Unos días después…
Zehra y Hilda había pasado un rato encantador jugando en el amplio jardín de la mansión, donde las flores otoñales todavía ofrecían sus últimos estallidos de color. Sin embargo, a medida que el sol descendía y el aire se enfriaba, Zehra decidió que era momento de entrar a la casa.
– Hilda, ya es tarde, vamos adentro. – dijo Zehra, observando el tenue resplandor del atardecer.
– Quiero quedarme un poco más. – protestó la niña haciendo puchero.
– Lo sé, pero debes merendar y luego hacer la tarea, así que entremos. – insistió Zehra pacientemente.
– De acuerdo, voy. – accedió Hilda finalmente.
Mientras se dirigían hacia la casa, Zehra preguntó:
– ¿Qué quieres merendar?
Hilda lo pensó por un momento y respondió:
– Pues… como está un poco frío, me gustaría tomar un chocolate caliente.
Era una decisión acertada, pues el otoño se estaba desvaneciendo, dando paso a los primeros fríos del invierno.
– Me parece una buena idea. – respondió Zehra, sonriendo. – Además, vendrá bien para acompañarlo con algunas galletas de vainilla, que según parece, Zaida preparó.
– ¿Hizo galletas? – exclamó Hilda emocionada.
– Así es… ¿Has probado alguna vez sus galletas? – preguntó Zehra, sintiéndose cómplice de la niña.
– La verdad no, cuando le pregunté si sabía hacerlas, ella me dijo que no. – respondió la niña.
– Pues parece que ahora sí sabe. Así que seremos las primeras en probar sus galletas de vainilla, estaba muy emocionada cuando me dijo que las haría.
– Veremos cómo serán. Espero que estén buenas.
– Crucemos los dedos. – expresó Zehra, deteniéndose en la puerta principal y cruzando los dedos.
Hilda, con una sonrisa, imitó el gesto y ambas entraron a la casa.
Al avanzar unos pasos en la sala, se encontraron con Amir y la señora Nuray, sentados cómodamente en unos sillones elegantes.
– ¡Papá! – dijo Hilda, mientras corría hacia su padre para abrazarlo con entusiasmo.
El hombre la recibió con ternura, envolviéndola en sus brazos.
– ¿Cómo ha estado tu día, hija?
– Muy bien, Zehra jugó conmigo y me divertí mucho. Pero ya me hizo entrar a la casa. – explicó Hilda, todavía abrazada a su padre.
– Si me permites hablar, señor. – intervino Zehra cuidadosamente. – Lo hice porque me contó que hace un tiempo estuvo enferma y por eso la hice entrar antes de que cayera más la noche y estuviera más frío.
– Hiciste bien, Zehra. Gracias. – respondió Amir, con gesto afirmativo.
– Además, ya es hora de merendar con Zehra. – dijo Amir, dándole un beso en la mejilla
Hilda, feliz, tomó de la mano de Zehra y la llevó hacia la cocina, mientras Amir y Nuray las observaban irse.
– Yo creo que Zehra es buena en su trabajo, hijo. – comentó la señora Nuray, observando con aprobación. – Realmente se preocupa por la niña, algo que no vi en las demás, ni siquiera en su primer día de trabajo.
– Estoy de acuerdo, madre. Creo que hemos dado con la niñera indicada. Me agrada. – respondió Amir, con una sensación de alivio.
Mientras tanto, en la cocina, el olor a galletas horneadas junto con el aroma a vainilla invadió las fosas nasales de Zehra y Hilda, creando una atmósfera acogedora y tentadora.
– ¡Qué rico olor! – exclamó Hilda, con ganas de agarrar alguna galleta, pero Zehra la detuvo con determinación y suavidad.
– Primero que nada, debes esperar que se enfríen y segundo, también esperar que te haga chocolate caliente.
– De acuerdo… – dijo Hilda, sentándose en una pequeña mesa que descansaba en la cocina.
Mientras Zehra preparaba el chocolate, Zaida hablaba animadamente con Hilda y Jenna se acercó a Zehra con una sonrisa cómplice.
– Parece que te está yendo muy bien. Jamás había visto a Hilda hacerle caso tan rápidamente a una de sus niñeras.
– Por ahora, creo que sí, pero recuerda que solo hace unos días que estoy aquí. Ya veremos cómo me va a futuro.
– Te irá bien, de eso estoy segura. – dijo Jenna, dándole ánimos.
Zehra sirvió el chocolate caliente en dos tazas, el vapor aromático llenó el aire. Colocó las tazas junto a las galletas de vainilla recién horneadas y se sentó junto a Hilda. Ambas disfrutaron de la merienda.