Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 81. Inspector de Milagros

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 81.
Inspector de Milagros

El avión del padre Jaime Alfaro aterrizó en Los Ángeles cerca de las dos de la tarde. Había sido un largo vuelo de quince horas, incluyendo una escala en Dublín. Sin embargo, ese tipo de viajes ya no le resultaban inusuales o incómodos al padre español, pues por su labor era muy común que le tocara viajar a una gran variedad de lugares alrededor del mundo. Y, de hecho, visitar Los Ángeles, California en los Estados Unidos, representaba una encomienda significativamente más simple en comparación a otras.

Una vez que pasó por las puertas automáticas que separaban el área de llegada, se encontró de frente con las dos personas que habían ido a recibirlo. Karina y Carl, los dos ayudantes del padre Frederick Babato, se encontraban aguardando solemnes a unos metros de las puertas. Y, muy diferente a como habían recibido a Cole hace un par de días, el rostro de ambos se iluminó al reconocerlo entre los pasajeros que salían por la puerta.

—Padre Alfaro —musitó Karina alegre, aproximándose a él y permitiéndose darle un gentil abrazo, mismo que el religioso aceptó.

—Karina, hola de nuevo. Siempre es un gusto verte, hija.

—El gusto es mío, padre.

Se separaron tras unos segundos, y entonces la atención de Jaime se enfocó en Carl.

—Carl, ¿cómo has estado, viejo amigo? —le saludó, estrechando firmemente una de sus gruesas y fuertes manos.

—No me puedo quejar, padre —asintió el hombre grande y de cabeza rapada, notándosele incluso un poco de nervios al hablar—. Bienvenido. Permítame ayudarle con su equipaje.

—Eres muy amable.

Carl tomó en ese momento la maleta con ruedas del sacerdote, así como su maletín, y los tres comenzaron a caminar calmadamente hacia la salida más cercana. En cuanto salieron, fueron recibidos por el cielo despejado de Los Ángeles, y por un sol relativamente fuerte. Jaime, vestido con su traje negro completo y su cuello clerical, dio seña de sentirse un tanto incómodo en ese momento.

—Hace calor aquí para ser noviembre, ¿no?

—El auto tiene aire acondicionado —le indicó Karina, lo cual ciertamente le produjo algo de alivio.

—Bendito sea —exclamó Jaime con un tono un tanto jocoso.

Carl subió la maleta a la cajuela del Honda Accord plateado, pero Jaime insistió en llevar su maletín consigo al frente. El hombre grande tomó el asiento del conductor, mientras Karina y el recién llegado se sentaban en la parte trasera. No tardaron mucho después en retirarse de ahí.

— — — —

Durante su estancia en Los Ángeles, el padre Frederick se hospedaba temporalmente en una casa parroquial muy cerca de la Iglesia de San Vicente de Paúl, en el centro. Jaime era igualmente más que bienvenido a quedarse con él, y lo más seguro es que así lo hiciera, pues su viaje hasta ahí no incluía precisamente los viáticos para un hotel de cinco estrellas. Mientras Carl y Karina iban a recoger al sacerdote recién llegado de Roma, Frederick aguardaba su regreso sentado en la sala de estar de la elegante casa de dos pisos, leyendo en silencio. Se encontraba sentado en uno de los sillones de espalda a la gran ventana de la sala, iluminado su lectura principalmente por la luz natural que por ella se filtraba. La casa estaba de momento sola, lo cual sería más que adecuado para que pudieran discutir con considerable privacidad el tema tan delicado que los atañía.

Cuando sintió el vehículo estacionándose frente al garaje, Frederick se viró un poco hacia la ventana sobre el respaldo del sillón y se retiró sus gruesos anteojos para leer. Pudo distinguir lejanamente el marcado acento de Jaime al hablar, y no pudo evitar sonreír con un poco de emoción por ver a su viejo amigo luego de tanto tiempo.

Dejó entonces el libro sobre la mesita de centro, y se puso de pie apoyándose en su bastón. La puerta principal se abrió poco después, y menos de un minuto más tarde Carl y Karina aparecieron en la entrada principal de la sala, guiando a Jaime que avanzaba unos pasos detrás de ellos.

—Jaime —exclamó Frederick contento, extendiendo hacia él el brazo con el que no sujetaba su bastón—. Benvenuto amico mio.

Jaime se tomó la libertad de aproximarse hacia el padre robusto y de estatura baja, dándole un caluroso abrazo similar al que Karina le había dado. E igualmente, Frederick se lo recibió.

—Los años no pasan sobre ti —le murmuró el padre italiano con tono de broma, a lo que el recién llegado respondió de forma similar:

—Me gustaría decirte lo mismo, Frederick.

Ambos rieron al unísono y se separaron en ese momento, cortando su abrazo.

—Viejo embustero —suspiró Frederick al final de sus risas—. Carl, deja el equipaje del padre Alfaro arriba, por favor.  Y, ¿serías tan amable de prepararnos un café?

—Enseguida —respondió el hombre de cabeza calva, y sin dudarlo tomó la maleta y se dirigió de regreso al vestíbulo para subir las escaleras.

—El mío sin azúcar, por favor —pidió Jaime rápidamente antes de que Carl se retirará del todo. Esperaba que lo hubiera escuchado.




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