Kyle:
Cuando sentí el jugo de ciruela derramarse en mi pulóver Calvin Klein, juro que pensé en matarla. O sea, viene corriendo como una loca, me golpea, me deja todo pegajoso y, ¿ni siquiera es capaz de ofrecerme una disculpa sincera? Eso, sin contar el golpe de esta mañana, debido al cual tengo una curita en la frente para cubrir la herida.
Sin embargo, ahora que la veo aturdida frente a su novio luego de soltarle palabras tan fuertes, me da un poco de pena. No importa que tan mal haya ido su relación, es un hombre y debería tratarla con respeto. Cierro los puños con fuerza, ese tío merece que le partan la cara más de lo que ya la tiene.
La trigueña de tetas grandes deja caer su bolso al piso y, con un cabreo monumental, se dirige a defender a su amiga, pero su intento se ve frustrado cuando esta, con un ligero movimiento de cabeza, le indica que no. La chica se detiene y cierra los puños con fuerza.
Addyson regresa su atención al rubio y nos sorprende a todos cuando con una sonrisa arrogante, pregunta:
—¿Quién te dijo que soy virgen?
El chico abre los ojos desorbitados y no es para menos. Pensar que tu novia es virgen, para que luego ya no lo sea, debe ser jodido; más, si fue precisamente tu novia quien te hizo pensar que lo era.
—Solo lo dices porque estás avergonzada —se defiende el idiota y debo reconocer que tiene un buen punto.
—Puede ser, pero en realidad, tú y yo sabemos que prefieres pensar eso antes de admitir que te he estado engañando todo este tiempo, porque tu orgullo de macho alfa no soportaría que no hayas sido capaz de encender a una mujer como para que quisiera acostarse contigo. Tú lo has dicho, fueron cinco largos meses en los que lo único que querías era llevarme a la cama y no lo conseguiste. No eres tan irresistible como te piensas, tus besos, tus caricias, no fueron suficientes para conseguir lo que otros sí han podido.
¡Madre mía! Eso tuvo que doler.
—¿Ves al adonis salido de revista cerca de en la puerta? —pregunta señalándome y yo enarco una ceja. ¿Qué hace?
—Ese sí que ha disfrutado de lo que tú no has podido. Porque mientras tú te revolcabas con ella, yo lo hacía con él y, cariño, un solo beso suyo es capaz de hacer que mi cuerpo combustione. Así que, yo tú, me aseguraría de ver qué está mal contigo.
Maikol y Zion sonríen y yo debo hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarme a reír a carcajadas. Si me quedaba alguna duda sobre si era virgen o no, acaba de esfumarse.
El resto de la conversación es un sinsentido hasta que Addyson decide ponerle fin de la forma que menos imaginaba.
Dándole la espalda a su novio, camina en mi dirección sin apartar su mirada de mis ojos. No tengo ni idea de lo que va a hacer, por lo que cuando sus cálidos labios tocan los míos, no puedo reaccionar.
El beso es tímido, tierno, delicado. Se dedica a jugar con mi labio inferior mientras apoya sus brazos en mis hombros. Está temblando.
No sé qué tiempo ha pasado, segundos tal vez, cuando me doy cuenta de lo que sucede, pero mientras algunos serían educados y le pondrían fin a este momento de forma que ella no quede en ridículo, yo no puedo. No la puedo soltar, pues es el beso más delicioso que me han dado en toda mi vida.
Enredo una de mis manos en su cabello y con la otra la atraigo a mi cuerpo de modo que ya no queda espacio entre los dos. Profundizo el beso y lo que en un inicio fue delicado, ahora es ardiente, desesperado. Muerde mi labio inferior arrastrando los dientes por su grosor y la sensación va directa mi entrepierna que empieza a despertar animada por lo que sucede.
Cruza sus brazos por mi cuello y me acerca más a ella, como si no quisiera soltarme nunca. Jadea y yo la imito.
—¡Dios! —exclama alguien a nuestro alrededor recordándome que no estamos solos.
Addyson parece no haberse dado cuenta porque continúa aferrada a mí como si su vida dependiera de ello. Bajo mi mano hasta tocar su culo y lo aprieto sacándola de su trance. Sus labios se apartan de los míos e inmediatamente siento como si hubiese perdido algo muy importante.
Unos ojos negros brillantes de deseo me miran sorprendidos, nerviosos, asustados.
—Me has apretado el culo —susurra.
Levanto mi mano derecha, paso el pulgar por sus labios hinchados y, con mi sonrisa calienta bragas, le digo:
—Bueno, necesitaba que te detuvieras. Si hubieses seguido, me habrías quitado la ropa.
—¿Qué?
—O sea, sé que estoy bueno y todo eso, cariño; pero estamos en público —digo en voz alta con la intención de que su ex me escuche.
Su cara se pone roja al darse cuenta de ese detalle y voltea a mirar a sus amigas quienes la reciben con una sonrisa de oreja a oreja.
—Dios, sácame de aquí —implora bajito.
Sé que no soy Dios, pero decido apiadarme de ella. Pongo mi brazo alrededor de su cuello y la incito a caminar a mi paso. Salimos del restaurante, seguidos por nuestros amigos hasta llegar al parqueo.