Una dulce mentira

Capítulo 2 Consecuencias

Qué terrible dolor de cabeza. Siento que me va a estallar el cerebro. Madre mía. Gimo adolorida. ¿Qué fue lo que bebí? ¿Gasolina? Necesito con urgencia una buena taza de café para espabilar.

Antes de que pueda mover un solo músculo una mano peluda envuelve uno de mis pechos. Abro los ojos y fijo la mirada sobre ella. Me tenso al contacto, porque no soporto que ningún hombre me toque. ¿Qué carajos? ¿Qué hace un hombre en mi habitación? Pego un grito y salgo de la cama como un resorte. De repente, me doy cuenta que esta no es mi habitación y que estoy completamente desnuda. ¿Qué hice y dónde diablos estoy?

Los latidos de mi corazón se disparan y la respiración incrementa su ritmo en cuestión de milisegundos. Le arranco la sábana del cuerpo al sujeto que yace tendido en la cama para cubrir el mío y suelto un nuevo grito al verlo desnudo con su inmensa cosota al aire. ¿Qué cosa tan monstruosa es esa? Giro la cara y me tapo la boca para no volver a gritar y despertarlo. Aunque parece que a este tipo no lo despierta ni un estallido nuclear.

Correteo por toda la habitación como posesa para buscar mi ropa e irme cuanto antes de este lugar. Me avergüenzo al encontrarla en sitios inimaginables. ¿Qué fue lo que hicimos anoche y por qué hay piezas de mi ropa colgadas en la lámpara del techo? ¡Cielo santos!

Me subo sobre una banqueta para bajar el brasier de lo alto y recojo mi vestido del piso. Me pongo todo tan rápido como puedo. Por último, busco las bragas y mis zapatos; pero no doy con la primera de ellas. ¿Dónde demonios se habrán metido?

Un gemido repentino envía un ramalazo de escalofríos por mi columna vertebral. Dirijo la mirada hacia la cama y veo que el sujeto se mueve. Así que decido salir de la habitación antes de que despierte y me atrape huyendo. Camino sobre las puntas de mis pies mientras llevo los zapatos en la mano y la cartera atravesada sobre mi torso. Abro la puerta con cuidado y saco la cabeza para comprobar que no haya moros en la costa. Por fortuna la enorme mansión parece vacía y solitaria.

Salgo al corredor y cierro la puerta sin hacer ruido. Me dejo guiar por la intuición y alcanzo las escaleras. ¡Válgame dios, qué lujoso! Este tipo tiene más dinero que la familia Walton de Walmart. ¡Me acosté con un millonetis! Recordarlo me produce repelús. Imaginar que sus manos me tocaron eriza todos los poros de mi cuerpo. Pero, ¿Cómo pude permitir que lo hiciera?

Bajo las escaleras rápidamente, sin embargo, me detengo a mitad de camino al escuchar la voz de una mujer. Mierda. Meto retroceso y busco como loca un lugar donde esconderme antes de que alguien me descubra. Abro una de las puertas y ruego para que no haya alguien allí. Por fortuna no hay nadie en el interior. Me quedo oculta y dejo una pequeña abertura para espiar hasta que la mujer pase y tenga una oportunidad de escapar. Escucho sus pasos al subir la escalera y segundos después la veo cruzar el corredor. Es una peliteñida muy bonite, pero no sé por qué razón tengo el presentimiento de que la he visto en alguna parte. Solo que no recuerdo dónde.

Una vez que tengo la oportunidad salgo del cuarto, bajo las escaleras y corro a toda prisa hacia la puerta para abandonar la mansión.

***

Nueve meses después

―Puja, amiga ―me anima, Crista, entre sollozos―, quiero conocer a mi ahijada.

Agradezco en el alma que ella y mi abuela, se hayan convertido en mis más grandes apoyos. Descubrir que estaba embarazada poco tiempo después de haberme acostado con aquel hombre, fue una noticia abrumadora. Al principio estaba devastada, no obstante, al escuchar los latidos del corazoncito de mi beba; la amé con todo mi ser.

―Puja, una vez más, Clarisa ―me pide la doctora―, puedo ver sus cabellitos.

Mi corazón palpita desbocado. Contraigo los músculos abdominales y presiono hacia abajo para ayudar a salir a mi bebé. Me quedo sin aliento al escuchar la melodía dulce y encantadora del llanto de mi hija. Las lágrimas ruedan por mi cara. No puedo creer que ya soy madre. Es el mejor día de toda mi vida.

―Quiero ver a mi hija.

Le suplico emocionada a la doctora para que me deje conocer a la personita más importante de mi vida. No puedo apartar mis ojos del pequeño bultito que trae entre sus manos.

―Esta es tu mami, cariño.

La coloca sobre mi pecho y soy incapaz de describir el sentimiento inexplicable que inunda mi alma y mi corazón al tenerla entre mis brazos y ver su linda carita. Es la cosita más hermosa que he visto en toda mi vida. Ella busca mi pecho con desesperación y succiona sin parar cuando tiene el pezón dentro de su boquita sonrosada. Es tan perfecta y hermosa. No puedo creer que ese hombre y yo, hayamos hecho algo tan maravilloso.

―Hola, Zoe, soy mami ―sujeto sus deditos y dejo un beso en su frente―. Te amo, cariño. Bienvenida a mi vida. Eres mi rayito de sol.

Pocos minutos después la apartan de mí para darle sus primeros cuidados. Mis brazos se sienten vacíos cuando rompemos el contacto. Mantengo la mirada sobre ella, para no perderla de vista. Es mía… mi vida, mi mundo.

―Es perfecta, Clarisa ―me dice mi amiga a llanto suelto―, la criaturita más hermosa de este planeta. Simplemente la adoro.

Asiento en repuesta. Lloro y río de felicidad, porque ahora nuestras vidas han cambiado por completo. Tengo una nueva razón por la que luchar para alcanzar todos mis sueños y darle todo lo que mi hija se merece.



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En el texto hay: drama, amor, embarazo

Editado: 24.01.2023

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