1. Solo contigo

12. Richard Andersson

Kyle: 


Suspiro profundo mientras aprieto el celular con todas mis fuerzas.


¡Dios, eso fue bastante rápido!


Resignado, sabiendo que no me queda de otra que ir a casa, si es que a eso se le puede llamar casa, llamo a Maikol para avisarle. 


Contesta al segundo tono.


—¿Dónde te has metido? Hemos visto cómo Addyson escapaba por las escaleras. —Suelta una risita por algo que alguien dice, pero no consigo entender.


—El rey ha vuelto. —El silencio se apodera de la línea por unos minutos. Él sabe a quién me refiero y lo difícil que es para mí.


—Eso ha sido bastante rápido. ¿Vas a Nordella?


—¿Acaso tengo otro remedio? —Suspiro y siento un forcejeo al otro lado de la línea. La siguiente voz que escucho es la de Zion.


—Estás en altavoz —dice sin más—. ¿Necesitas que vayamos contigo? 


—No, gracias por el ofrecimiento, pero esto es algo que debo hacer yo solo.


—Tienes razón, pero, ¡joder tío! ¡Qué mierda! Pensé que demoraría más. Pensé que tendrías más tiempo para prepararte —protesta, enojado—. O sea, a penas llegamos ayer y él estaba al otro lado del mundo. ¿Cómo demonios se enteró?


—Él tiene sus métodos y tú lo sabes. —Emprendo la marcha fuera de la residencia. Me quedan dos largas horas antes de entrar en el mismísimo infierno—. Me llevo el auto, ¿quieren que los deje en algún lugar antes?


—No te preocupes, encontraremos la manera de llegar a la residencia —interviene Maikol—. ¿Regresarás hoy o esperarás a mañana?


—Dios, no. Regreso hoy. —Un escalofrío recorre mi espalda. La sola idea de pasar tanto tiempo allá, asusta como el demonio. Llego a mi precioso Ferrari y me monto emprendiendo la marcha a Nordella, la ciudad que me vio crecer—. Además, mañana tenemos entrenamiento.


—Perfecto —dice Zion—. Esta noche estamos invitados a una fiesta en un bar discoteca o algo así. Clinton, creo que dijeron que era su nombre. La vamos a pasar fenomenal.


—De acuerdo. Nos vemos en la noche. Voy a colgar que ya salí a la carretera. —Sin esperar respuesta, cuelgo el móvil. 


Enciendo el reproductor y la voz de Dani Fernández inunda el auto. No quiero pensar, eso es lo último que debería hacer ahora.


Dos horas después, tal y como predije, apago el Ferrari en el parqueo de la casa de mis padres. Suspiro profundo y me paso las manos por el rostro, exasperado.


Tú puedes, Kyle. Tú puedes.


Abro la puerta y mi madre me recibe sonriendo.


—He sentido el coche —dice, al mismo tiempo que me envuelve en un abrazo de oso. Ella es lo único bueno de este lugar—. ¿Cómo estás, cariño? 


—Bien, ¿qué tal el viaje?


—Bastante bien, aunque ayer recibió una llamada que lo puso histérico y adelantó el regreso —dice preocupada—. ¿Sabes qué sucede? ¿Tiene algo que ver contigo?


Sonrío, pero no llega a mis ojos y eso no le pasa desapercibido. Su preocupación aumenta.
—¿Qué sucede? 


—No te preocupes. Todo está bien, te lo explicaré luego. ¿Está en su despacho? —Asiente y yo le doy un beso en la frente—. Te quiero, mamá.


Sus ojos se llenan de lágrimas. Ella sabe que la conversación que tendré con mi progenitor no será agradable. La verdad es que no se imagina ni la mitad de lo compleja que es la relación con mi padre, solo sabe que no nos llevamos bien y eso le duele.


Llego a su despacho y respiro profundo. 


Toco la puerta.


—Adelante —dice una voz ronca.


Abro la puerta y camino a su encuentro. Está de frente a la ventana con vistas al mar. Miro a mi alrededor. 


Hace unos años que no entro a este lugar. No me trae buenos recuerdos y, para mi sorpresa, no ha cambiado en nada. 


Un escritorio enorme lleno de papeles. Un teléfono fijo y una laptop sobre él. Unos panchos negros con una mesa en el centro. Esa mesa es lo único que ha cambiado; la última vez que estuve aquí, destrocé la anterior luego de caer sobre ella como reacción a un puño de este hombre que dice ser mi padre. 


Una pared llena de libros, que solía amar de pequeño, y unos cuadros sobrios, son básicamente la decoración de este lugar.


Me acerco a él y me doy cuenta de que ha sido una mala idea cuando se gira hacia mí y estampa su puño derecho contra mi estómago. Me doblo del dolor y me obligo a tragar la bilis que amenaza con salir.


Este hombre sigue siendo tan hijo de puta como siempre; sus golpes son fuertes, pero nunca donde se puedan ver.


—Ha sido agradable verle también, padre —digo destilando sarcasmo y mucho, pero mucho odio.


—¿Se puede saber qué demonios crees que haces?


—No sé a qué se refiere. —Miento mientras me enderezo, claro que sé qué quiere decir.
—Milton Black. He recibido una notificación de esa porquería de universidad diciendo que era un placer tener a mi hijo como estudiante.



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En el texto hay: amor patinaje ruedas hielo

Editado: 27.10.2024

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