Kukri

CAPÍTULO 8

Una ciudad oculta en los frondosos bosques cercanos a una barrera fronteriza, de construcciones suspendidas entre los árboles con los troncos inundados de runas antiguas grabadas, ríos de diamantes, una celebración pagana con la luna roja, personas con vestimenta tribal, múltiples perforaciones y tatuajes en la pálida piel.

Una niña pequeña, casi un bebé, gateando alrededor de la fogata mientras las jóvenes danzantes la rodean con palmas y ramas de flores de sangre, cantando palabras indescifrables, la luz de la luna roja cae sobre la piel nívea de la niña.

Un estruendo, sinfonía metálica acompañada de agonía y desesperación, con lluvia escarlata adornando el suelo verdoso; la bebé llora, la gente corre, no sabe a dónde ir, la víbora de fuego incendia a las mujeres que bailaban alrededor, consumiendo todo en un grito.

“Cobra…”

Una voz resuena a lo lejos, pero es sofocada por los llantos y lamentos.

“Cobra…”

 Las llamas consumen todo a su paso, todo, solo quedan cenizas de las que resurgen aves incendiadas, buscando aire y libertad.

“Cobra…”

La pequeña bebé resurge de las ruinas, con la mirada iracunda, furica y teñida del mismo rojo con el que la lluvia hirviente la bañó.

“¡Cobra!”

- ¡AH! – grita Cobra desesperadamente, sujetándose fuertemente de la orilla de la cama y de las sábanas, la espalda se le arquea tanto que su frente puede tocar la superficie de la cama mientras su abdomen se alza hacia el cielo.

- ¡Cobra! ¡Hija! ¡Despierta! – el padre ya no sabe qué hacer para que ella salga de la pesadilla en la que su propia mente la ha sumergido. Desesperado, se coloca encima de su hija, inmovilizándola con su peso y le da una bofetada.

Con este acto, Cobra abre los ojos y despierta violentamente, se levanta y tumba a su padre sobre el suelo, mientras ella se recupera del trance para reinsertarse a su realidad.

- Cobra… - la llama su padre, levantándose muy lentamente, cauteloso y pendiente de que la joven no tenga alguna arma o algo en las manos con lo que pudiera lastimar a los demás.   

Por lo regular, Cobra duerme con un cuchillo kukri debajo de la almohada o escondido en alguna parte de su ropa, por su propia profesión, aun dormida debía estar armada. 

La cazadora más temida del imperio se encuentra en el mismo estado emocional que una niña pequeña que acaba de ver un accidente de motocicleta y el conductor terminara embarrado sobre el incandescente pavimento. Suda frío, su cabeza le da vueltas y su respiración es agitada, le cuesta mucho volver a su actitud impasible.

Cobra levanta los brazos para mostrarle a su padre que ya no hay peligro, después los deja caer pesadamente a los lados, tratando de apoyarse con ellos sobre el colchón. 

- Cobra… - su padre se sienta a un lado de ella, rodeándola con sus brazos. - ¿Qué te sucede? ¿Estás bien?

Aun desorientada, revisa la habitación, como reconociendo su entorno. Se siente extrañamente fuera de lugar, confundida y anonadada.

Su madre y su hermana están en el umbral de la puerta, observándola más horrorizadas que preocupadas. 

Recoge las piernas y pega sus muslos al pecho, para rodearlas con los brazos, formando un ovillo humano; apoya la cabeza en las rodillas, escondiendo el rostro de cualquiera que pueda ver su desesperación.

- No lo sé. – contesta después de unos segundos.

- Estabas soñando, Cobra. – dice el padre mientras coloca su mano protectora en la espalda de la vulnerable joven. – Nada de lo que viste es real.

- Ya no estoy tan segura.

- ¿Desde cuando tienes sueños tan violentos? – pregunta la madre, aun sin acercarse a ella.

- Desde siempre, madre, desde siempre. – contesta. – Pero nunca me había sucedido con ustedes. Las malditas medicinas del Archiministerio ya no me sirven…

- Pues buscaremos algo que te funcione… - dice determinada la hermana menor.

- Las pesadillas no son lo que me preocupa.

Cobra se desenrolla sobre la cama y comienza a quitarse las vendas del brazo izquierdo, cuando la mano del padre la detiene.

- Alto… ¿estás segura de que quieres que veamos? – pregunta el padre. – Siempre has sido muy cerrada respecto a tus heridas.

- Es necesario que lo vean.

Cobra se quita la venda de un jalón y deja ver las grietas que se le extienden desde el hombro hasta la punta del dedo medio, gruesas, profundas, ella era la representación de una muñeca de porcelana quebrándose desde adentro. El silencio reina en la habitación.




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