1. Solo contigo

10. Estoy muerta

Addyson: 


Hace tres meses, dos semanas y un día de la última vez que soñé con la muerte de mi madre. Lo sé porque sucedió la noche del aniversario número quince de su fallecimiento. Y como siempre ocurre, caigo en un estado depresivo del que solo consigo salir patinando, por lo que luego de asearme, cojo mis patines y me dirijo a la pista de hielo de la universidad. 


Necesito olvidar todo lo relacionado con ese día. Pensar en lo que sucedió solo me hará caer en ese ciclo vicioso de culpabilidad en el que estuve sumida durante años. 


¿Por qué? Bueno, sencillo, porque si no hubiese sido por mí, ella no hubiese estado ahí. Era un día tan transcendental para mí, que aplazó un viaje de trabajo importante solo para estar a mi lado. Si hubiese sabido que ese sería el último día que patinaría con ella, la última vez que la vería sonreír, definitivamente no habría aceptado su presencia. 


Luego de una larga mañana de puro patinaje en la que, gracias a Dios, consigo mi propósito, o por lo menos me relajo un poco, llego a la residencia justo a tiempo para comenzar la limpieza junto a las chicas. 


—He terminado con Eddy —dice Ariadna, casi una hora después de mi llegada. 


Eddy es el chico que conoció la semana pasada, con el que se pasa el día chateando en whatsapp y el que parece ser un Dios en la cama por lograr tenerla interesada durante tanto tiempo.


—¿Por qué? —pregunta Abigail y Ari se encoge de hombros mientras continúa sacudiendo el multimueble.


—Quería que conociera a sus padres.


Una sonrisa triste cruza por mis labios. Ariadna tiene un serio problema con el compromiso desde que sus padres se divorciaron hace doce años. Es algo curioso porque siempre dice que desea casarse y tener hijos antes de los veinticinco, pero desde que un chico intenta poner las cosas serias, ella sale huyendo.


—Sabes que algún día tendrás que dar el siguiente paso, ¿verdad? —pregunto—. Digo, si realmente quieres casarte como dices.


—Algún día, tú lo has dicho.


Seguimos en nuestra labor por quince minutos más en un cómodo silencio, pero algo capta mi atención. Miradas nerviosas entre las chicas me dan a entender que quieren decir algo, pero no saben cómo. Decido que es suficiente, lo que tengan que decir, que lo hagan y ya.


—¿Qué? —pregunto.


—¿A qué te refieres? —pregunta Abigail poniendo la lavadora en marcha. Solemos rotarnos el lavado, una por semana y esta, le toca a ella, mientras Ariadna y yo limpiamos.


—Sé que quieren decir algo. Adelante, no se detengan.


Se miran nerviosas. Suelto la colcha que estaba exprimiendo en el cubo lleno de agua y me pongo las manos en la cintura.


—Chicas, estoy esperando.


—¿Cómo te sientes? —pregunta Abigail.


—Estoy mejor —respondo sabiendo a qué se refiere—. Pueden estar tranquilas, pero no creo que esa sea la razón detrás de sus miradas.


—Bueno, ya que te sientes bien... —Hace una pausa y luego mira a Ariadna. Una sonrisa cómplice se extiende en sus rostros. Ahora estoy confundida—. ¿Qué tanto recuerdas de la fiesta?


¿De la fiesta? ¡Oh, Dios, ¿qué hice?!


—¿Por qué la pregunta?


—¿Qué es lo último que recuerdas? —Interviene Ariadna.


Ellas me conocen, cuando bebo en exceso tiendo a olvidar ciertas cosas que, por lo general, son momentos verdaderamente vergonzosos.


Pienso y pienso. La fiesta fue divertida, recuerdo al chico de la barra y cómo me encontró ya avanzada la noche, bailamos y nos sentamos en la fogata; pero eso fue al final, así que sigo buscado. 


Golpeé la cabeza del Adonis con una pelota, jugamos al beer pong y ganamos. Algo acerca de un brindis, no estoy segura. A partir de ahí hay una pequeña laguna.


—El beer pong —respondo—. Ganamos, pero no recuerdo mucho más. —Abigail suelta una risita.


—Lo sabía. Pues bueno, cariño, siéntate, porque olvidaste la mejor parte de la noche —dice Ariadna y yo me asusto enormemente. 


Ari tiene la mala manía de exagerar las cosas, pero si lo olvidé, apuesto mi colección secreta de libros eróticos a que definitivamente es algo grande.


Me cuentan el momento en que le tiré el resto de la cerveza del brindis en el rostro al Adonis, que nos metimos en una discusión absurda sobre el momento y el lugar equivocado donde él terminó aceptando que puede que yo tuviera razón. Debo admitir que esa parte hace que me sienta bien.


—Entonces, ustedes estaban a una distancia más o menos... —Hace una pausa pensando—. Aby, ven aquí, cielo. —Abigail se le acerca y Ariadna se pone delante de ella dejando una distancia de dos losas entre las dos—. Más o menos estaban así de cerca, así que digamos que eran sesenta centímetros. ¿Estoy bien, Aby?


—Sí, más o menos. —Ruedo los ojos porque estoy segura que terminaré viendo una dramatización de lo que sucedió anoche. Ariadna debería estar estudiando Teatro en vez de Contabilidad.



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En el texto hay: amor patinaje ruedas hielo

Editado: 27.10.2024

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