Narrado desde la perspectiva de Trox.
El plan es el siguiente: abordaré la nave en la que llegó la mikadeana y viajaré con ella hacia la nave nodriza que orbita Tiakam. No puedo simplemente teletransportarme directamente al interior de la nave nodriza, ya que no estoy familiarizado con su disposición interna. Por eso, Ashtaria me permitirá ver a través de los ventanales de la nave para que pueda orientarme. Una vez a bordo, realizaré un rápido recorrido por los pasillos para memorizar el mapa y luego regresaré frente a la milicia de Yowta para comenzar el proceso de teletransportación, llevándolos de dos en dos. En cuestión de minutos, toda la fuerza de Yowta estará invadiendo la nave nodriza de Mikadea.
Frente a la mirada de cientos de soldados yowtas, observo cómo Ashtaria es abducida por su nave de batalla. Las luces de la nave se encienden y una compuerta en la parte inferior comienza a abrirse, indicando el punto de entrada.
Entro gateando al compartimiento de la nave, con mi espada enfundada tras mi espalda. El espacio es sorprendentemente reducido, pero resulta cómodo y con gravedad nula. La vista es impresionante, y aunque no sé exactamente para qué sirve esta sección de la nave, me conformo con que me lleve a la nave nodriza.
La nave se eleva del suelo rojizo y acelera a una velocidad extraordinaria a través del cielo, cruzando la atmósfera arenosa y adentrándose en el oscuro espacio estrellado. La tecnología mikadeana es impresionante; ninguna de nuestras naves puede alcanzar semejante velocidad. En poco tiempo, estamos navegando alrededor de la nave nodriza de Mikadea.
—Esta es la nave, Trox —la voz de Ashtaria se oye suavemente por todo el compartimiento—. Me acercaré un poco más para que puedas ver el interior.
La nave de Ashtaria tiene un exterior plateado, pero el interior es completamente transparente. Desde aquí puedo ver cada detalle de la nave nodriza de Mikadea: su estructura metálica oscura, rodeada de ventanales que muestran la vida cotidiana de los mikadeanos. Las habitaciones parece muy concurrida, así que espero que Ashtaria siga avanzando.
Finalmente encuentro una habitación vacía, ideal para entrar sin ser visto.
—Ashtaria, ¿es buena idea entrar por esta habitación? —pregunto, dudando si puede escucharme.
—Sí, esta es una de las salas de relajación. Conecta con un pasillo poco transitado.
—Perfecto —respondo y me teletransporto al instante.
Dentro de la nave mikadeana, la gravedad es similar a la de Tiakam, lo que hace que cada paso sea un esfuerzo significativo. Me teletransporto cerca de la puerta principal de la sala, la abro, desenfundo mi espada y examino el pasillo. No hay nadie a la vista, así que continúo avanzando por el pasillo, empuñando mi espada.
—¡Ey! ¿Tú quién eres? —Un mikadeano que acaba de salir de una habitación me descubre. No respondo y me teletransporto frente a él, atravesando su tórax con mi espada.
El mikadeano grita de dolor y cae inconsciente, desangrándose. Me aseguro de que nadie haya oído el grito y continúo con mi misión.
No ha sido el único mikadeano que he matado en esta exploración inicial. En un comedor, elimino a unos veinte más. Aunque no era necesario matar a tanta gente, empezaba a aburrirme y necesitaba algo de diversión.
Al salir del comedor, suena una alarma. La élite mikadeana ya está al tanto de mi presencia, pero no me preocupa. El único mikadeano peligroso es Handul, y estoy seguro de que no podrá tocarme. Mi poder es el más ventajoso de todas las singularidades, incluso frente a Neefar, solo debo evitar distraerme.
He descubierto muchas habitaciones en la nave nodriza: laboratorios, oficinas, invernaderos, salas de estudio… y he matado a muchos más mikadeanos. Algunos visten trajes militares de Mikadea y portan armas de energía fotónica, pero no son rivales para mí. Soy demasiado rápido para sus punterías, y sus disparos solo terminan desperdiciados en las paredes metálicas.
—¡Sal de nuestra nave, Trox! —Kimku aparece armado de metal frente a mí.
—He venido a traerles la guerra. Solo me retiraré si detienen la matanza en Tiakam.
—No lo haremos, Trox.
—Entonces prepárense para las consecuencias —sonrío de medio lado y me teletransporto frente a él.
Lo que más extrañaré de este poder es la capacidad de teletransportarme de un lugar a otro en menos de un segundo. Hace un momento estaba en la nave nodriza mikadeana, y ahora estoy frente a la milicia de Yowta, lista para comenzar la teletransportación.
—¡Señores! —recuerdos de un futuro que me produce escalofríos pasan por mi mente—… ¡Es hora de ir a la guerra!
Los soldados de Yowta levantan sus pesadas espadas y rugen en un potente grito de guerra.
De dos en dos, los soldados son teletransportados hacia la nave nodriza de Mikadea. Cada viaje me toma medio segundo. Los mikadeanos apenas tienen tiempo de pestañear antes de encontrarse rodeados de yowtas armados. La escena es caótica: me teletransporto y veo sangre salpicada por los aires, mikadeanos agonizando en el suelo, y algunos yowtas abatidos por los disparos de energía fotónica. Los relámpagos chispeantes cruzan a mi costado cada vez que me teletransporto, intensificando el conflicto.
La guerra ha comenzado, la guerra que vislumbré en mi futuro final.
Después de teletransportar a los últimos soldados, decido buscar a Ashtaria. Recorro la nave nodriza en busca de ella, pero no la encuentro. Tal vez aún esté en la plataforma de aterrizaje.
De repente, siento la atracción clara de otra singularidad; probablemente es Neefar. Empiezo a creer que Ashtaria podría haberse encontrado con ella en la plataforma de conexión con la escotilla. Si Ashtaria la ve, intentará detenerla, ya que es la responsable de poner en crisis a Tiakam.
Guiado por el intenso y alterado sentimiento de odio que siento por Neefar, avanzo por los pasillos como una sombra letal, mi figura desapareciendo y reapareciendo en estallidos de luz. Cada teletransportación es rápida y precisa; en un segundo, me encuentro frente a un grupo de mikadeanos que apenas tienen tiempo de alzar sus armas antes de que mi espada atraviese sus defensas. La hoja brilla en el aire, cortando armaduras y carne con una facilidad que roza lo irreal. Los rostros de los enemigos se congelan en una mezcla de terror y desconcierto mientras intento no detenerme, sumido en una furia silenciosa.