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Capítulo 1: "Miradas que enfrían el alma"

"𝙏𝘦 𝙈𝘦𝘳𝘦𝘤𝘦𝘴 𝙐𝘯 𝘼𝘮𝘢𝘯𝘵𝘦 𝙌𝘶𝘦 𝙏𝘦 𝙌𝘶𝘪𝘵𝘦 𝙇𝘢𝘴 𝙈𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘢𝘴 𝙔 𝙏𝘦 𝙏𝘳𝘢𝘪𝘨𝘢,
𝙀𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘯𝘻𝘢, 𝘾𝘢fe 𝙔 𝙋𝘰𝘦𝘴𝘪𝘢."

-ғʀɪᴅᴀ ᴋᴀʜʟᴏ.

𝙈𝙞𝙡𝙖

10 de septiembre del 2023.

Mila encendió las luces del local con manos aún frías, y el zumbido familiar de los fluorescentes fue su único saludo. Afuera, la lluvia se deslizaba por el cristal como si quisiera borrar el mundo. Dentro, el silencio olía a café y a cosas que no se dicen. Era temprano, demasiado para conversaciones o confesiones, justo como a ella le gustaba.

Septiembre siempre traía consigo ese aire fresco y familiar, como una promesa susurrada por el otoño. Las hojas comenzaban a cambiar de color y el frío madrugador invitaba a abrigarse el alma..

Al rededor de las 10 a.m, la cafetería ya estaba medio llena; los habituales buscaban consuelo en su taza de café recién hecho, solía maldecir cada que escuchaba la campanilla sonar. Dándome la señal de que alguien nuevo había entrado.

-¡Mila! -exclamó una familiar voz en un tono alegre.

Volteé con rapidez y allí estaba Roma. Sí, Roma, la que es de Roma, solía bromear con aquella estúpida rima que había creado exclusivamente para ella. Aún me causaba gracia, aunque ya la había repetido cientos de veces.

Roma Sirio Torres era mi mejor amiga desde que tengo uso de razón. Siempre habíamos sido ella y yo contra el mundo. Vivía a solo un par de calles de la mía, pero cada vez que la veía después de varios días de ausencia, la emoción era la misma.

-Pero miren qué trajo la lluvia -exclamé divertida mientras sonreía de oreja a oreja.

Roma se acercó con esa energía suya que parecía imposible de apagar y me envolvió en un abrazo apretado, cálido, de esos que parecen reiniciar el alma.

-¡Te extrañé tanto, Mila! -dijo al soltarse-. No tienes idea de lo aburrido que ha estado todo sin ti.

-¿Aburrido? ¿Y tu club de fans, tus dramas familiares y tus charlas filosóficas con tu abuela? -bromeé.

-Nada de eso es lo mismo sin ti -respondió con un empujón amistoso-. Además, necesito contarte algo... algo grande.

La miré con curiosidad, arqueando una ceja.

-¿Grande tipo "me hice un tatuaje secreto" o grande tipo "adopté un mapache sin querer"?

Ella rió, pero bajó la voz.

-Grande tipo... tengo un plan. Uno que podría cambiarlo todo.

Sentí una punzada en el estómago. Con Roma, un "plan" podía significar cualquier cosa: desde una simple travesura hasta una operación de espionaje escolar. Y lo peor (o mejor) era que siempre terminábamos haciéndolo.

-Dime que no incluye techos, alarmas o disfraces de gato -suspiré.

-Te lo diré si prometes no decir que no antes de escucharme -respondió, cruzando los dedos a la espalda como si eso hiciera todo más oficial.

-Estoy escuchando...

-¿Te acuerdas del viejo invernadero detrás de la escuela abandonada?

-¿El que dicen que está embrujado?

-Sí, ese. Pues... encontré una llave.

La miré, sin saber si reírme o entrar en pánico.

-¿Una llave?

-Una vieja, de bronce, medio oxidada. La tenía el abuelo entre sus cosas, y cuando le pregunté, dijo que era del invernadero, de cuando lo construyeron hace mil años o algo así.

Me llevé la mano a la frente.

-Roma, ¿me estás diciendo que quieres entrar al invernadero embrujado de la escuela abandonada con una llave robada de las cosas de tu abuelo?

-Prestada, no robada. Y sí, quiero entrar. Esta noche.

Negué divertida mientras que observaba cómo mi compañera de trabajo me señalaba una de las mesas, le dí una mirada de reojo a Roma y me dirijo hacía aquella mesa: comencé juntando las tazas y luego las puse sobre la charola.

De pronto el crujido de la puerta al abrirse llamó mí atención pero decidí ignorar aquello.

Hasta que escuché unas risas.

Era un grupo de chicos, todos con esa arrogancia ruidosa que viene con la juventud y la falsa invulnerabilidad. Se sacudían la lluvia de los hombros mientras buscaban mesa. apenas levanté la vista, cuándo lo ví.

No destacaba tanto como los otros, y quizás por eso lo noté, Había algo en su forma de mirar, una sombra en su sonrisa o tal vez un eco familiar en el gesto. Nuestras miradas se encontraron por un instante. Fue un segundo, apenas. Pero fue suficiente para que el mundo se sintiera más frío.

Aparté la mirada. Rápido. Como si el contacto hubiera sido un error.

Uno de esos que saben disfrazarse demasiado bien.

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