Addyson:
Pregunta.
¿Cuántas veces le has hecho caso a tu subconsciente? ¿A esa vocecita molesta en el fondo de tu cabeza que no para de repetir: "Detente, es mejor que no sigas haciendo eso"?
No sé ustedes, pero yo rara vez la escucho y esa es la razón por la que siempre termino en problemas; si a eso le sumo mi extrema torpeza, ¿qué puedo decir? Soy un desastre andante. Sin embargo, hoy viernes, esa vocecita está insoportable.
Son las nueve de la mañana y según los planes trazados deberíamos estar estudiando para los exámenes que comienzan la semana que viene, pero increíblemente la sala de estudio de la Universidad Milton Black está desierta.
Solo mis dos mejores amigas y yo hacemos bulto en esta enorme habitación rodeada de libros, pero en vez de estudiar, debatimos la posible infidelidad del creído de mi novio, al mismo tiempo que Ariadna, chatea con chico sexy por whatsapp; Abigail, dibuja en su bloc y yo, bueno, yo estoy haciendo algo que definitivamente no debería.
Con una pelota de tenis, que no tengo idea de cómo llegó aquí, golpeo la pared frente a mí una y otra vez. La lanzo, golpea y vuelve a mis manos. Y por supuesto, mi voz interior me dice que es una mala idea, o mejor dicho, pésima idea, pero como soy una chica de espíritu libre, la ignoro.
—No creo que te esté engañando, Addy —dice Abigail sin dejar de mirar su dibujo—. Tal vez sí está ocupado estudiando para los exámenes. Todos estamos ocupados estudiando.
—¡Ja! ¿Igual que nosotras? Porque déjame recordarte, que estamos haciendo cualquier cosa menos estudiar —replica Ariadna llamando su atención—. Aby, cariño, tú siempre piensas lo mejor de todo el mundo, pero seamos honestas, Cristóbal está como para comérselo, pero el cerebro lo tiene frito. Dudo mucho que esté estudiando.
Abigail, que está sentada en el extremo opuesto del sofá en forma de L, suelta exasperada su bloc de dibujos en la mesita frente a nosotras y se gira en mi dirección. Ariadna, que está en el centro, bloquea el teléfono y sube los pies. Aquí vamos.
—De acuerdo, suéltalo ya. ¿Por qué crees que Cristóbal te engaña?
Lanzo la pelota, golpea la pared y regresa a mis manos. Suelto un suspiro cansado y me volteo en su dirección, dejando la bola en mi regazo.
—Últimamente siempre está ocupado estudiando, las respuestas de sus mensajes demoran y son bastante escuetas. El otro día lo vi conversando con una chica de Teatro y, bueno, le miraba demasiado las tetas para mi gusto. —De repente, Abigail levanta una mano y me detiene.
—Suficiente, cielo. ¿De verdad esas son tus razones? —Asiento, confundida, y ella pone los ojos en blanco—. Es un tío, Addyson, eso es lo que hacen, mirarles las tetas a las mujeres. Vienen al mundo con la mente programada para eso "tetas", "culos", "culos", "tetas" —dice mientras imita a un robot, sacándonos una sonrisa a las tres.
Es raro escucharla hablar así cuando es la clase de chica que no maldice, no dice malas palabras, ni habla de sexo tan a la ligera.
—Todos son así, pero eso no significa que te esté engañando. Tienes que confiar un poco. —Luego dedica su atención a Ariadna—. Y tú lo has dicho, Ari, tiene el cerebro frito, así que más razón para estar ocupado estudiando y esa puede ser la causa de que sus mensajes hayan cambiado. —Desde mi punto de vista, no suena muy convencida con esto último. Suspira profundo.
Ariadna la fulmina con la mirada y antes de que se ponga a llamarla de todas las formas posibles, en las que, "ingenua", sería la más agradable, intervengo:
—Puede ser, pero es que no es fácil no estar celosa cuando era la clase de tía que no puedes dejar de mirar. Como tú, Ari, solo que con mucha menos ropa, puta y, de seguro, un coeficiente intelectual bajo cero. —Alargo la palabra “mucha” para hacer mayor énfasis.
Ambas me miran con una mueca, pero no dicen nada. Ellas saben a lo que me refiero.
Ariadna es una belleza despampanante, la clase de chica que cuando pasa, tienes que voltear a mirar. Su pelo negro y largo, ojos verdes, piernas kilométricas, cuerpo de infarto, carisma e inteligencia, sumado a un excepcional sentido para la moda y talento para el patinaje artístico sobre hielo, la hacen la reina de la universidad. Pero lo mejor de todo es que no se lo tiene creído como otras.
—El cuerpo no lo es todo, Addyson —me reprende Abigail.
Y ahí está ella, hermosa, aunque de una forma más discreta. ¿Cuerpo? Perfecto. Pelirroja, de labios carnosos y pestañas largas protegiendo esos dos pedazos de cielo que son sus ojos. Una chica de sonrisa fácil, dulce como el infierno y cara de ángel que la convierten en la envidia de muchas y el sueño de todos. ¿He mencionado que es una de las mejores patinadoras sobre hielo que conozco?
Por otro lado, estoy yo.
No soy despampanante y mi cuerpo no es perfecto, es más bien normalito, sin mucho que admirar. Soy bastante delgada y aunque tengo mis curvitas, no son la gran cosa. Creo que, físicamente, lo más hermoso que tengo es mi pelo rubio y largo hasta la cintura; aunque debo admitir que pierde parte de su atractivo porque odio peinarme y lo llevo siempre como si acabase de salir de la cama, o sea, un desastre total.