Desperté con varios puntos de sutura surcando la zona cervical y la zona dorsal de mi espalda, como prueba infalible de que mi anterior vida no fue sólo una horrible pesadilla sino algo meramente real. También desperté con una extraña marca en mi pierna izquierda que esbozaba, a modo de escarificación, un nudo que formaba tres óvalos simétricamente iguales que acababan en punta y que se entrelazaban formando un círculo en su centro, rodeado de signos rúnicos, era el símbolo de la triqueta. Toda la parte de la piel, donde cubría el símbolo, había sido negrecida, como si fuese un tatuaje, de modo que la escarificación del símbolo también era negra. Durante un tiempo el dolor se albergó en aquella parte de mi piel, aún más que en las suturas de mi espalda, y pronto me percaté que podía sentir dolor de manera natural. Más tarde me percataría también que no sólo el sentido de mi tacto había cambiado sino que mis otros sentidos se habrían normalizado de igual forma. Sensorial y físicamente me había convertido en un niño completamente normal. Quería saber la creación y el significado de aquella marca en mi pierna izquierda, pero Miklós sólo se limitó a decirme que no hiciera más preguntas pero que a partir de ese momento llevaría una vida completamente normal, y que en gran parte de ello se debía a aquella marca. Entonces supe que aquello no era malo, y si aquella marca me volvía un niño que ya no escuchaba más allá de sus propias paredes disfrutando del silencio de la noche, si aquella marca me hacía ver las cosas y los colores como todos veían el mundo a su alrededor, si aquella marca me permitía disfrutar de todos los alimentos y sabores sin que me hicieran daño, entonces estaba feliz por llevar esa marca, por más tenebrosa o rara que sea, cual medicina que sabe mal, la tragaría sin pensarlo porque de eso dependía la erradicación de la enfermedad que me venía en forma de gritos y malestares, dando paso a la sanidad de mi alma.
El tiempo transcurrió, tiempo en el cual pasé largas horas aprendiendo a defenderme gracias a Miklós quien, siendo experto en el arte marcial israelí del Krav Maga, me entrenó y me enseñó cuanto pudo. El entrenamiento comenzaba por las mañanas y finalizaba por las tardes, cuando había llegado la hora de aprender a tocar las alegres y melancólicas melodías de Ludwig van Beethoven en el piano siempre junto a mi maestro y tutor Miklós Lykaios. Tiempo en el cual Miklós, a mi lado, se convertía con cada segundo, minuto, hora, día y año, en mi padre, tiempo en el que fui el chico más feliz del mundo; hasta el momento de su partida. No sabía que había ocurrido con él, desapareció como una vez Aquileo lo hizo. Sólo me quedaban como su recuerdo la casa del lago y aquel antiguo reloj de bolsillo en la mano, el cual llevaba el mismo símbolo de mi pierna izquierda. Volví a sentir aquel sofocante y horrible sentimiento. A mis 16 años, sentía que me habían abandonado de nuevo. Otra vez solo. Él, en el día simbólico de mi cumpleaños, el día que llegué a su casa en el lago, me dijo que se iría y me prometió volver cuando las manecillas del reloj marcaran las 12 de la noche. Me entregó el reloj cerrado en las manos y me dijo que no lo abriera hasta haberse ido y que por nada en el mundo lo extraviara. Pensé que era un reloj muy caro, pero para mi sorpresa, el reloj estaba descompuesto, lo descubrí al momento de abrirlo. Salí a buscarlo, corrí sin rumbo fijo a mitad de la noche, adentrándome entre las frías calles de la república checa, como un pequeño cachorro abandonado a su suerte. Tenía mucho miedo, no por la oscuridad o por las caras desconocidas y vigilantes en la noche, sino porque comenzaba a sentir, cada vez más fuerte, lo mismo que sentí cuando perdí a Aquileo y a Helena. Un pequeño ladrido llamó mi atención por un segundo. Bajé mi mirada y junto a mis pies se hallaba un perro, era casi un cachorro. No había de tener más de cinco meses. Era el cachorro de un perro lobo checoslovaco. Por instinto me alejé, pues me producía temor pese a tener la apariencia de un cachorro juguetón que se acercaba con la simple intención de recibir comida o la caricia de una mano afable. Caminé de vuelta a casa pero aquel animal echó a correr hacia mí, trastabillé y caí sentado por la impresión, a pesar de los años no había superado el trauma de aquellos enormes y afilados