Kyle:
¿Han sentido alguna vez la felicidad absoluta? ¿La satisfacción de estar haciendo lo que realmente amas? ¿Ese momento en el que todo es tan perfecto que no crees que pueda suceder nada mejor?
Yo sí. ¿Y saben qué? Es una mierda.
¿Cosas mejores? No sé, pero definitivamente sí pueden suceder cosas que lo arruinen todo en cuestiones de segundos.
Un día estamos disfrutando la victoria de uno de los campeonatos más importantes en el patinaje artístico sobre ruedas y al otro nos dicen que para poder participar en la Competencia Fly High 2020, la más importante del momento, debemos hacer algo diferente. Pero resulta que “diferente”, significa combinar el patinaje sobre ruedas con el patinaje sobre hielo.
Absurdo, ¿verdad?
Y precisamente, esa es la razón por la que ahora estoy en Milton Black con mis dos mejores amigos. Debemos entrenar a tres crías sobre ruedas y por si fuera poco, que ellas nos enseñen el arte del patinaje sobre hielo y bla, bla, bla. Esto va a ser un desastre. No, en realidad, la palabra desastre se queda corta, esto va a ser el mismísimo apocalipsis.
—Relájate, tío —dice Maikol mientras caminamos por uno de los pasillos de la universidad.
Acabamos de salir del despacho del director, porque no fue suficiente chorrada imponernos lo "diferente", sino que también tuvimos que cambiar la Universidad Jack Alvar, la mejor de todo el país, por esta.
—No vas a resolver nada así. —Continúa—. Ya tomaron la decisión, no hay nada que podamos hacer.
—¡Ya lo sé, joder!
—Déjalo, Maik. Ya se le pasará el cabreo —interviene Zion—. Lo único que necesita es tirarse a alguna de esas gatitas que nos hemos cruzado y, puf, todo el enojo se evaporará.
Sonrío sin poderlo evitar. Zion cree que todos los problemas de un hombre se resuelven con "gatitas", como suele llamar a las mujeres.
Cerca de los casilleros un grupo de chicas, sexys como el infierno, se nos quedan mirando con la boca, literalmente, abierta. Aunque no las culpo, los tres parecemos unos putos Adonis.
Maikol es un tío súper majo y lo que yo llamaría: la voz de la conciencia pues tiene una facilidad increíble para hacerte entrar en razón cuando has perdido totalmente los papeles. Es una de las cosas que más me gustan de él; sin embargo, a las mujeres eso no les importa.
Lo único que ven es su metro noventa, pelo negro, cuerpo de gimnasio y ojos verdes. Ah, a una chica le escuché decir en una ocasión que tenía un culo perfecto. Sin comentarios.
Zion es, Zion. Es el más fuerte de los tres; cuando le ves parece un bravucón, pero nada de eso, es bastante inofensivo. Rubio, de ojos negros, fiestero, arrogante, mujeriego y un montón de cosas más.
Pero yo no soy nadie para juzgar porque soy todo eso multiplicado por diez. Ojos azules, cuerpo perfecto, pelo negro que me cae sobre los ojos y aunque me gustaría decir algo sobre mis partes bajas, creo que es mejor dejarlo ahí; una vez que empiece, van a querer probar.
—Sí, eso es justo lo que necesito —digo mientras le guiño un ojo a la rubia tetona y de poca ropa en el centro del grupo. Ella sonríe.
Seguimos caminando hasta encontrar el letrero que anuncia la Sala de Estudios. Cuando salimos del despacho del director, un tipo como de la edad de nosotros, con un ojo morado y el labio partido, estaba fuera esperando su turno y nos pidió el favor de decirle a su chica que estaba ahí. Al parecer está estudiando porque no le contesta el móvil.
No suelo hacer este tipo de favores porque, simplemente, no me da la gana, pero el grito que le pegó el director desde su escritorio, hizo que me apiadara un poco de él.
Estiro la mano y cojo el picaporte de la puerta, pero antes de girarlo, vacilo. No sé por qué, pero tengo la sensación de que no debería entrar ahí.
—¿Qué haces? —pregunta Zion.
—Nada. —Sacudo la cabeza y abro la puerta.
Pues bien, tenía razón, no debería haber entrado.
~☆~
El tiempo vuela, es verdad; pero los relojes no. Entonces, ¿cómo coño me ha caído uno en la cabeza?
—¡Dios mío! —Escucho decir a una chica.
Llevo mi mano a la frente ante el repentino dolor y siento la viscosidad de la sangre. Genial.
—¿Estás bien, tío? —pregunta Maikol, pero no respondo porque mi mirada se encuentra con tres tías que me observan con los ojos desorbitados.
Corrección, los miran, pues la trigueña de grandes tetas y la pelirroja, no dejan de mirar a mis amigos, totalmente ajenas a que me ha golpeado un maldito reloj en la cabeza. No obstante, la rubia me observa asustada.
¡Ja! Culpable.
—¡Dios mío, lo siento tanto! —dice luego de percatarse de lo que ha pasado.
Viene corriendo en mi dirección y con un pañuelo, que no sé de dónde ni en qué momento sacó, me limpia la frente. El leve contacto me escuece y, un poco más brusco de lo necesario, le aparto la mano.