Aleksander
Rebekah ya no es la dulce pequeña que solía correr detrás de mí todo el tiempo. No, ahora es toda una mujer, una con exuberantes curvas que quiero recorrer con mis manos, para así comprobar la suavidad de su piel. Siempre fue hermosa, no obstante, ahora luce despampanante, tanto que llama la atención de los hombres que pasan por nuestro lado.
Cosa que me disgusta demasiado, debo reconocer.
La llegada de Rebekah ha inyectado una nueva energía en estas festividades que, de alguna manera, parecían rutinarias. La observo desde la distancia mientras se sumerge en el bullicioso mercado navideño, su risa resonando como campanas de alegría. Mi hermana Emily está encantada de tenerla aquí, pero mis pensamientos se centran en Rebekah, en su vitalidad juvenil y la chispa intrigante en sus ojos.
Tan pronto como supe que ambas se reunirían, convencí a Emily de que era buena idea de que yo las acompañara. No pude aguantar más tiempo sin verla, menos sabiendo que por fin había regresado a la ciudad.
La verdad es que desde el momento en que la vi, hace más de diez años, algo cambió dentro de mí. Su presencia es como un imán, una fuerza que no puedo ignorar. Cada vez que visitaba a mi hermana y nuestros ojos se encontraban, sentía una conexión que iba más allá de las palabras.
Pero, ¿cómo podría una mujer tan joven como ella sentir lo mismo por un hombre de mi edad? Veinte años mayor. Sin embargo, ella lo hacía, estaba tan atraída por mí como yo por ella y lo que hice aquel día fue tan doloroso como necesario.
—Aleksander, ¿estás bien? —pregunta Emily, sacándome de mis pensamientos.
—Sí, claro. Solo pensando en lo que le voy a comprar a mamá —respondo, intentando disimular la tormenta de emociones dentro de mí.
Porque esa fue la excusa que usé para venir con ella.
Rebekah es prohibida en todos los sentidos. La hermana de mi mejor amiga, mucho más joven que yo. No obstante, cada vez que nuestras miradas se cruzan, las chispas de una atracción innegable iluminan el espacio entre nosotros. Intento resistir, recordándome a mí mismo las barreras éticas y sociales que existen.
Sin embargo, en el fondo, hay una voz susurrante que me insta a explorar esta conexión, a descubrir si hay algo más allá de las chispas prohibidas que compartimos. Mientras el mercado sigue su ritmo festivo, me pregunto si estoy dispuesto a desafiar las normas y explorar lo desconocido con Rebekah. El dilema se cierne sobre mí, y la temporada navideña se torna en una danza delicada entre la razón y el deseo.
—¿Vienes a casa a cenar? —Le pregunta Emily a su mejor amiga—. Mamá y papá están locos por ver a su otra hija. —Agrega con una sonrisa gigante.
Eso es lo que estaría en riesgo si intento tener algo con Rebekah, el vínculo que ella tiene con mi familia es fuerte, más temo que traspasar el límite lo ponga en peligro, eso sí es que ella me acepta en su vida.
—Seguro, también los extrañé —responde.
No me pasa desapercibido que me observa de soslayo, ¿eso implica que yo también le hice falta? Espero que sea así porque la eché de menos como un loco.
—¿Nos llevas? —Emily me hace ojitos.
—Por supuesto. —respondo, mi expresión es seria, aunque por dentro tenga un revoltijo de emociones.
Terminamos de comprar, en secreto adquiero un llavero para Rebekah, recuerdo lo mucho que le encantaba coleccionarlos, espero que aún le gusten. Luego, caminamos hasta donde aparqué el auto, las jóvenes mujeres se suben en la parte trasera para continuar con su conversación, por lo que debo desempeñar el rol de chofer; el lado bueno es que desde mi posición puedo detallar los gesto de la rubia.
Conduzco a casa con calma, a propósito conduzco por la ruta que tiene más semáforos y tráfico para admirarla por más tiempo. Esta es una oportunidad que no pienso desaprovechar, la primera en ocho años.
—¿La edad te está afectando, hermano mayor? —inquiere Emily—. Conduces como un anciano.
—¡Emily! —Le llama la atención su amiga.
—Ja, ja. Muy graciosa. —expreso con ironía.
Em me saca la lengua y retoma su diatriba. Como ya me descubrió, acelero un poco y en menos de tres minutos estamos en la casa de mis padres. La estructura es de dos pisos, techos altos, espacio amplio y un patio inmenso lleno de flores, mamá las ama con locura.
—Al paso que ibas, llegaríamos a cenar para media noche. —Se sigue quejando mientras baja del auto.
—Debí dejarte a mitad de camino, quejumbrosa. —Le respondo.
—No te atreverías, sabes qué mamá se enojaría contigo. Para nadie es un secreto que eres un hijo de mami.
—¿Celosa, Em? —Me burlo de ella—. Fui el primero, eso implica que a mí me aman más.