El desalojo de la cueva es tan silencioso y doloroso como el propio sufrimiento que llevábamos dentro. Nuestros pasos, pesados y lentos, se mueven sin rumbo claro hacia una débil luz que nos conduce a la salida de la cueva. Cada movimiento se siente como una carga adicional, y el peso de la tragedia nos oprime el pecho. El ambiente estaba saturado del nauseabundo olor de la putrefacción, que se aferra a nosotros como un manto opresivo. El inconfundible aroma de la muerte nos persigue, recordándonos la brutal realidad que hemos dejado atrás.
En silencio, nos subimos a las naves. Nuestros rostros reflejan una tristeza profunda y una sensación de derrota. La ruta hacia el asentamiento parece interminable, como si cada minuto que pasa intensificara el dolor que llevamos en el corazón. Cada uno de nosotros está atrapado en sus propios pensamientos, sumido en una tristeza que se niega a desvanecerse.
—Señores, reunión de emergencia, esperen mi pronta llegada al Dominio Élite. Yazu, tú igual ven, por favor. Los quiero a todos reunidos —envío el mensaje con una voz que intenta mantenerse firme, aunque no puede ocultar la angustia y la fatiga que siento.
El Dominio Élite del primer asentamiento se convierte en el escenario de nuestra desesperanza. Todos los miembros de la élite se han congregado allí, y la atmósfera está cargada de una preocupación palpable. Puedo ver en sus rostros la inquietud y el pesar; saben que la razón de esta reunión es algo grave. Mi propio rostro, aún marcado por el dolor, no logra ocultar la magnitud de la tragedia que estamos viviendo.
—Ya que estamos todos, empecemos con la reunión —digo con voz temblorosa, tratando de imponer un tono de profesionalismo que no refleja cómo me siento por dentro.
—Falta Klea, Kiharu —Brawn revisa su brazalete de transmisión con una expresión preocupada—. He intentado comunicarme con ella, pero no he tenido éxito.
—Klea no va a venir, Brawn —le informo con un sollozo que apenas logro contener.
La expresión en el rostro de Brawn cambia de preocupación a una comprensión dolorosa. Mira a Neefar, quien, con un gesto de tristeza que no necesita palabras, simplemente niega con la cabeza y deja caer una lágrima. La intensidad del sufrimiento es cada vez más evidente.
—¡¿Qué ha pasado, Kiharu?! —Brawn grita con terror, su rostro enrojecido—. ¿Por qué no viene Klea?! —En su desesperación, se levanta de la silla y golpea la mesa con furia—. ¡DIGAN ALGO!
—¡ESTÁ MUERTA! —me levanto también, el dolor incontrolable asfixiando mi voz—…, y no la podemos revivir… —una lágrima se desliza por mi rostro—, porque un Crooler la decapitó y tomó su lugar durante aproximadamente dos días. Nadie se percató de ello, nadie notó que en realidad esa no era Klea, y se suponía que era nuestra amiga
Ashtaria se levanta y me presiona sobre el hombro, intentando calmarme y llevarme de nuevo a la silla.
—Ya, tranquilicémonos...
Brawn, con la angustia apoderándose de él, no puede más. Sus ojos, enrojecidos por el dolor y la desesperación, se llenan de lágrimas que empiezan a brotar sin control. Su cuerpo se sacude ligeramente con cada sollozo que emana de su garganta. Finalmente, no puede soportar más el peso del sufrimiento que lo consume y, con un gemido ahogado, se levanta de su asiento. Su rostro está una mezcla de desesperanza y resignación, una expresión que refleja la profundidad de su abatimiento. Caminando con pasos vacilantes hacia la puerta de la sala, sus hombros encorvados bajo el peso invisible de su tristeza. Mientras lo vemos alejarse, el silencio en la sala se vuelve abrumador. La presencia de Brawn, cargada de dolor, deja una marca en el ambiente, y todos en la sala lo observamos, inmóviles, con un sentimiento compartido de impotencia y desolación. Cruza la puerta con un golpe seco, estrellándola tras su espalda con una fuerza que retumba en el silencio.
—¡¿Cómo es posible, Kiharu?! —exclama Yazu, su voz cargada de incredulidad y furia—. Se suponía que habíamos erradicado a su raza, que habíamos acabado con lo último que quedaba de ellos.
—Según lo que nos ha dicho Trox —respondo con voz tensa—, hace millones de años, los Crooler sembraron vida de su propia especie en este planeta. Ahora, esos Crooler están conviviendo con los Tiakamitas. Ellos se ven a sí mismos como la raza más avanzada y civilizada de este mundo, y están sometiendo a los Tiakamitas bajo su yugo.
—Así que los Crooler nos han vuelto a declarar la guerra —dice Foxer con una voz grave.
—Sí, debemos estar claros en que ellos van a ir tras cualquiera de nosotros. Somos el objetivo de los Crooler.
—¿Hay forma de identificarlos? —pregunta Yazu con una nota de preocupación en su voz.
—Sí, tienen sangre verde. Aunque pueden alterar su apariencia de manera completa, el color de su sangre y el volumen de su cuerpo permanecen inalterables. Es decir, no podrán transformarse en algo tan pequeño como un insecto.
—Entonces procuremos que, en cada reunión, al menos cada participante muestre el color de su sangre. Con un pinchazo bastaría.
—Es una excelente idea, Yazu, muy bien —le respondo con una sonrisa cansada.
Me levanto de la silla y, utilizando mis nanopartículas, creo una pequeña aguja metálica.
—Voy al laboratorio químico a buscar algo para esterilizar la aguja, no demoro —les digo mientras observo sus rostros de abatimiento—... Y que nadie salga. ¿Ok?
—Ok —responden todos en un murmullo.
Salgo de la sala de reuniones y camino por el pasillo hasta llegar a la puerta del laboratorio químico. Al abrirla, me apresuro a buscar la sustancia para esterilizar los instrumentos. No tardo mucho en encontrarla.
Al salir del laboratorio, noto la presencia de alguien al final del pasillo. Al desviar la mirada, veo la silueta de Brawn, de pie, con la mirada agachada, sus codos descansando sobre la baranda de arcilla que conforma la terraza. Desde aquí, percibo su profunda depresión y el resentimiento que siente hacia el mundo. Sé que debo ir a él e intentar consolarlo, comprendo cuánto ha querido a Klea y lo crucial que ella ha sido para él.