El día que besé a mi mejor amigo

Mal plan

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Intenté comportarme con normalidad, que no se diera cuenta de lo rara que me sentía por aquel beso. Pero estaba claro que era difícil hacer como si nada, aunque él se encontraba así, tranquilo, hablando como cada día. A mí me temblaban las piernas tan solo por pensar en el beso, tan solo por imaginarme sus labios cerca de los míos de nuevo. Quise borrarme aquella imagen lavándome el rostro un par de veces, pero eso no ayudó a que aquel calor bajara. Wilmer estaba en lo cierto, entonces, aquellas miradas que nunca se habían fijado en mí lo hicieron. Gabe fue el primero en saludarme al verme entrar por la puerta, me preguntó hasta cómo había dormido y yo me reí de él porque también me ponía nerviosa. Se me trababan las palabras y salivaba más de lo normal como si tuviera un problema serio de autocontrol. Mi querido mejor amigo me miraba desde el otro lado del pasillo y me hacía gestos, haciéndome saber que podía entablar una conversación con él. Yo solo observaba a la rubia que estaba a su lado. Si Gabe me llegó a decir algo importante, ni siquiera me percaté de ello porque mi mente no se encontraba en aquel lugar. Mis pensamientos estaban saturándome, y solo quería meterme bajo las sábanas para desaparecer por completo hasta que todos los humanos desapareciéramos. Él era mi mejor amigo, no era más que eso y jamás fue mi intención verle con otros ojos. Pero mi corazón me avisaba de que estaba acelerándose al pensar en aquel beso, como si no pudiera pensar en otra cosa.

—No me encuentro bien. —Wilmer sacó las cosas de su taquilla para guardarlas en la mochila—. ¿Te importa que no comamos juntos?

Me miró con aquellos ojos llenos de preocupación y apoyó su mano en mi frente. «¿Puedes poner tu mano en otro punto concreto de mi cuerpo?». Apreté mis labios al sentirle, no podía ser que mi mente estuviera pensando en él de aquella forma.

—No tienes fiebre. —Negó con la cabeza—. Tampoco es por la regla, ¿dormiste bien anoche?

No podía negar que me conocía mejor que la palma de mi mano. Sabía cuándo me bajaba la regla, sabía cuándo dormía mis ocho horas y cuándo me pasaba la noche viendo mi serie favorita Érase una vez. Pero aquello no podía averiguarlo y era un punto a mi favor, porque decir que notaba sudores fríos por todo mi cuerpo por aquel estúpido beso sería algo raro… Demasiado raro para ambos.

—Me desvelé unas cuantas veces. —No era una mentira, porque como se me ocurriese mentirle me pillaría con las manos en la masa y entonces lo tendría claro—. No sé.

—¿Me he sobrepasado? —Vi aquellos ojos cargados de culpabilidad y fui yo quien se sintió mal—. Creí que podía ser una buena idea, no creí que pudiera afectarnos.

Negué con la cabeza y le mostré mi mejor sonrisa. Aunque, para mis adentros, una mini yo lavaba mis recuerdos con la sustancia química más dañina y abrasiva que existiera para eliminar aquel beso de mi memoria.

—No, tenías razón. He conseguido intercambiar cuatro palabras sin trabarme, es un récord —bromeé—. Estoy segura de que no hubiera pasado si no llegas a… Bueno, ya sabes.

—¿Besarte?

—Sí, eso. —Nos señalé a ambos y vi cómo se reía. La última campana me salvó, como pasase más tiempo en aquel pasillo me podía morir de vergüenza—. ¿Luego hablamos?

No le di tiempo a que me contestase, me di la vuelta y caminé hacia la puerta apoyando mis manos en el rostro para ocultarlo. Aquello debía de ser un problema de hormonas o algo parecido, aquellos sentimientos no podían ser reales porque entonces me iba a volver loca. En seis años de amistad jamás se me pasó por la cabeza aquello, aunque la gente lo murmurase o preguntase creyendo que no podía existir una amistad entre un chico y una chica. Habíamos pasado muchos momentos juntos, cosas innombrablemente íntimas que nadie podía ni imaginarse, pero… ¿Por qué él debía de ser mi primer beso? Porque aquel beso de infantil no contaba, me negaba contar a aquel niño lleno de mocos y con un agujero de la nariz más grande que otro. Prefería mirar al amor como una mera espectadora y disfrutaba que él jugase sus propias cartas. Cuando se me plantaba la ocasión de tener algo con alguien lo evitaba a toda costa, como aquella vez que me intentó besar Derek, aquel que sudaba hasta por los codos. Fue un momento vergonzoso cuando me escapé por debajo de su brazo y olí aquella peste que desprendía. Wilmer me ayudó a esconderme en aquella fiesta de cumpleaños, es más, se quedó conmigo porque no pensaba dejarme sola. Nos reímos de aquello, aunque yo me sentía como una estúpida porque podía ser de las pocas oportunidades que tenía de enrollarme con alguien. Él solo me cogió de la mano y nos escabullimos de allí en cuanto pudimos, llegamos a mi casa y nos vimos una maratón de películas de Disney con las mejores palomitas del supermercado. Esas que no tenían marca y el maíz podía incluso no serlo, pero nos gustaban a ambos y las disfrutábamos.

Yo no podía joder aquellos años de amistad porque aquel beso me había dejado… No podía ser tan egoísta porque posiblemente tan solo era una confusión y con una ducha de agua fría se me pasaría.

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Metí las llaves en la cerradura, me saqué los zapatos y los lancé por el comedor junto con mi mochila al entrar en casa. Mi padre, Henry, se asomó por la puerta de la cocina y miró por la habitación buscando a Wilmer. Él siempre venía a comer a menudo, era raro que no estuviera en mi casa las veinticuatro horas del día. Mis padres confiaban en él, dormíamos juntos y compartíamos ropa como si nada. ¿Cómo se me podría ocurrir estropear eso? Además, él estaba haciéndole ojitos a Olivia, esa chica rubia que iba tras su culo, literalmente: no había día que no hablase del bonito culo que tenía. ¿Me había fijado? Sí, muchas veces… ¿Era un problema?




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