Addyson:
Todo está oscuro.
Siento el murmullo de la muchedumbre, pero todo está oscuro.
El corazón me late a toda prisa, me sudan las manos y siento que todo el cuerpo me tiembla. El estómago me da vuelta y tengo un odioso nudo en la garganta que apenas me deja tragar.
Pero no es miedo. No. Son nervios.
Ya es hora de ponerme en posición, así que me siento sobre mis pies. Estiro la falda de mi vestido princesa, de forma que me cubra las piernas.
No puedo ver mucho, pero he ensayado tanto esta posición que no necesito luz para saber qué hacer. Mi vestido es rosado y blanco con mucho brillo, me gusta mucho y más porque fue mamá quien lo escogió. Mi mamá es mi persona favorita en el mundo.
Estiro los brazos al frente y agacho mi cabeza en espera de la señal.
Una luz se enciende sobre mí. Ahora me veo, todos me ven, pero yo no puedo ver a nadie. Suspiro profundo. Una, dos, tres veces.
Los aplausos inundan mis oídos al mismo tiempo que comienzan los acordes de una suave canción y, con toda la elegancia que me caracteriza, me pongo de pie.
Levanto la cabeza suavemente mientras abro mis brazos y empiezo a patinar. Me deslizo por la pista sobre mis ruedas, sintiéndome libre, feliz.
Comienzo mi rutina con el paso que me identifica, la Mariposa. Con mi pierna derecha recta contra la pista, extiendo la izquierda en el aire, la doblo hacia arriba y agarro las ruedas del patín con mis dos manos, arqueando mi espalda. Me deslizo en esa posición mientras los aplausos me envuelven.
Zigzagueo a lo largo de la pista, hago la figura del Cañón, el Arabesco Alto y el Ángel; demostrando en todo momento, mi destreza.
Pasan los minutos hasta que me detengo en el centro de la pista. Miro a mi izquierda y una mujer se me acerca patinando.
Es hermosa, tan hermosa que parece un ángel. Su cabello rubio, solo unos tonos más claro que el mío, le cae como cascada por debajo de los hombros. Una corona de violetas rodea su cabeza y su vestido es blanco lleno de brillos, tiene el mismo modelo que el mío: corte princesa. Ella también lo escogió. Esta mujer hermosa es mi madre.
Cuando llega a mí, me sonríe y me toma de la mano. Tengo que mirar hacia arriba para devolverle la sonrisa, porque teniendo en cuenta que solo tengo seis añitos, es un buen tramo más grande que yo.
Ella es la mejor patinadora que existe. Comenzó cuando tenía cuatro años, igual que yo, y ha ganado muchísimos premios a lo largo de su carrera artística. Es por eso que hoy le he pedido que patine conmigo. Es un día muy importante para mí y a pesar de que estaba muy ocupada, vino a acompañarme.
—¿Lista?
—Lista —respondo.
Salimos tomadas de la mano y luego nos separamos. Ella hacia la izquierda y yo a la derecha, formando un corazón. En el borde inferior nos tomamos de las manos y, con los pies separados, empezamos a dar vueltas en el lugar.
Mi madre me suelta, hace la figura de la Muerte del Cisne y yo la imito.
Los gritos me aturden por un momento; pero esta vez no hay diversión o alegría, sino terror en su estado más puro.
Me detengo y al otro lado de la pista, mi madre también. Su cara de susto me estremece. Miro a mi alrededor en busca de qué ha generado tanto alboroto. Una de las vigas del techo se ha soltado provocando que todos salgan corriendo.
—¡¡¡Addyson!!! —grita mi madre, pero soy incapaz de moverme. Mi cerebro no puede procesar todo lo que está ocurriendo y para cuando mi madre logra llegar a mí, gran parte de la instalación se ha derrumbado.
Las cortinas se han incendiado y hay escombros por todos lados. Mi madre intenta sortearlos, pero con los patines le resulta imposible. Me saca los míos y luego intenta hacer lo mismo con los suyos, pero no lo consigue. Sin previo aviso, me lanza hacia un lado y a pesar de que casi todo mi cuerpo cae sobre ella, mi brazo golpea el suelo provocándome un dolor horrible.
Un segundo después, un enorme trozo del techo, cae justo donde estábamos.
Casi morimos...
Comienzo a llorar.
—Cariño, tranquila, ¿ok? Saldremos de aquí, te lo prometo, pero tienes que calmarte.
Me seca las lágrimas y puedo ver cómo sus manos tiemblan. Ella también tiene miedo.
Me da un beso en la frente para luego tomarme de la mano y avanzar con cuidado.
Hay mucho calor y los pies me duelen por los golpes. No veo salida por ningún lado.
Tengo miedo… No quiero morir… No quiero que nos pase nada.
—Gracias a Dios. —Escucho que dice mi madre cuando logra quitarse los patines—. Vamos a salir de aquí, cariño. —Toma mi mano y la presiona suavemente intentando calmarme.