El verano que nos separó

11. Cuento.

La jovencita salió con la canasta de ropa sucia de la habitación de Freya, que había dejado de la mejor manera posible porque, al igual que ella, la adolescente era bastante desordenada y descuidada con sus cosas, en especial con objetos de gran valor, pues había encontrado muchas prendas de oro debajo de la cama. En el pasillo, iba dejando las canastas de cada uno para bajarlas luego y dejarlo todo listo para sus dos tías, que se encargaban de la ropa de la familia.

Su cuerpo dio un brinco y solo pudo darse la vuelta cuando al abrir la habitación de Roscoe lo encontró saliendo del baño con apenas una toalla en sus caderas. Sentía que tenía los ojos bien abiertos, pero no dudó en cerrar la puerta tras ella y, suspirando de manera pesada, se encaminó hacia la habitación de Duncan, solo para arrugar el rostro al encontrarla peor que la de Freya.

Volteó hacia atrás cuando unos minutos después tocaron la puerta y sonrió a ese Roscoe que ya se había logrado poner un short y se acomodaba la camiseta frente a la joven. Ella vio los nervios y el posible rubor cuando lo encontró saliendo de la ducha.

—Lo siento, no sabía que ya habías regresado.

—No te preocupes, lamento no haber puesto el seguro. A Neva le picaron las hormigas y nos tocó volver —Catalina tuvo que esconder sus labios para no ponerse a reír—. ¿Estás arreglando las habitaciones? Yo me hago cargo de la mía y la de mi novia.

—No, no te preocupes, lo haré luego de la de Duncan.

Él solo asintió, avanzando hacia el interior de la habitación. Le sorprendió mucho encontrarse con los ojos de la pelirroja cuando salió del baño, pero la reacción un poco alterada de ella se le hizo adorable, por eso la buscó.

—¿Quieres ayuda?

—No, estoy bien, deberías ir a desayunar, creo que hace como diez minutos se sirvió el desayuno y quizás te estén esperando.

—Ya pasé por la mesa y cada quien está comiendo donde quiere —la joven frunció el ceño, habría deseado que no fuera así, pero al final solo le asintió a ese Roscoe que tomó la enorme canasta de mimbre donde Catalina empezó a guardar los juguetes del niño—. Parece que empiezas a descifrar mejor a mi familia —ella le buscó la mirada—, que no somos tan perfectos como aparentamos.

Ella sin duda se sorprendió de esas palabras, aún más viniendo de Roscoe, pero solo dibujó una tibia sonrisa.

—Dudo mucho que haya familias perfectas en el mundo, porque no hay personas perfectas.

—Concepción y tú son una familia perfecta —ella inmediatamente negó riéndose jovial ante lo mismo—. ¿No lo son? Yo creo que sí, se llevan bien, se comunican, saben cuándo la otra está mal y son el apoyo incondicional de la otra, algo que al menos en mi núcleo ha ido desapareciendo —Catalina se incorporó con un par de juguetes en sus manos, que luego tiró en la canasta—. Quizás es porque somos más.

—Quizás —ella respondió, quitando las ropas de cama—. Aunque a veces creo que influye mucho la comunicación. La manera en que las cosas se dicen y cómo son entendidas consiguen que las relaciones, así sean de amistad, de pareja o familiares, funcionen, al final somos seres sociales, pero sin una buena comunicación no habrá una buena sociedad.

—Qué profundo, Catalina —ella solo sonrió, limpiando la basura que encontró en la mesa tipo escritorio.

Cuando volteó hacia donde Roscoe, este pasó saliva, dejando la canasta llena en un espacio, pero se acercó a ella.

—Y mi madre y yo tenemos diferencias, no siempre estamos de acuerdo en las cosas que vivimos, nos separan muchos años, épocas, experiencias, y hay cosas de su pasado que a veces empañan un poco mi presente... —Roscoe la miró con confusión—. Como la situación de mi padre, el saber tan poco de él en más de una ocasión ha conseguido que discutamos y muy feo —el joven asintió—. Aunque si puedo aceptar que aun cuando eso pasa, mi madre sigue siendo mi refugio y la persona en la que más confío en este mundo.

Cuando la vio complicada, de puntillas y queriendo alcanzar ese cajón donde estaba la ropa de cama limpia, no dudó en acercarse a ella, con quien se encontró frente a frente. Catalina lo miró tan solo estirar el brazo fuerte y musculoso para poder alcanzar el cajón que cargó el mismo para que ella pudiera seleccionar la ropa de cama nueva.

—¿Alguna vez te ha dicho que hablará contigo de tu padre? —la joven lo miró sobre su hombro—. Tu mamá, cuando tienen esas discusiones o tú haces preguntas, ¿te dice que luego te dirá la verdad?

—Piensa que no estoy lista para escucharla —indicó con suavidad, no era un tema que le gustaba tocar, ni mucho menos profundizar—. Antes eso me molestaba mucho, pero ahora que estoy más grande y he leído más, he visto más cosas, presiento que si lo dice de esa manera es porque no es exactamente una historia romántica —acarició la almohada en su mano—. Más de una vez he pensado que lo mejor es no saber nada, después de todo, ¿qué podría importarme de alguien a quien nunca le interesé? —Roscoe suspiró de forma pesada—. Pero la ausencia de él y de la información más básica como su nombre o apellidos han sido como una especie de freno a mi propia identidad.

Catalina parpadeó con rapidez cuando Roscoe le quitó la almohada y suavemente le llevó un mechón tras la oreja.

—Si consigues un nombre o un apellido podría ayudarte a buscarlo. Ahora la tecnología permite conseguir con rapidez información de todas las personas, pero siempre se necesita algo que los identifique —ella asintió, viéndolo a los ojos. Estaba segura que Asher, en poco tiempo y si seguía creciendo de esa manera, iba a superar la altura de Roscoe—. ¿Ya desayunaste?




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