colmillos desgarrando mi carne, una vez fui abatido por el enorme peso, quedando entre las patas y a merced de las hambrientas bestias. Instintivamente me cubrí el rostro con el que tenía sujetado el reloj, momento en el cual el perro aprovechó para despojarme de mi posesión y salir corriendo cual peludo ladrón. Pese al miedo, no permitiría que me fuese arrebatado aquello que ahora veía como mi tesoro más preciado. Así que corrí detrás de aquel perro. La persecución había tardado varios minutos, hasta que el perro por fin se detuvo cerca de una discoteca. Era la famosa discoteca RYM. Una especie de club nocturno, donde sólo gente con mucho dinero, con contactos e influencias podían acceder. Desde afuera se podía escuchar la música y el bullicio de la gente divirtiéndose. El perro caminó hacia la parte trasera de la discoteca por un oscuro callejón hasta detenerse en la entrada de una puerta negra, le perseguía sigilosamente para no asustarlo, pues no quería que emprendiera la huida de nuevo. De repente, se escuchó un llanto canino, después de eso el perro había desaparecido junto con mi preciado reloj. Caminé por el callejón mientras me culpaba por lo idiota que había sido al haberme descuidado. Comencé a tocar a la puerta negra donde había una pequeña cámara vigilante situada en lo alto del portal. Suponía que aquél era el único lugar donde podía haber entrado. Un minuto más tarde la puerta se abrió y un tipo calvo y gordo con una apariencia atemorizante, con guantes y botas de hule de color negro, y un delantal del mismo color, que parecía el uniforme de un carnicero, salió del umbral. Me preguntó qué quería, de manera brusca y nada afable, y dubitativamente le pregunté de forma temerosa si no había visto entrar a aquel perro. Aquel hombre me volvió a preguntar que dónde estaban mis padres. Tardé en responder un poco contestándole al final con reticencia que estaban en casa esperándome. Su sonrisa, de dientes un poco podridos, plasmada en su siniestro rostro, me decía que sabía que yo estaba sólo. Enseguida me dijo que pasara, que el perro se encontraba adentro. Me quedé callado inmóvil sin saber qué hacer. El tipo me volvió a preguntar de manera abrupta, que si quería al perro y que si no, que no le hiciera perder más su tiempo. Asentí, pues pensaba que era una paranoia mía ver peligros constantes en cada esquina, y quería aquel reloj a como diera lugar. Me apresuré y entré de inmediato. Incluso, en aquel lugar, se podía escuchar la música a todo volumen de la discoteca. Caminé detrás del tipo por un pasillo angosto iluminado sólo por unas barras de tenues luces rojas. Aquello me seguía dando muy mala espina. Sin embargo, sentía que valía la pena arriesgarse por ese reloj. Y mientras iba caminando, aún sin la plena convicción de salir ileso de ahí, de pronto, un dolor agudo y punzante como una mordida profunda que le dio paso a un gran sopor y mareo, me obligó a caer de rodillas. Puse la mano en mi cuello descubriendo al instante el origen de mi abrupto adormecimiento, era un dardo tranquilizante enterrado en mi piel. Enseguida, apareció otro hombre más delgado que el anterior pero también más alto, justo detrás de mí con un arma entre sus largas manos. Sentía como iba siendo arrastrado de los pies por el más gordo, sabía que había llegado de mi hora. El sedante recorriendo mi torrente sanguíneo convirtió ante mis ojos a aquellos dos hombres en los clérigos del orfanato de Hamelín. Poco a poco iba perdiendo la consciencia.
La oscuridad abarcaba todo... La inconsciencia cesaba...
el olor de donde fuese que estuviera era salitre y húmedo. El frio recorrió mi piel, acariciando tenuemente la irracionalidad y la desesperación de sentirme presa en esa oscuridad inmensa.
El dardo, era lo último que mis recuerdos revueltos me traían antes de todo aquello.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí en ese lugar? Las piernas se me hallaban entumecidas; los ojos los tenía abiertos pero no había ni un sólo rastro de una inmunda luz que me sacara de ese suplicio, que me abarrotaba de hastío y miedo en un espacio desconocido y pesadamente frío. Intenté mover mis brazos, pero un horrible sentir se produjo en mis muñecas. Mis tobillos y muñecas estaban apresadas por unos grilletes o esposas. En eso escuché un leve murmullo, no podía ver nada, pero podía escuchar.
