La Huida a la Isla Muerta
I
Emil atrancó la puerta con una silla plegable cerca a la piscina. El lugar estaba vacío, unas mesas, sombrillas y demás. Las olas no paraban de agitar el barco, sintió la necesidad de saltar al agua y morir.
Un altavoz sonó al interior de la cabina, y desde donde estaban, otros altavoces le siguieron como una reacción en cadena. El cielo estaba iluminado de rojo, y no había estrellas. Aquel mozo rompía la puerta con el hacha y las astillas volaron hasta los pies de ellos.
El barco se llenó de la bulla de los altavoces, y por debajo de los pies, sentían que las personas que se encontraban en el salón de baile, se acercaban dando tumbos.
Emil gritó que se dirigieran hacía los botes salvavidas que se encontraban cerca de las mesas. Corrieron con las manos en los oídos, y los saltaron con los botes. Emil, con la mochila pesada, se resbaló y cayó al suelo.
Thab al verlo, no sabía qué hacer. La puerta solo resistiría unos golpes más para que aquellas cosas salieran. Emil no se levantaba y sangraba de la ceja. Thabie tomó la decisión que, al parecer, momentos antes no la hubiera tomado. Corrió hacia él, la puerta cayó al piso y se desparramó en varios trozos de madera, las criaturas se amontonaron y los siguieron. Thabie cargó a Emil mientras él se levantaba temblorosamente, caminaban con paso ligero y se lanzaron del barco hacia el agua.
Los niños tomaron uno de los remos y se movieron hacia donde habían caído. Las criaturas también se lanzaban, pero ninguna podía nadar y se hundían en el agua, mientras que sus ojos rojos y centellantes se apagaban.
El barco ardía en llamas por la cabina y toda la parte delantera.
La familia se alejaba en el bote, habían tomado un bote mediano, lo cual era bueno, vieron debajo de la tela, y había una gran caja con diversos suministros. Lo malo era, cómo llegar a tierra firme.