Esta es la belleza que cualquier otro planeta podría envidiar. La estrella comienza a descender, indicando la llegada inminente del atardecer. En esta tenue claridad, observo como todo está cubierto por un pasto adornado con pequeñas flores de vibrantes colores. Los árboles danzan al son del viento, y diminutas criaturas aletean a mi alrededor, como si trataran de convencerme de que formo parte de este maravilloso lugar. Pero lo más hermoso de todo es ella, esa mujer que, con asombro, contempla las aguas de un relajante riachuelo.
—¡Kiharu, ven a ver esto! —me llama Neefar, haciendo señas para que me acerque.
—¿Qué encontraste? —le pregunto mientras camino hacia ella.
Al llegar a la orilla del riachuelo, bajo la mirada para ver qué la tiene tan entretenida. Lo que encuentro es fascinante: seres vivos desplazándose a través del agua.
—Este planeta me sorprende cada vez más —dice Neefar, impresionada.
En Mikadea, ya no existen seres vivos que puedan vivir en el mar o en los ríos. Hace cientos de órbitas que todos se extinguieron. Por eso, encontrar algo así en este planeta es asombroso.
—Veamos de qué está compuesta el agua —dice Neefar mientras saca de su mochila un kit de laboratorio.
Deposita las muestras del agua en una pequeña placa, la levanta contrastando con el cielo y observa detenidamente.
—Es agua muy cristalina, lo más seguro es que sea potable —comenta, examinando el contenido.
—Esperemos que sí —respondo, intrigado.
Neefar saca un pequeño dispositivo de su mochila e inserta la plaquita en él. De inmediato, un holograma se proyecta sobre el dispositivo, desplegando una pantalla llena de datos.
—Ok, interesante —murmura mientras revisa los datos arrojados en la pantalla.
—Y bien, ¿qué encontraste?
—Calma, calma —dice, agregando comandos y fórmulas en la pantalla holográfica.
Mientras Neefar trabaja, me quedo observándola en silencio. Hay algo hipnotizante en la manera en que se concentra, su mirada fija y decidida, sus manos moviéndose con precisión. El resplandor del holograma ilumina su rostro, resaltando sus facciones con un resplandor etéreo. Me deleito en el simple acto de verla trabajar, admirando su inteligencia y dedicación.
—Va a ser algo incómodo si te me quedas viendo de esa manera —menciona, mostrándose un poco cohibida.
—No, no. Tú tranquila, haz como si yo no estuviera aquí —intento tranquilizarla.
—Para mí es… imposible ocultar t-tu presencia —dice, un poco nerviosa—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, me pasa igual... —admito, sintiendo cómo la tensión se disipa un poco entre nosotros.
Nos regalamos una sonrisa tierna con toques de coquetería. Neefar deja ir un suspiro y retoma sus análisis. Creo que la he desconcentrado un poco; la veo algo distraída.
Mientras ella trabaja, me quedo observándola, fascinado por su concentración y habilidad. Sin embargo, noto que está tardando en sacar los resultados del análisis. No comenta nada de lo que va encontrando, así que no tengo idea de cómo van las cosas.
De repente, apaga el dispositivo y camina hacia el riachuelo. Se arrodilla en la orilla y por se queda mirando el agua. Espero...Eeeh... ¿Qué está haciendo?
—¡No, Neefar, ¿qué haces?! —me exalto al ver que desintegra los guantes bariónicos—... ¡Puede ser peligroso!
Ella, tan confiada, pasa por alto mis preocupaciones. Sumerge por completo la mano izquierda, creando una especie de remolino en el agua provocado por su poder gravitatorio. Luego la saca, la inspecciona y vuelve a meterla.
—Los resultados son favorables para los mikadeanos. El aire también ha dado buenos resultados.
—Entonces también analizaste el aire…
—Así es —responde Neefar mientras desintegra su casco. Su ondulado cabello cae suavemente sobre sus hombros. Ella cierra los ojos, respira profundamente, y luego sonríe con gratitud—. ¡¿Qué esperas?!... Respira y siente el aroma de este planeta —me anima, regalándome una amplia sonrisa.
Confío plenamente en los resultados de Neefar; su inteligencia y capacidad de análisis superan a cualquiera.
—No se diga más —digo, desintegrando mi casco e inhalando profundamente por primera vez.
La fragancia de plantas extrañas y exóticas impregna el aire con un olor a clorofila, mezclándose con el aroma del suelo húmedo. Todo en este lugar parece estar vivo, respirando en sincronía con nosotros mientras nos adentramos más en su misterioso entorno. Decido sentarme sobre el pasto y recostar la espalda sobre el suelo. Mis ojos se ajustan lentamente a la brillante claridad del cielo. Nube tras nube parecen deslizarse con parsimonia sobre el azul, tan blancas que provocan ganas de abrazarlas.
—¿Crees que los Tiakamitas nos permitirían vivir junto a ellos en este planeta? —me pregunta Neefar, acostándose a mi lado.
—Sería perfecto, pero ¿cómo podríamos hacerles entender? —respondo, sintiendo la cercanía reconfortante de Neefar.
Ella voltea hacia mí, una sonrisa luminosa ilumina su rostro.
—Ese es el problema.
—¿Sabes?... Hay algo más que me tiene muy intrigado —comento en voz baja.
—¿Qué? —Neefar me mira con curiosidad.
—¿Cómo hago para hacerte entender que estoy enamorado de ti? Que no quiero estar con nadie más que tú.
Luego de un corto silencio, responde:
—Solo el tiempo me hará entender —responde, con un dejo de pesar en su voz.
Dimos un último vistazo al lugar, sintiendo una mezcla de emociones mientras contemplábamos la belleza del entorno que habíamos descubierto juntos. Acordamos regresar en otro momento, esa fue mi promesa para ella.
Estoy de vuelta en mi habitación, con la mente siendo transitada por una nueva inquietud: no saber cuánto tiempo le tomará al tiempo hacerle entender a Neefar lo que siento por ella. La incertidumbre se aferra a mis pensamientos, haciéndome reflexionar sobre cómo expresar mis sentimientos de manera clara y sincera, sin apresurar las cosas ni perder la oportunidad de estar a su lado.