-¡¡¿Hay alguien ahí?!!-. Solté la pregunta con sumo recelo y escalofrío, no podía notar alguna presencia más junto a mí, pero podía oír cómo ese ruido comenzaba a tomar un espectro auditivo racional.
Un poco de ese sudor frío emané en el instante en que mi cerebro lo procesó todo. Me había costado trabajo darme cuenta aun a pesar de que era obvio, y me sentí ensimismado y torpe por no notarlo desde antes; estaba cautivo.
-¡Vaya! ¡Al fin despiertas!---- dijo una voz masculina y agradable; parsimoniosa y jovial. Unas pisadas se escucharon y estas repartían su eco a través del lugar. Temblaba de miedo y estupefacción.
Y pronto también la oscuridad comenzó a ceder. Me habían llevado a un cuarto iluminado también con luces rojas, parecía el cuarto oscuro al cual se le hace uso para el revelado fotográfico, el cual no permite ni un rayo de luz ni de esperanza. Allí habían varias jaulas tan grandes como para contener a perros de gran tamaño pero que eran destinadas para confinar a personas y niños como pollos preparados para el matadero.
No sabía dónde me encontraba exactamente pero, por el ruido lejano de la música, era casi seguro que me encontraba en el sótano bajo los cimientos de la discoteca RYM. A mi izquierda, aprisionado en otra jaula como en la que me encontraba, se hallaba, moviéndose de un lado a otro, un hombre quien tenía una expresión de terror. Sentado dentro de otra jaula, a mi derecha, había un hombre enjuto con los ojos cerrados, como de cuarenta años de edad, quien fue el que me había hablado. Le pregunté al de la derecha su nombre y cómo es que había llegado ahí. Dijo llamarse Eshkol. Su nombre era parecido al mío. Y me contó que lo único que recordaba era que caminaba con su perro guía hacia su casa, y de pronto, sintió lo mismo que yo cuando me durmieron. De repente, un ruido nos interrumpió y apareció otro hombre con una máscara de cuero que cubría su rostro, vestido completamente de negro, detrás de una enorme cortina roja. El lugar era muy amplio, nos tenían en una especie de bodega. Le empecé a gritar pidiéndole alguna explicación por la cual estábamos encerrados y que nos dejaran salir. El sujeto, sin mencionar palabra alguna, nos tomó un par de fotografías y luego se marchó.
Pasaron algunos minutos, en eso se abrió otra vez la cortina, y apareció otro sujeto diferente al anterior el cual portaba una máscara un poco extraña la cual se asemejaba a una sonrisa desproporcionadamente grande. El sujeto vestía de manera muy formal y elegante. Se colocó frente a la jaula y nos dijo con sorna lo siguiente:
-Buenas noches caballeros, les doy la bienvenida a lo que será para ustedes, una nueva y gran experiencia que tal vez sea la más interesante y espectacular que hayan vivido. Ustedes tres fueron los más votados para participar en este gran espectáculo que se efectuará en unos minutos. De ustedes dependerá si desean conservar, o no, su vida. Esfuércense para brindar el mejor espectáculo a los ojos de nuestros clientes más exigentes. Bienvenidos sean al Bohemian Collyseum-. Dijo con cierto dejo de afabilidad engañosa. Mi mente se llenaba más de dudas, y le grité al sujeto que por qué nos habían secuestrado o qué habíamos hecho para estar ahí. Que no tenían derecho a privarnos de nuestra libertad. En eso, el sujeto soltó una risa espontánea. Posteriormente se marchó dejándonos con la intriga.
Unos minutos más tarde, entraron varios sujetos de negro con una capucha y nos ordenaron que nos diéramos la vuelta con las manos en la cabeza. Trataba de que no me tocaran, pero no podía hacer nada más que remolinearme en mi aprisionante jaula, pues mis manos no podían liberarse de aquellos grilletes
En eso procedieron a vendarme los ojos, al hombre de la izquierda y a mí, excepto al hombre ciego, y nos movieron a otro lugar. Y mientras nos dirigían con los ojos vendados por un camino sinuoso, logré escuchar varios sonidos como de animales, incluso el imponente rugido de algún animal que parecía el de un león. No éramos maltratados, simplemente nos habían mantenido encerrados en la jaula.
Escuché al tipo de traje elegante decir a los demás con un tono de voz rasposa y muy hostil:
-Preparen la rueda del diablo para la apertura ceremonial del sacrificio de Adán y Eva-.
Me quitaron al fin la venda de los ojos para encontrarnos en un lugar en forma de pentágono que parecía la carpa de un circo, o simulaba serlo, pero en el centro habían tres escenarios metálicos circulares que rodeaban un escenario también metálico y circular. Las luces se encendieron en la carpa mostrando a un público de cincuenta personas, diez en cada palco situado alrededor del lugar, hombres y mujeres usaban máscaras blancas sin expresión alguna, como un símbolo de frialdad y exigua empatía, vestían de manera formal y muy elegante, y bebían en copas de cristal llenas de vino. Había en los alrededores algunos tipos con pasamontañas y que estaban armados con unas Ak-47. Me percaté que habían cámaras de filmación, varias bocinas situadas alrededor de la carpa y una enorme pantalla que se cernía en lo alto de los escenarios. En eso escuché por las bocinas:
-Bienvenidos damas y caballeros, esto es el Bohemian Collyseum, vayan preparando sus apuestas, ya que tenemos una excelente función para ustedes. Así que las apuestas inician en 10 mil bitcoins, recuerden el mejor entretenimiento traído sólo para ustedes-.
Una estrella invertida de cinco puntas se iluminó en tonalidades rojas en lo alto de la carpa mostrando un símbolo que se asemejaba a la flor del lirio heráldico pero con la cruz egipcia en su centro, en vez de los pétalos de la flor un par de alas como las de un dragón a los lados de la cruz egipcia, y un ojo con la pupila en vertical con la forma de una daga, situado dentro del área de la cruz egipcia.
En el escenario central, una compuerta comenzó a abrirse, dejando un gran agujero del cual emergió una plataforma circular sobre una columna metálica con forma cilíndrica. En la superficie de la plataforma había una gran rueda metálica posicionada verticalmente, con y dentro de su circunferencia, había un desdichado hombre desnudo, amarrado con las extremidades extendidas en toda su área. En el perímetro exterior de la rueda había una mujer desnuda, atada de pies y manos.
A lado de la terrible rueda, había un hombre alto y corpulento con una máscara de metal de color roja, con el rostro de un chivo, y en sus manos tenía un mazo negro. La rueda metálica comenzó a girar mecánicamente y el hombre enmascarado comenzó a golpear las extremidades del hombre desnudo quien gritaba desgarradoramente por cada golpe recibido vivazmente por el verdugo que le propinaba en cada una de sus conyunturas, al igual que la mujer, quien emitía agudos gritos de dolor con cada giro que desarticulaba su delgado cuerpo, la misma rueda le rompía los huesos y articulaciones de las extremidades, incluidas cadera y hombros. Los espectadores se desternillaban con cada grito de los mártires como si fuese un chiste.
Una especie de hoguera se encendió en la base de la rueda. La máscara metálica refulgía con la reverberante luz del fuego. Se enrojecía la piel rápidamente y un dolor abrasador los rodeaba, las lágrimas brotaban de sus ojos. El hierro candente de la rueda comenzaba a quemar la piel de ambos cuerpos, a la vez que la hoguera ardía debajo de ellos. Se hallaban en un trance de agonía y suplicio. El verdugo y los espectadores abrían en exceso sus ojos, se veían compenetrados en llevar a cabo su labor excelsamente y sin piedad. Después de varios minutos, los gritos cesaron y la rueda se detuvo, dando lugar a los aplausos del sádico público enmascarado que ovacionaba la espeluznante y macabra escena. La plataforma descendió y una de las puntas rojas de la estrella se apagó, manteniéndose encendidas las demás puntas.
Los tres escenarios abrieron sus compuertas y del interior ascendieron tres plataformas con una enorme jaula cilíndrica en cada una.
Los sujetos tomaron a Eshkol, al otro tipo y a mí, y nos acercaron a las jaulas para luego obligarnos a entrar a cada uno en una de ellas. Yo estaba ahí solo dentro de la jaula. Mi mente estaba totalmente confundida, tal vez era un espantoso sueño, pero los rugidos que escuché no lo eran. En eso, se encendió la pantalla enorme que vi anteriormente en la cual apareció la fotografía ni más ni menos que de Eshkol, en la cual venían detalladas sus características, como la edad, estatura, nacionalidad, etcétera. A continuación observé a una mujer, quien poseía un hermoso cuerpo dentro de un ajustado vestido color violeta, y de igual manera, traía cubierto su rostro con una máscara púrpura, la cual portaba un símbolo extraño en la frente de la máscara, que sobresalía de su frente como una pequeña esfera, era el mismo símbolo que tenía la estrella invertida en su centro.
Nos arrojaron dentro de la jaula de cada uno, un enorme escudo, un casco y una daga con la hoja algo larga. El otro tipo quien por la pantalla me había enterado que tenía treinta años de edad, estaba sumido en completo miedo, no tomaba las armas, sino que gritaba que quería salir de ahí.
La voz del maestro de ceremonias exclamó que para poder salir de esa jaula solo había dos formas:
1: Como asesino.
2: Como cadáver.
Aquel hombre clamaba piedad, estaba muerto de miedo, sus lágrimas brotaban constantemente. Pero los hombres detrás de sus impertérritas máscaras, igual que sus emociones, hacían caso omiso a todas nuestras súplicas. Eshkol parecía resignado a morir. Yo aún creía que Miklós me despertaría otra vez de esta pesadilla. En ese momento realmente yo no sabía qué hacer, mi cuerpo se quedó inmóvil dominado por el estupor.
Se encendieron los reflectores, apuntando a la mujer enmascarada, mientras los demás tipos, quienes la acompañaban, empujaban una mesa con ruedas, la cual tenía una ruleta encima. Los hombres situaron la mesa en medio de las tres jaulas, en el escenario donde había salido la rueda del diablo. La mujer de la máscara púrpura caminó situándose junto a la ruleta, acto seguido, desprendió una pequeña esfera de su máscara, la cual se trataba del símbolo de su frente. La rueda comenzó a dar vueltas y la mujer impulsó la esfera que también comenzó a dar vueltas sobre la rueda la cual traía las palabras Engel, Mörder
y Bestie, alternadamente en cada uno de los de las 36 secciones de la rueda. La esfera al final se detuvo en la palabra Bestie. La mujer hizo el mismo procedimiento dos veces más y la esfera se detuvo la segunda vez en la palabra Mörder y la tercera vez de nuevo en la palabra Bestie.
Enseguida los enmascarados trajeron una jaula con bestias adentro, eran un par de enormes perros de raza Black Pitbull de Praga con collares plateados y que no paraban de lanzar atemorizantes ladridos y gruñidos.
En sus cuerpos se podían observar huellas de maltrato físico. Los tipos que traían la jaula venían azotándola con la intención de poner más agresivos a los perros. También trajeron otra jaula con un par de perros lobos checoslovacos que llevaban la misma agresividad que los otros perros. Y por último, otro grupo de enmascarados trajeron algo más que no era una jaula, algo que no era una bestia. Al momento de los reflectores enfocar al oponente, poco a poco se hizo mostrar. Pero mi impresión fue enorme ya que el oponente no era un animal sino un humano, una mujer, y la mujer reflejaba en su rostro cero temores, no se veía ni que mostrara rasgos de miedo. Era una delgada mujer que no debía de medir más de 1.65 metros de estatura. Aquella mujer vestía con ropa ajustada de cuero negro, un chaleco negro y botas negras que le llegaban un poco más arriba de las rodillas, y llevaba un antifaz de mariposa de color oscuro que cubría la mitad de su rostro; su cabello negro era lacio a la altura de su cuello, sus labios estaban pintados de negro, sus ojos eran de un color grisáceo, y llevaba tatuajes de mariposas negras surcando la piel de ambas piernas, brazos y cuello. El maestro de ceremonias la presentó, "La mariposa negra".
La voz a través de las bocinas mencionó: “Sacrificios tomen sus armas y prepárense para el combate”. En eso, le grité a Eshkol que tomara las armas que estaban en el piso, a tres pasos de él a su derecha, pero él hizo caso omiso, como si rechazara la idea de pelear.
En la pantalla apareció un cronómetro marcando en ceros, a partir de ese momento sonó una sirena, parecida a la que se utiliza en los juegos de basquetbol. Se abrieron las jaulas de la bestias, y se introdujo, dentro de la jaula en la que yo estaba, la mujer a la que llamaban La mariposa negra. Y en la jaula de Eskhol entraron con frenesí los perros lobo y en la jaula del otro tipo los pitbulls negros. El momento no se hizo esperar y el cronómetro empezó a correr, la sirena había sonado, y yo me preparé para enfrentar a la mariposa negra.