La próxima semana era el cumpleaños de Zehra, nadie del lugar lo sabía, excepto Ekrem, que se acordaba perfectamente del mismo. Así que cuando estuvo sola en el jardín se acercó a ella.
– Zehra… – dijo de repente y la joven se sobresaltó.
– Ekrem ¿qué haces aquí? – preguntó desconcertada – Ya te he dicho que no es conveniente que nos veamos, sabes lo que ocurrió la última vez.
– ¿Acaso el loco de mi primo te regañó de nuevo?
– ¡No digas eso! No me gusta que hables mal de mi patrón, por más que sea pariente tuyo. No, no me regañó nuevamente, al contrario, me pidió disculpas luego.
– Oh, entonces creo que no habrá problemas – dijo sonriendo.
– De verdad Ekrem, no estamos en la secundaria, debes entender que estoy trabajando aquí y honestamente no puedo permitir perder el trabajo.
– Tranquila, entiendo así que tranquila. Solo quería preguntarte si deseas algo para tu cumpleaños.
– ¿Mi cumpleaños?
– Por supuesto, ¿acaso no recuerdas que dentro de unos días es tu cumpleaños?
– Sí lo recuerdo, solo que…
– ¿Pensaste que no me acordaría? ¡Ja! Subestimas mi memoria, claro que lo recuerdo, y quiero regalarte algo.
– De verdad Ekrem, no es necesario que me regales algo.
– ¿Cómo que no es necesario? Claro que sí, como nadie más lo sabe de aquí, me siento privilegiado – dijo sonriendo –, así que algo pretendo regalarte.
Pues Ekrem estaba equivocado, no solo él lo sabía, a la distancia (pero lo suficientemente cerca para escuchar lo que conversaban), se encontraba Hilda que al escuchar que pronto sería el cumpleaños de su niñera favorita, fue a decirle a su padre sobre esto, para que le ayudará a comprar un regalo.
Su padre se encontraba en su despacho, Hilda golpea la puerta y él le permite ingresar, sin saber que era ella.
– Oh mi niña, ¿qué haces aquí? ¿Vienes a visitarme? – dijo sonriendo.
– Bueno, en parte sí, pero en parte a pedirte un favor.
– ¿Un favor? – preguntó desconcertado Amir.
– Así es papá – Hilda se acercó y tomó asiento en la silla que estaba frente al escritorio de su padre –, hoy salí afuera a buscar a Zehra y la encontré hablando con el primo Ekrem.
Amir se inclinó un poco en su silla y dijo:
– ¿Ah sí? ¿Y sabes de qué estaban hablando? – preguntó interesado.
– Sí, parece que la semana que viene es el cumpleaños de Zehra y primo Ekrem, quiere regalarle algo.
– Vaya, no lo sabía – dijo echándose para atrás nuevamente un poco más tranquilo.
– Nadie lo sabe, Zehra no se lo ha dicho a nadie. Solo lo sabe él porque se conocen de antes.
– Oh, entiendo – dijo haciéndose el desentendido –, ¿y qué pretendes hacer con venir aquí hija?
– Quiero que me ayudes a elegir un regalo, es que quiero darle algo.
Amir quedó mirando pensativo a su hija, le parecía una buena idea, pero también al enterarse de esto, pretendía regalarle algo a Zehra.
– Muy bien querida, pero… ¿qué te parece si vas con tu abuela a comprarle algo? Pero primero, deberías averiguar que le gusta, para darle un regalo acorde a sus gustos, pero todo esto en secreto, no le digas que quieres saber lo que le gusta para regalárselo en su cumpleaños solo pregunta como si fuera una conversación normal ¿de acuerdo?
– De acuerdo papá.
– Una vez que descubras esto, dile a tu abuela, y ella te llevará a comprarle su regalo.
– Está bien papá, gracias – dijo sonriendo y se retiró.
Llegando a su habitación Hilda se recostó en su cama y empezó a pensar, quería regalarle algo especial, algo que tal vez Zehra nunca hubiera tenido y se le ocurrió preguntarle qué era lo que más hubiera deseado tener cuando era una niña.
Así que esa tarde, cuando Zehra vino a su habitación ayudarle con los deberes, le preguntó:
– Zehra… ¿Puedo hacerte una pregunta?
– Por supuesto – dijo sonriendo.
– ¿Qué hubiera deseado tener cuando eras una niña?
Hay que admitir que la pregunta de Hilda la desconcertó un poco.
– Bueno… Hace mucho tiempo deseaba tener una muñeca.
– ¿Una muñeca? ¿Qué tipo de muñeca?
– Una muñeca de trapo, parecida a la que tienes tú para adornar tu cama.
Y la niña miró la muñeca.
– ¿Y tú padre nunca pudo comprarla?
– En ese tiempo no, tuvimos varios problemas económicos, preferimos guardar el dinero para el tratamiento de mi madre, aunque de poco sirvió ya que falleció…
– Lo siento mucho Zehra – dijo apenada Hilda.
– No te preocupes querida – dijo sonriendo –, pasó hace mucho tiempo. Más adelante mejoramos nuestra economía, a mi padre le fue mejor en su negocio, pero yo perdí el interés de tener esa muñeca, pero… ahora que me lo preguntas, puedo decir hoy en día, después de haber pasado todo eso, que me hubiera gustado tenerla, pero bueno… Ahora ya es tarde.