Luego de mencionar a Ashtaria, Neefar empieza a sollozar; de repente, recoge todo como si tuviera prisa.
—Ya... ya he terminado. Puedes regresar a casa, y procura no tocar a nadie con esas manos.
Neefar sale de la enfermería con una gran tristeza. Nos va a costar recuperarnos de la pérdida de Ashtaria.
Salgo de la enfermería y me dirijo a mi casa. Mañana temprano toca regresar al podio; nunca lo habíamos usado tan seguido. Mucho caos en tan poco tiempo.
El cielo rosa de la mañana se extiende con una frescura hipnotizante, iluminando suavemente cada rincón de la ciudad de Mikadea. Espero encontrarme con Neefar al salir de casa, como sucede cada día; nuestros horarios siempre han coincidido y solemos compartir las primeras palabras de la jornada. Pero hoy es diferente. Parece que decidió partir antes, dejándome con una ligera y extraña sensación de vacío. Cruzo el portal frente a mi hogar, y al atravesarlo, me encuentro instantáneamente junto al gran podio, un vasto y solemne espacio que impone respeto. Las escaleras que conducen al podio se extienden frente a mí, amplias y pulidas, cada escalón cargado de una silenciosa expectación. Asciendo lentamente, sintiendo el peso de la responsabilidad en cada paso, hasta reunirme con el resto de la élite. Allí está Neefar, erguida y tranquila. Al verme, me dedica una suave sonrisa, una que guarda más de lo que muestra, y permanece en silencio, respetando la solemnidad del momento. Nos formamos en una fila, hombro con hombro, todos mirando hacia el frente, como un escudo en la retaguardia del gran Halu, protegiendo simbólicamente su presencia y asegurando, con nuestra posición, nuestro compromiso inquebrantable.
—¿Aún no te quitas esos lentes de los ojos? Te ves ridículo —dice Handul, viéndome de reojo.
—Handul, esto no son lentes... Es algo más increíble —le digo en tono bajo, tratando de transmitir la seriedad del asunto.
—Vas a tener que explicárnoslo cuando salgamos de aquí.
Ahora que presto más atención a las palabras de mi padre, puedo entender que está dando explicaciones sobre lo que pasó con los crooler y asegurándole a todos los mikadeanos que ya estamos fuera de peligro.
Cuando el discurso de mi padre termina, todos debemos regresar a nuestras labores y tratar de descansar lo más posible durante la noche. Mañana debemos ir al palacio para reunirnos con el gran Halu y recibir las directrices para iniciar la búsqueda del oro. Sin embargo, varios de la élite nos quedamos platicando sobre el podio. Handul fue llamado por mi padre para hablar en privado y Neefar decidió irse al centro médico antes de quedarse con nosotros, seguramente aún tiene muchos pacientes por atender, o quizás no tiene ánimos para conversar, y esto último no es de extrañarse, nunca ha sido muy sociable.
—Tenemos un asunto pendiente, Kiharu —Handul aparece subiendo las escalinatas del podio. Detrás de él viene mi padre.
—Kiharu, todos estamos preocupados por ti —dice mi padre, con una mezcla de preocupación y curiosidad—. Tienes una herida en tu costado que, gracias a Neefar, ya fue atendida. Queda por ver por qué tienes unos ojos tan poco normales. Debemos saber qué está pasando contigo.
—Si les cuento, estoy seguro de que no me van a creer.
—Kiharu, estoy viendo cómo están brillando tus ojos, no tenemos una tecnología que pueda hacer eso en los ojos, ¿cierto Brawn? —Mi padre voltea a ver a Brawn, buscando confirmación.
—No tenemos nada como eso, gran Halu —responde Brawn, con una expresión seria.
—Dinos, Kiharu, ¿qué fue lo que te pasó? —mi padre insiste, queriendo entender lo que está sucediendo conmigo.
Ya cuando todos nos encontramos en un lugar más privado, empiezo a hablándoles de Zen, de cómo se veía aquel ser de luz y su procedencia, los poderes que me ha dado y como puedo utilizarlo para rejuvenecer, envejecer, quitar y dar vida. Les expliqué del Zenfrex y de cómo podría utilizarlo para revivir a otros seres vivos; también les conté de como intenté revivir a Ashtaria, sin éxitos alguno.
—Puedo probar todo lo que he dicho, puedo hacer a alguno de ustedes más joven. ¿Alguno quiere sacarse algunas órbitas de encima? —me dirijo a todos, tratando de mantener un tono ligero a pesar de la tensión en el ambiente.
—Soy el más viejo de todos, yo mismo soy —Polh se ofrece de voluntario, aunque su expresión denota cierta incredulidad ante la situación.
—Bien, desintegra la armadura de tus brazos, Polh —le indico, tratando de seguir con el plan.
Polh lo hace, aunque con cierta reticencia, como si creyera que todo esto es absurdo. Yo, sin perder tiempo, poso mi mano derecha sobre su brazo expuesto.
—Solo tocándote con mi mano izquierda empezarás a ser más joven —le explico, mientras siento el calor de mi mano al usar mi superpoder.
Polh frunce el ceño, una mezcla de confusión y temor cruza su rostro.
—Me estoy sintiendo extraño… —advierte en un tono tembloroso, lo que aumenta la preocupación en la habitación.
—Ehm… Kiharu —Brawn también muestra su inquietud—…, creo que no está funcionando como esperabas.
La alarma se apodera de mí, y retiro rápidamente mi mano del brazo de Polh. Me coloco frente a él, intentando comprender qué ha salido mal.
—¿Por qué me siento tan cansado? ¡Mi visión ha empeorado! —me reclama Polh con evidente susto en su voz.
Todos observamos con consternación y terror el envejecido rostro de Polh. El poder ha tenido el efecto contrario al esperado.
«¡¿Por qué nada de esto está funcionando como debería?!», siento cómo la vergüenza se apodera de mí.
—Kiharu, ¿no se suponía que tenías que usar la mano izquierda? —la pregunta de Brawn, con su habitual calma, me hace caer en cuenta de mi error. Frente a todos, me siento avergonzado y no puedo evitar soltar un par de risas nerviosas.
—Sí…, lo siento —murmuro, asumiendo mi error y tratando de recomponerme ante la situación
Handul blanquea los ojos, visiblemente consternado por mi descuido. Luego, me refunfuña con un tono de desaprobación: