Zenfrex - El Poder De Mantenerte Con Vida

65. Revuelta en las minas

La refrescante brisa de la tarde alivia la tensión de mi rostro mientras desciendo a gran velocidad la interminable escalinata del Dominio Élite. Neefar corre tras de mí, gritando mi nombre e intentando detenerme. Es evidente lo irritado que estoy; quiero golpear a Handul con todas mis fuerzas, y ahora tengo un motivo adicional para hacerlo.

Al llegar al suelo de los senderos del asentamiento, el crujido de las piedrecillas bajo mis pisadas aceleradas hace que varios obreros en el área del almacén giren la cabeza, curiosos. Desde aquí, puedo ver cómo se transporta el oro desde los vagones que ruedan por la línea de riel que conecta con el almacén. El sonido metálico de las ruedas sobre el riel resuena de manera rústica.

Si sigo la línea del riel, llegaré hasta las minas, donde seguramente se encuentra Handul. Según Neefar, esa zona está caldeada y, como es su deber mantener el orden, debe estar vigilando el área.

—¡Kiharu, por favor, detente! —Neefar corre más rápido, logra alcanzar mi brazo y me detiene al sujetarlo con fuerza.

—Neefar, no interfieras. No quiero que resultes lastimada —le digo con rudeza, liberándome de su agarre y avanzando hasta dejarla atrás.

—¡¿Lastimada?! —La escucho correr, y al alcanzarme, empieza a caminar a mi ritmo—. ¡¿Qué piensas hacer con tu hermano, Kiharu?!

Me detengo para responderle:

—¡Ese maldito me…! —mi frase queda en suspenso al ver pasar un vagón de madera vacío y destrozado sobre el riel.

Neefar, notando mi sorpresa, se da vuelta para ver lo que me ha dejado atónito.

—¡¿Qué demonios…?!

Enfoco mi vista más allá, a los vagones que le siguen, y mi sorpresa aumenta al ver que los próximos dos vagones también están destruidos.

—Kiharu, parece que algo no está bien en las minas…

—¡Vamos!

Las dos naves sobrevuelan las llanuras cercanas al asentamiento, justo donde luchamos contra Trox. Abajo, la larga línea de rieles que conduce a las minas está salpicada de vagones completamente destruidos. Parece que los agresores han usado algún tipo de herramienta o arma para romper la madera. En todo el planeta, no hemos encontrado ningún ser vivo capaz de causar tal daño, y los únicos con el poder suficiente serían los Tiakamitas. Sin embargo, dudo que ellos estén involucrados.

A lo lejos, la zona minera aparece en medio del caos. Lo que mis ojos captan es un completo desastre: mineros y soldados de la fuerza armada están envueltos en una batalla campal, creando un disturbio generalizado.

—¡Neefar, esto se ha salido de control! ¡Hay que llamar al resto de la élite! —le ordeno a través del sistema de transmisión de la nave.

—¡Entendido!

Mientras sobrevolamos la zona minera, me doy cuenta de que los vagones están siendo destruidos por los propios mineros. Lanzan rocas y los golpean con... ¿partes de la maquinaria de perforación? ¿Cómo ha permitido Handul esto?

Activo la zona de evacuación, cruzo el portal de la nave y aparezco bajo la luz cilíndrica del portal que me lleva a aterrizar. Noto que Neefar aún no ha evacuado su nave; levanto la mirada hacia el cielo y observo que sigue iluminada bajo un cielo que comienza a oscurecer. Ella debe estar contactando a la élite, así que decido tomar el control de la situación mientras llegan los refuerzos. Lo primero es encontrar a Handul y entender qué ha desatado todo este caos.

—¡HANDUL! —grito, logrando que los Mikadeanos más cercanos se percaten de mi llegada.

Corro hacia el epicentro del tumulto, abriéndome paso entre la multitud frenética. A medida que avanzo, siento el impacto de cuerpos que chocan contra mí, arrastrándome con la fuerza de aquella batalla que se libra a mi alrededor. Los gritos y el estrépito de las armas resuenan en mis oídos, y el caos me envuelve. La fuerza armada domina claramente la situación, ya que cuentan con armamento superior que utilizan sin piedad para herir y aturdir a los mineros. Las ráfagas de energía de sus armas se mezclan con el sonido de los gritos de dolor, creando una sinfonía de violencia que marca la brutal diferencia entre los dos bandos.

Los mineros, desesperados, luchan con herramientas improvisadas y fragmentos de la maquinaria de perforación que han convertido en armas. Cada golpe de estos improvisados instrumentos contra los soldados tiene un eco de impotencia. La disparidad en el equipamiento es evidente, y la situación se torna aún más desesperada a medida que los mineros son sometidos a una paliza brutal por parte de la fuerza armada, que parece disfrutar de su superioridad con una crueldad desmedida.

Me agacho frente a un cuerpo y rápidamente verifico sus signos vitales... Sigue vivo. Levanto la vista y veo a otro minero alzando un gran tubo metálico. Golpea a un soldado en la nuca, y este cae al suelo.

—¡ALTO! —grito, sujetando al minero por la ropa y apartándolo del soldado, quien aún está consciente y se levanta tambaleándose.

—¡Señor Kiharu! —me saluda tambaleándose, con un hilo de sangre descendiendo por su boca—. Bienvenido de vuelta a Tiakam, señor.

Lo agarro del cuello de su uniforme oscuro y lo acerco bruscamente.

—¡¿Dónde carajos está Handul?!

—N-No está, señor —responde nervioso—. Dejó al superior Krame a cargo de la situación.

Lo suelto y comienzo a buscar al superior Krame. Él es quien está justo debajo del rango de Handul en la fuerza armada, un estratega experimentado cuyas órdenes suelen ser acertadas. Me sorprende que esté permitiendo este desorden; no es propio de él.

Encuentro a Krame golpeando brutalmente a un minero. Le asesta golpes uno tras otro, y el minero está a punto de perder el conocimiento.

—¡¿Qué crees que haces, Krame?! —le grito mientras corro hacia él.

—Señor Kiharu —responde agitado, dejando el cuerpo del minero tirado en el suelo—, solo estoy siguiendo órdenes del señor Handul.

—¡¿Qué?! ¿Acaso te ordenó atacar a los mineros?

—Me dijo que, si se negaban a trabajar, usáramos la fuerza contra ellos…, que si nos atacaban, debíamos responder con la misma moneda, que debíamos hacernos respetar.




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