Han pasado dos órbitas desde que descubrimos la mayor debilidad de los Crooler: la electricidad. Los Yowta tenían razón; los Crooler de Tiakam no soportan la electricidad. También acertaron en cuanto a su parentesco con los tiakamitas. Tras analizar el ADN, confirmamos que los tiakamitas son descendientes de ellos; los tiakamitas tienen sangre Yowta. Por lo tanto, mientras permanecemos en este planeta, nos comprometemos a proteger a esta raza que lleva tiempo al borde de la extinción.
Para nuestra protección, construimos dos antenas, una en cada asentamiento, ambas situadas detrás de los edificios del Dominio Élite. Estas antenas fueron fabricadas con el escaso metal restante de las maquinarias. En la cima de cada antena se encuentra una cúpula hecha de metales conductores; debajo, se extienden barras de hierro que permiten la conductividad de la energía. Las antenas han sido muy efectivas, impidiendo que los croolers crucen hacia los asentamientos. Dado que no tenemos recursos para construir una tercera antena en la aldea tiakamita, hemos permitido que los primitivos vivan dentro de la barrera que rodea el asentamiento. Ya han sido evolucionados con los Zenfrex: tienen su propio lenguaje, aprendieron a usar el fuego, a cocinar carnes, a cultivar, a trabajar con arcilla y a construir viviendas más resistentes. Los tiakamitas han avanzado en inteligencia, y ya no se les puede considerar primates. Les explicamos que la vida fuera de la barrera es peligrosa, que las bestias que habitan allá podrían engañarlos y matarlos con facilidad. Sin embargo, son algo testarudos y últimamente ha sido difícil controlar su comportamiento. No obedecen algunas de nuestras órdenes, muestran signos de agresividad y han perdido el respeto que solían tener hacia mí.
He estado viviendo en el segundo asentamiento, construido en la cintura del nuevo continente. Aquí, el clima es más fresco y húmedo, lo que resulta más agradable para los mikadeanos. Sin embargo, esto no nos exime de continuar con la producción de oro y mantener abiertas las minas del otro lado del planeta. Los obreros de Mikadea trabajan en este lado del mundo, mientras que los tiakamitas lo hacen en el continente más cálido.
Desde la terraza de mi habitación, puedo ver una suave neblina en la tenue claridad matutina. Es un hermoso paisaje tropical que disfruto mientras sostengo la cálida taza de té que Neefar preparó para mí. Me he acostumbrado tanto a esto que me resulta doloroso imaginarme un amanecer diferente.
—Esta es una de las cosas que más voy a extrañar al regresar a Mikadea —dice Neefar al acercarse por detrás, rodeándome la cintura con uno de sus brazos mientras nuestras miradas se encuentran.
—Tienes razón, pero deseo regresar a Mikadea lo antes posible. Sé cuánto anhelas tener un hijo —acaricio sus mejillas mientras contemplo el brillo en sus ojos—. Al igual que tú, quiero que nuestros hijos nazcan en nuestro planeta.
—Una vez que estemos en Mikadea, activaré mi fertilidad y buscaremos a nuestro primer hijo inmediatamente… Aunque te confieso que deseo tenerlo ya.
—Podrías estudiar la fórmula del medicamento de fertilidad y luego reunirte con otros médicos para recrearlo. Probarlo con algunas mikadeanas aquí en Tiakam que deseen reactivar su fertilidad.
—Es una buena idea… —responde, acercándose a mí con una suave seducción en su voz.
En esta mañana tranquila, los labios de Neefar tienen un sabor dulce, como si llevaran el néctar más exquisito de las flores que cubren los campos de Tiakam. La suavidad de su piel es un placer bajo mis dedos mientras acaricio sus mejillas, percibiendo cada pequeño detalle, cada pequeño temblor que provoca mi toque. Sus manos, firmes y a la vez delicadas, se posan detrás de mis orejas, atrayéndome más hacia ella. Su cercanía me envuelve en un cálido susurro, como si sus manos y su mirada me hablaran sin necesidad de palabras, llenando el aire de un deseo compartido y de una paz que solo ella es capaz de darme.
«Oh, Neefar, esa túnica traslúcida resalta la hermosa figura de tu cuerpo, me hace desear regresar contigo a la cama, pero tengo trabajo importante hoy».
—Es hora de ir a trabajar.
—Hoy te vas más temprano de lo normal —dice Neefar con una tierna súplica en su expresión.
—Recuerda lo que nos dijo Ashtaria: los tiakamitas parecen estar tramando algo, y quedamos en que Ashtaria iba a espiarlos en la madrugada.
—¿Entonces vas a ir con ella? —Su tono refleja molestia. Retrocede unos pasos, desvía la mirada hacia el paisaje tropical y se queda pensativa y en silencio.
—Necesitamos saber qué están planeando los tiakamitas, y Ashtaria es la única con poder de invisibilidad. Solo ella puede infiltrarse sin ser vista.
—¿Y tú qué vas a hacer allí? ¿Acaso también puedes volverte invisible? —Levanta los brazos y encoge los hombros, mostrando lo molesta que está—. ¡No! No es necesario que vayas. Puedes recibir los reportes desde los sistemas de transmisión.
—Pero, Neefar... —dije, llevándome una mano al rostro y frotándolo con intensidad en un intento de calmarme—. Por favor, no empecemos de nuevo con esto.
—¿Por qué siempre tienes que correr hacia ella? ¿Por qué siempre inventas cualquier excusa para reunirte con Ashtaria?
—No estoy inventando excusas. Quiero estar presente. Sabes que podría desatarse otra revuelta, ¿no?
—¿Crees que ella no puede manejar a los tiakamitas sola?
—¡Por favor, Neefar, deja de comportarte así! También deberías preocuparte por ella; es tu amiga.
Neefar menea la cabeza, inconforme con mi decisión, da media vuelta y entra al baño, cerrando la puerta tras de sí. Presiento que va a empezar a llorar…
«Me duele hacerte llorar».
Me detengo frente a la puerta del baño, intento abrirla, pero está trancada.
—Amor, sal de ahí y hablemos, por favor.
—Ya vete, Kiharu —responde su voz congestionada.
—No quería hacerte sentir mal. Solo quería que entendieras que Ashtaria también es miembro de la élite. Lo sabes, Neefar; no será la última vez que trabaje con ella. Por favor, entiende.