1. Solo contigo

13. Bar Clinton

Addyson


—No creo que esto sea buena idea. —Sentada en el asiento trasero del Mercedes Benz de Abigail, me pregunto exactamente en qué estaba pensando cuando acepté que Ariadna escogiese mi vestido para venir a la fiesta.


—No seas remilgada, Addyson —contesta Ariadna desde el asiento copiloto mientras se retoca el brillo de los labios. Me mira por el espejo retrovisor—. Estás guapísima. Cuando Cristóbal te vea, se va a arrepentir enormemente de ser tan idiota.


—No creo que me importe si se arrepiente o no. Además, no pienso que vistiéndome como una puta, vaya a hacerle cambiar de opinión.


—Oye, estás usando uno de mis vestidos favoritos. ¿Estás diciendo que soy una puta por usar algo como eso? —pregunta haciéndose la ofendida, sin embargo, la comisura de sus labios la delatan. Está conteniendo una sonrisa, pero cuando Abigail comienza a reírse, ella no lo puede evitar y estalla también. Yo las imito.


—No eres ninguna puta —le digo.


—Lo sé.


—Ok —dice Abigail llamando nuestra atención—. Tienes razón cuando dices que no tienes que vestirte así para hacerle cambiar de opinión, él no vale la pena; pero en realidad, nosotras lo que queremos es ver la cara de cierto chico cuando te vea con ese vestido sexy.


—¿Cierto chico? —pregunto con miedo a su respuesta.


—El Adonis de revista. Lo hemos invitado, bueno, a él y a sus amigos. —Añade Ariadna y, sonriendo, choca los cinco con Abigail.


—¿Qué hicieron, qué? 


—No te enojes —pide Aby—. Solo queremos ayudar.


—¿Ayudar en qué? —pregunto exasperada.


—Entre ustedes hay una enorme tensión sexual —interviene Ariadna como si nada—. Solo queremos que la resuelvan. Quién quita, a lo mejor terminas perdiendo la virginidad con ese machote y, cariño, estoy convencida de que el sexo con él sería alucinante.


Me quedo con la boca abierta mientras Abigail asiente secundando su opinión. Intento decir algo, pero no puedo, la verdad es que no sé qué decir. Esta vez sí que se han superado, me han dejado sin palabras. ¿Cómo pueden hacerme esto? 


Es cierto que la idea de acostarme con él es realmente tentadora, pero eso es algo que solo pasa en libros, es decir, el chico más popular y la chica..., bueno, yo también soy la más popular, pero mi cuerpo no encaja para nada en los estándares mundiales. ¿Por qué presionar en algo que no va a pasar? O sea, mírenlo y luego mírenme a mí.


Bajo del coche sin decir nada y ellas me siguen.


—Olvídalo, ¿vale? —pide Ariadna—. Olvida que hemos dicho eso. Solo queremos pasarla bien. No tiene que pasar nada entre ustedes dos. Aunque no me puedes negar que matarías para que algo pasara entre ustedes.


—No sé si matar sería la palabra correcta. Es cierto que está para morirse y resucitar solo para volver a verlo y que hay altas, muy altas posibilidades de que sea un Dios en la cama y no niego que me gustaría experimentar, pero... —Hago una pausa y respiro profundo mientras busco las palabras—, ese tío me odia y, ¿acaso no han visto a la rubia oxigenada que tuvo prendida a su brazo durante toda la fiesta? —les pregunto enojándome cada vez más—. Es obvio cuál es su tipo y, definitivamente, yo no encajo en él. Cualquiera de ustedes dos tendría más posibilidades que yo.


Termino mi rabieta y las observo. Ariadna tiene sus manos en la cintura y su mirada me dice que está molesta, muy molesta. Abigail cruza sus brazos sobre su pecho, lo cual en ella es una señal, un letrero de neón que dice que va a estallar la tercera guerra mundial en el aparcamiento si no hago algo antes.


—No puedo creer que hayas dicho eso. ¿Desde cuándo eres así? —pregunta Abigail, un poco más alto de lo necesario—. ¿Qué tiene la rubia oxigenada que no tengas tú? —Se me acerca dos pasos y Ariadna intenta decirle algo, pero se detiene. 


Abigail es un cielo, un amor de persona, pero cuando se encabrona, se transforma. De hecho, en cinco ocasiones hemos terminado dándonos unos buenos jalones de pelo, lo cual, en vez de separarnos solo nos ha unido aún más, pues aunque un poco ortodoxa, esa es su manera de hacerme entender que tengo una opinión enormemente equivocada respecto a mí. Aunque el hecho de que en dieciocho años de amistad, solo nos hayamos peleado cinco veces por esos motivos, significa que, por lo general, pienso bastante bien de mí, ¿verdad? 


Y como hoy no quiero sumar una pelea más a nuestra historia y mucho menos que una de las dos termine con el labio roto, me le acerco intentando calmarla.


—Aby...


—Aby, ni mierda...


—Palabras, Abigail —le reprende Ariadna y la primera la fulmina con la mirada.


—Esa rubia de pacotilla no es para nada mejor que tú. No soy la clase de persona que habla de los demás sin saber, por eso cuando te digo que esa tía es una perra es porque lo es. La conozco: no tiene sentimientos, es petulante, mentirosa, grosera, una mierda de amiga y no tiene nada en el cerebro. —Enumera con los dedos a medida que suelta sus defectos—. Lo único que tiene es un cuerpo de puta madre, como suelen decir los tíos, pero en realidad esos senos y esos labios no son suyos. El culo sí lo es, debo admitir. —Ariadna resopla, yo sonrío—. Tú eres inteligente, divertida, cariñosa, incondicional, talentosa, la mejor amiga que se puede pedir, eres la mejor persona que he conocido en mi vida. —Mi sonrisa se va ensanchando a medida que esas hermosas palabras salen de su boca.



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En el texto hay: amor patinaje ruedas hielo

Editado: 27.10.2024

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