiva y la mía igual porque ninguno sabía acerca de la existencia del lugar. Como Sampter ya había crecido un poco, adaptamos un pequeño lugar en la zotehuela hasta el fondo e instalamos la casa de la gata en ese espacio. Abrí la puerta y vi a Thomas sentado en una silla y a la gata en sus piernas.
–Te estoy hablando –espeté–. ¿Por qué no me contestas? –el rubor de sus mejillas delató que estaba conteniendo la risa–. Y no te rías –agregué –no aguantó y explotó en una sonora carcajada.
–Lo siento nena... –seguía riendo.
–¿Dónde está la lap? –ignoré su disculpa.
–Te diré sí sales conmigo –respondió.
–A la mierda contigo –repliqué–. Dime en dónde está.
–Ya te dije mi condición –contestó–. Y ya cálmate que vas a despertar a mi hija.
¿Su hija?
–No saldré contigo –alcé la voz–. ¿Por qué no lo entiendes?
–Porque no te quedará más remedio que aceptar para que deje de molestarte –me dedicó una sonrisa y rodé los ojos. Tenía razón. No iba a dejar de hacerlo hasta que yo aceptara. Sampter rezongó y volvió a acomodarse para dormir.
–¿Lo ves? –me reprochó–. Despertarse a mi hija –se levantó de la silla y fue a dejar a la gata a su cama.
–No es tu hija –respondí.
–¿Por qué no debería de serlo? –replicó–. Lleva mi apellido. Además –agregó–, tú la llamaste así.