Mientras caminamos por los pasillos hacia el comedor del palacio, noto la sonrisa traviesa de Klea. Estoy convencido de que en su mente está maquinando alguna movida maquiavélica.
—Dime, Klea, ¿qué se te ocurrió? —le pregunto, intrigado.
—No —se ríe—, no pienso decírtelo.
—¡Mujer cruel! —grito en tono divertido y, como si tratara de aplastarle el tórax, le doy un fuerte abrazo.
—¡Auch!
Al entrar al comedor, nos encontramos, como de costumbre, con una gran cantidad de personas sentadas en mesas que se disponen para cuatros personas. Mientras vamos caminando entre las mesas, podemos ver como varios levantan los hologramas instalados en las mesas y prueban el sistema de menú saborizado.
—Kiharu, por aquí —Klea señala una mesa vacía, y yo simplemente la sigo.
Nos sentamos y activamos el sistema de menú holográfico. Después de saborear algunos platillos virtuales, escogemos lo que se nos antoja. En poco tiempo, se abre un agujero en el centro de la mesa y los platos que pedimos emergen, deslizándose hasta quedar frente a nosotros.
—Mañana inician nuestros tres días libres. ¿Qué tienes pensado hacer? —me pregunta Klea, curiosa.
—Dormir... Dormiré todo el día.
—Eres un aburrido...
—¿Tú tienes planes? —le pregunto mientras empiezo a comer.
—Pues sí... No sé si lo recuerdas, pero mañana es la batalla por las partículas doradas. El retador no es nada más y nada menos que el Phoenix de cola de acero.
—Cierto, el coliseo estará repleto mañana.
—¡Claro! Y como ahora soy élite, puedo ir al palco con Handul y los demás. ¿Vamos? —me pregunta con mucho entusiasmo, una gran sonrisa iluminando su rostro.
—Klea, es que... no me gustan ese tipo de eventos.
—¡Vamos, no quiero estar sola en el palco! Sabes que nunca me he relacionado con los de la élite y Neefar no va a ir... Me voy a sentir rara.
Klea se ve muy emocionada. ¿Cómo podría decirle que no? El problema es que odio ver cómo la gente muere a manos de ese Phoenix. El último que lo venció fue mi padre hace millones de eclipses, una hazaña que le costó un brazo. Desde ese momento, mi padre es un guerrero dorado; su nanotraje es más resistente que cualquiera y las armas creadas a partir de aquellas partículas de oro son las más letales.
—Ok... vamos —respondo, dejando escapar un suspiro.
—¡Yeah! —exclama Klea, su entusiasmo desbordando.
De regreso al laboratorio de investigaciones espaciales, caminamos por el pasillo del área de ingeniería. Klea me cuenta con entusiasmo sobre los anteriores duelos en el coliseo: sangre, quemaduras, guerreros aplastados, desmembramientos, y todo lo que suene sanguinario. Para ella, es sumamente emocionante.
Entramos al laboratorio y lo encontramos vacío. Parece que todos aún están almorzando, incluyendo a Ashtaria. Después de todo, aún es hora de almuerzo. Nos dirigimos a las únicas ventanas del laboratorio y las abrimos, permitiendo que la brisa fresca nos envuelva.
Decidimos quedarnos allí hasta que finalice la hora de almuerzo. Apoyamos los codos en el alféizar y observamos el bullicio de la ciudad, tan agitada como siempre. Giro la cabeza hacia Klea y la encuentro sumida en sus pensamientos; la luz del día resplandece en sus ojos color lila y la brisa mece su corto cabello plateado.
—¿Por qué crees que nuestros antepasados no trabajaron en este proyecto antes? —me pregunta con seriedad—. Nos lo han dejado todo a nosotros.
—Porque ese nunca fue su problema, es el nuestro.
—Eso suena demasiado… egoísta...
—Lo sé... Pero entiendo que en ese tiempo no tenían la tecnología necesaria. Pensar en un escudo para el planeta era algo ficticio; no fue hasta después de la revolución de los portales espaciales que se planteó como una opción real.
Empiezo a escuchar a mi equipo entrando al laboratorio, entre ellos también llega Ashtaria. Ella se sienta y prepara su puesto de trabajo para seguir en lo suyo. Klea la ve llegar y luego me mira con una sonrisa pícara antes de regresar a su escritorio, sin perderme de vista. Cierro las ventanas y me dirijo hacia donde está Ashtaria.
—Ashtaria, si quieres ya podemos reunirnos para explicarte los reportes.
—No, ya no hace falta. Ya encontré lo que estaba buscando, gracias.
—¿Quién la entiende? —me pregunto en tono gélido y bajo.
Klea, observando la escena desde su escritorio, me asiente con ojos exaltados, como si dijera: «Te lo dije».
Las horas de trabajo transcurren lentamente hasta que, por fin, llega el momento de regresar a casa. Antes de irme, debo concluir con la organización de unos datos cruciales de la misión. Solo quedamos Klea, Ashtaria y yo en el laboratorio, sumidos en la tranquila soledad del lugar.
—¿Kiharu, aún no terminas de ordenar? —me pregunta Klea.
—No, pero no creo demorar mucho.
—Bueno, yo me tengo que ir —dice Klea, acercándose a mí. Se sienta sobre mi escritorio y, sorpresivamente, se acerca con una sonrisa coqueta, rozando mi oreja—. Nos vemos mañana, te estaré esperando fuera del coliseo —dice en tono bajo, seductor.
«Klea, ¿esto es lo que estás tramando? ¿Darle celos a Ashtaria?... Vaya, no conocía esta parte coqueta de ti. Ese aroma que viene de tu cabello, dulce y suave, es deleitante».
—O-Ok…
Klea me guiña un ojo antes de marcharse, su coquetería deja un aire más pesado en el laboratorio. Apenas cruza la puerta, Ashtaria se levanta de su escritorio, rompiendo la quietud del laboratorio.
—Veo que te llevas muy bien con la nueva...—dice sin verme a la cara.
—Ashtaria...
—Me voy.
Ashtaria se levanta de su escritorio y sale más molesta de lo habitual. Siento un profundo deseo de arreglar las cosas con ella, pero se ha marchado apresuradamente, como si evitara cualquier intento de reconciliación.
Camino por el largo pasillo del palacio, sumido en mis pensamientos sobre Klea y su reciente actitud. Nunca antes había coqueteado conmigo ni había hecho que la viera bajo esta nueva luz. Es increíblemente linda, divertida, y su fragancia es embriagadora. Sin embargo, debo evitar confundir las cosas; mañana necesito aclarar todo esto, estoy seguro que solo busca darle celos a Ashtaria.