Cantar para una estrella

Prólogo

No hay nada más en este mundo que verlo tocar. El brillo en su mirada a la hora de agarrar la guitarra era algo imposible de pasar desapercibido, haciendo que toda mi atención se centrará en el como si fuera algo fuera de este mundo. 

 

En mis manos tenía una taza de chocolatada fría, con la cual regulaba la temperatura de mi cuerpo en ese día tan caluroso, estando sentado en aquel sillón tan feo que tenia en su sala, escuchando aquella canción que el mismo había compuesto pero nunca había sacado a la luz, siendo una de sus tantas obras maestras, con las cuales lograba tocar el corazón de la perdona más dura incluso. Era asombroso. La pasión que el tenía a la hora de tocar era algo que nadie más tenía, lo cual lo hacía único ante mis ojos, deseando ser el algún día. 

 

Para un chico de nueve años como yo era muy fácil el impresionarme con hasta las cosas más simples, pero sentía que si alguien lo viera en aquel momento, no importa cual fuese su edad, también quedaría igual de impresionado que yo. Al menos ese era mi pensamiento respecto a esto. 

 

En el momento en que deja de tocar, levanta lentamente la mirada y clava sus brillantes ojos celestes en mi, sonriendo alegremente, haciendo que las pocas arrugas en su rostros se le marcarán más. El era mi abuelo, un señor de dios sabrá su edad, con la mirada de un ángel, la sonrisa más cálida del mundo, con su piel tostada por el sol y algunas pocas canas en su basto cabello negro, usándolo ni muy corto ni muy largo. Vestía con una camisa de mangas cortas medio amarillenta, una bermuda azul de algún equipo deportivo del cual no se el nombre y unas sandalias negra de marca Nike. Una vestimenta típica de un abuelo en mi opinión.

 

Se mantiene en silencio mientras que me mira, analizando cada facción de mi rostro en aquel momento, muy atento a aquella sorpresa que tenía dibujada en mi pequeña cara,  como si se tomara el tiempo de guardar aquel momento a la perfección en su memoria. 

 

—¿Quieres intentar? —pregunta luego de unos segundos, rompiendo aquel silencio que nos rodeaba en la sala de su casa. 

 

Hice un rápido movimiento de asentimiento con la cabeza, dejando mi taza en la pequeña mesita ratona frente al sillón, acomodándome bien en el lugar en el que me encontraba sentado mientras que mi abuelo se acercaba a mi y me tendía su guitarra, colocándola sobre mi regazo. 

 

Poco a poco y con toda la paciencia del mundo, me mostró como es que se tocaba aquel instrumento, enseñándome donde colocar las manos, la manera de sentarme, una canción que desconocía, mientras que así me volvía su estudiante. Nunca había tocado un instrumento en mi vida, siendo esta la primera vez que lo hacía, algo que para mi era complicado al igual que fascinante. 

 

Pasamos un largo rato así, perdiendo la completa noción del tiempo, sumergiéndonos  en un mundo en donde una simple nota podía decir más que mil palabras, un lugar tan cómodo e interesante, en donde solo nos encontrábamos mi abuelo, su guitarra y yo. Era asombroso. Para mi ese pequeño momento y lugar era asombroso, majestuoso, único. 

 

—A comer muchachos —llamó mi mamá desde la puerta de la sala, en donde estaba acompañada por la abuela, que nos miraba sonriente a ambos. 

 

—Ya vamos —dijo el abuelo mientras que se paraba. 

 

Lo miré unos segundos, antes de dejar de lado la guitarra, colocándola cuidadosamente en el sofá, cuidando de que no se cayese. El me sonrió, antes de indicarme con la cabeza que fuéramos al comedor, donde la familia aguardaba para comer. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.