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¿Quién hubiera creído que un simple papel, delgado e inofensivo, tendría el poder de reescribir toda mi historia? Era solo un contrato. Un acuerdo más. Una firma al final de la página, y listo. Nada que pudiera alterar el rumbo de una vida ya marcada por la rutina y el desencanto. Pero ese pedazo de papel no era lo que parecía. Detrás de cada cláusula escondía una trampa, una promesa disfrazada de oportunidad. Lo que comenzó como un nuevo comienzo, pronto se transformó en una prisión. Un laberinto de decisiones mal tomadas, de verdades a medias y promesas rotas. Y entonces lo entendí: no era un contrato... era una maldición escrita con tinta negra.