La ciudad tiembla bajo la influencia de aquel inmenso objeto. Los elementos más ligeros se elevan hacia él, como hojas arrastradas por una corriente invisible: el polvo baila en el aire y las pequeñas piedras del suelo flotan brevemente antes de ser abatidas por la atracción de la nave nodriza. Los ciudadanos, desorientados y alarmados, corren en todas direcciones, buscando refugio en medio del caos creciente. Siento miedo, preocupación y mucho terror. Toda mi vida he estado bajo entrenamientos donde me preparan para momentos como este, y aun así siento mucho miedo.
—Kiharu, estamos listos, ¿verdad? —Ashtaria trata de encontrar valor en mi respuesta.
—Por supuesto —respondo con firmeza.
Acto seguido, activamos el modo defensa de los nanotrajes, una armadura exclusiva para los miembros de la élite. Nuestros cuerpos comienzan a cubrirse con un grueso tejido de nanopartículas metálicas, flexible y fresco, pero, sobre todo, increíblemente resistente. Mientras nos preparamos, la flotilla de la fuerza armada emerge en el cielo mikadeano como un destello fugaz, moviéndose a la velocidad del rayo. Las naves rodean a la nave invasora, explorando cada centímetro en busca de una entrada o alguna pista que nos ayude a obtener respuestas.
Conectado a mi armadura, llevo un brazalete de transmisión que me permite comunicarme con los miembros de la élite y controlar remotamente algunas de las naves de la fuerza armada que están estacionadas en los hangares de la plataforma de despegue del cuartel militar liderado por Handul. Intento contactar a una de esas naves, al igual que Ashtaria. Sin embargo, nuestra acción es interrumpida por una llamada entrante: es mi hermano Handul.
Activamos la llama e inmediatamente, flotando sobre nuestros brazaletes, aparece un holograma con el rostro de Handul.
—¡Kiharu, Ashtaria, confírmenme que están juntos! —exclama urgentemente.
—Sí, estamos justos, bajo una enorme y desconocida nave nodriza extramikadeana —respondo rápidamente.
—Chicos, de aquella nave está empezando a salir una flotilla —nos informa Ashtaria, con la mirada fija en la imponente nave en el cielo.
Vuelvo a dirigir la mirada al cielo nocturno... Esto no pinta bien. Estoy a la espera de una orden de Handul.
—Ya he contactado al resto de la élite. Por ahora, ustedes dos son los únicos que están en medio del siniestro. Mientras todos llegamos, traten de mantener a los ciudadanos a salvo —ordena Handul—. Ashtaria, ten cuidado, por favor.
—No te preocupes, estaré bien.
Handul no muestra preocupación por mí y cierra la llamada. Habría deseado que, al menos, sintiera un mínimo aprecio hacia mí, pero ha crecido con resentimiento por ser él el hijo menor del rey, lo que ha afectado nuestra relación. Vive irritado, mostrando violencia incluso cuando no es necesario, y enfrentarse a él implica enfrentar una situación realmente seria. Como heredero al trono que ocupa mi padre, su orgullo rivaliza con las alturas. A pesar de que soy el hijo mayor, no puedo aspirar al trono por no ser hijo de la reina.
Mi hermano siempre se ha preocupado por Ashtaria. Desde niños, los tres hemos permanecido junto a ella y ambos la hemos protegido en todo momento. ¿Será debido a las palabras de Yafany? ¿Creo que es más que eso? Al menos, para mí es mucho más.
En medio del caos, con el polvo flotando a nuestro alrededor, Ashtaria y yo nos enfocamos en nuestro primer objetivo: movilizar a todos los ciudadanos para que se mantengan en un lugar seguro, siendo los bunkers subterráneos los mejores lugares para permanecer hasta que nos deshagamos del invasor. Todas las edificaciones que se construyen en Mikadea mantienen bunkers bajo ellas, ya que nuestro planeta a veces suele recibir intensas llamaradas de nuestra estrella, lo cual podría afectar nuestra salud, y por tal razón, cuando se nos informa de tal evento, debemos protegernos bajo el suelo y dentro de una estructura a prueba de prácticamente todo.
Nuestros plateados nanotrajes resalta entre los ciudadanos y llama la atención de los que están cerca, esto lo aprovechamos para levantar nuestras voces y así dar las indicaciones. Muchos de ellos conocen el protocolo frente a las invasiones, pero hay otros que se asustan y olvidan lo que deben hacer.
El enemigo lanza sus primeros disparos contra la ciudad, golpeando los cristales de varios edificios que forman parte de los almacenes de oro. Se trata de disparos de energía fotónica, extremadamente efectivos. El grito y el llanto se intensifica en la ciudad, el terror predomina por todas pardes. Todo el caos empeora cuando los próximos disparos son lanzados contra los ciudadanos y frente a nuestros ojos varios son asesinados. La flotilla de la fuerza armada inicia el ataque contra la flotilla rival, los estruendos de las explosiones retumban en el aire producto de los disparos de las naves.
—¡No vienen en son de paz, lo sabía! —exclama Ashtaria, mientras carga en brazos a un par de niños que están heridos. Los cuerpos de sus padres están tirados en la calle, y no muestran señales de que estén vivos.
—Sí, tenías razón, Ashtaria. Ahora ve y lleva a esos niños a un bunker.
—Sí. Solo ten cuidado, por favor. Esos disparos se ven letales.
Otro disparo cae muy cerca y me ciega al instante, y al recupera la visión veo a más ciudadanos muertos frente a mí.
«Los ciudadanos siguen muriendo… ¡Maldición!».
Fui entrenado para soportar toda clases de tristezas que puedan surgir de una guerra, pero aun así sigue siendo difícil para mí. No hay ser vivo que pueda ser tan frío e indiferente frente a los cuerpos sin vida de padres de familia e hijos, lo doliente que puede resultar el encontrar el cuerpo sin vida de ese amigo que uno siempre solía saludar al salir del palacio, porque, sí..., aquí está muerto, es el señor que me saludaba al salir todas las noches, él siempre esperaba frente al portón del palacio por la salida de su esposa, pobre mujer que justo ahora está regada en el suelo, llora desconsoladamente sobre el cuerpo sin vida de su esposo.