Demons (libro 3. Batalla Final)

Lealtad

Los descendientes miraban el asunto con diversos niveles de asombro, porque si bien estaban al tanto de cosas generales como que Heylel era el jefe indiscutido de los caídos, o de que, aunque los Olam se habían separado y no obedecían a Heylel, a la hora de un problema serio ninguno de ellos y eso incluía a Samael, podía negarse por ejemplo  a desaparecer o a dejar de hacer lo que estuviese haciendo en contra de un mortal si Heylel se lo ordenaba, y así como sabían que le habían hecho un juramento de lealtad poco después de caer, lo que no tenían claro era como actuaba el mencionado juramento. De manera que acababan de ser testigos del cómo, porque una vez que Heylel había terminado de invocarlo, habían hecho inesperada aparición caídos a los que veían poco como Abe, Raziel y Ramiel, o que no habían visto nunca como Catiel o Cadmariel, y hasta uno que ahora veían con más frecuencia, aunque nunca había sido su amigo como Kellen. Y todo lo anterior, en medio de una luz muy brillante que habría herido ojos no aptos para soportarla.

 

Después de aquella extraña exhibición, Heylel le ordenó a Kellen volver a donde estaba, y éste, aunque no tenía idea de lo que había sucedido ni por qué había actuado de aquella manera, se marchó sin hacer preguntas. Catiel, Cadmariel, Raziel, Ramiel y muchos otros, lo hicierom incluso antes de que Heylel les dijese que podían marcharse, pero en el caso de Abe las cosas siempre eran más difíciles.

 

  • ¿Qué se supone que estás haciendo, Heylel? – preguntó
  • Lamento haberte molestado Abe, pero puedes marcharte – le dijo en tono cansado
  • Claro, pero primero vas a decirme por qué…
  • Abe – lo detuvo Araxiel y lo sacó de allí – Créeme, este no es el mejor momento para que lo atormentes
  • ¿Para que yo lo atormente? Heylel vive atormentado y es como debe ser, pero…
  • ¡Largo! – exclamó Araxiel
  • Te recuerdo que tú, no eres él
  • No, pero puedo sacudirte lo mismo si no… – pero la risa burlona de Abe lo hizo detenerse
  • Escucha necio, puedes querer hacerlo, pero que lo consigas está más difícil. Es posible que el tiempo te haya hecho adquirir habilidades con las que no fuiste creado, pero sabemos que las mías están por encima de las tuyas
  • ¿Y tú  acusas a Virgil de arrogante? – le preguntó
  • Noah – escucharon a Limeriel
  • Debo regresar, así que lárgate de una vez y deja de fastidiar, Abe
  • ¿Qué está sucediendo, Limeriel? – preguntó él ignorando a Araxiel
  • Aunque te lo dijese no lo entenderías, Abe

 

Aquella no era la respuesta que él esperaba, pues Limeriel siempre había estado más dispuesta a hablar con él que Araxiel, de manera que concluyó que lo que fuese que estuviera pasando, era en verdad muy serio para que ella no quisiese decirlo, y lo que refrendaba lo anterior, era la reciente invocación de un juramento que habían hecho hacía una incontable cantidad de años. De manera que Abe decidió quedarse, aunque era consciente de que su presencia no sería especialmente apreciada especialmente en un salón que, como había tenido oportunidad de notar, estaba lleno de descendientes.

 

  • Te dije que podías marcharte, Abe – le dijo Heylel
  • Lo dijiste, pero supongo que no me negarás el derecho a estar aquí, pues tú mismo me trajiste y sabemos que tengo lo primero
  • Como quieras, pero si no te gusta lo que vas a escuchar y estoy seguro que no va a gustarte, te recuerdo que estás bajo un juramento que no puedes romper

 

Y ciertamente no solo no le gustó como todos sabían que sería, sino que parecía a punto de comenzar a golpear a Heylel.

 

  • ¿Has perdido el juicio?
  • Bienvenido – le dijo Sariel
  • ¡Tú lo estás ayudando!
  • Créeme que no es porque me guste
  • ¡Pues yo no pienso…!

 

Sin embargo, no pudo concluir la frase, porque a continuación sintió como si un gancho se hubiese clavado a su estómago y estuviese tirando de él, de manera que fue eso lo  que le impidió terminarla.

 

  • Eso, debería recordarte lo que te dije al inicio, Abe – le dijo Heylel – Te di la oportunidad de marcharte sin involucrarte, pero te empeñaste en quedarte, así que ahora asume las consecuencias – agregó y luego miró a los otros – Falta poco para el amanecer, en ese momento alboraremos el Velo y luego podremos volver a nuestro trabajo.

 

Dicho esto abandonó la estancia al igual que muchos de los que estaban allí, pero Badariel se acercó a Abe que parecía a punto de sufrir un colapso.

 

  • Cálmate Abe, no es tan malo como parece
  • Es malo, pero más allá de eso, otra vez…
  • No puedes culpar a nadie, Abe – le dijo al  entender a qué se refería – Ni antes, ni ahora, porque en ambas ocasiones lo hiciste por voluntad propia.




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