1. Solo contigo

Cap 24: Kyle

Cuando Ariadna y Abigail llegaron al entrenamiento sin Addyson debí suponer que algo andaba mal. Esas tres nunca se separan, de hecho, desde que las conozco, no creo haberlas visto solas ni una vez. 


Es cierto que una pequeña alarma se encendió en mí al ver a Ariadna tan nerviosa; no paraba de morderse las uñas y dedicarle miradas preocupadas a su amiga, pero esa sensación se disipó justo en el momento en que Addyson entró al club, hermosa como siempre, con una blusa blanca de tirantes, unos short demasiado cortos para mi propio bien, el pelo recogido en una coleta alta y una mochila colgando sobre su hombro derecho.


Pero vuelvo a repetir, debí saber que algo andaba mal cuando Ariadna, luego de un duro golpe en su trasero, se lanzó a los brazos de su amiga y comenzó a llorar; tampoco pasó desapercibido el enorme suspiro de alivio de Abigail al verla llegar.


A pesar de su sonrisa tranquilizadora, en ese momento debí atar los cabos sueltos. Addyson se negaba firmemente al principio a participar en la competencia y su reticencia tenía que ver principalmente con el patinaje sobre ruedas, pero estaba tan entusiasmado con la idea de enseñarle ese deporte que tanto me apasiona, que no pensé en nada más y no le presté atención a esas señales.


¿Y qué me pasó por imbécil?


Que casi me cago en los pantalones.


Es decir, cuando Addyson me dijo que no podía, inmediatamente pensé que le temía a lastimarse y yo estaba tan enojado por su impuntualidad, que sin pensarlo demasiado la arrastré hacia la pista ignorando el terror en su voz cuando me pedía que no lo hiciera.


Nunca en mi vida he pasado por una situación como la de esta mañana. Addyson me asustó como el infierno.


Su cuerpo empezó a temblar, se puso fría como el hielo, el sudor corría por su frente y parecía no poder respirar; parecía que se estaba ahogando. Perdió su realidad y lo que sea que pasaba por su cabeza, no debía ser bonito. No paraba de llorar, pero lo realmente aterrador, fueron sus gritos incoherentes donde no paraba de llamar a su madre.


No sé qué pasó exactamente para que se pusiera así, pero ahora me siento como un monstruo por haberla puesto en ese estado. Y sí, sé que es mi culpa.


Cuando las chicas se marcharon, Maikol nos dijo que parecía haber entrado en un ataque de pánico y que lo más probable era que el detonante haya sido el patinaje y que yo la haya forzado a entrar en la pista. Era solo una suposición.


Ahora, luego de estar todo el día dando vueltas por la ciudad para distraerme, estoy entrando a la residencia. 


Después de tomarme un jugo de ciruela, me trio al sofá y prendo el televisor.


Horas más tarde, luego de cenar, los chicos y yo nos ponemos a ver la película “Bloodshot”. Me quedo dormido enseguida y cerca de las dos de la mañana, decido que el sofá es demasiado incómodo y me voy a la cama. 


Me despierto con el sonido de mi alarma a las seis de la mañana y con mucho pesar, me levanto en dirección al baño. Zion y yo quedamos en salir a correr bien temprano.


Me encuentro con los chicos en la cocina. Maikol me tiende un vaso de jugo y yo lo miro extrañado.


—He decidido unirme hoy. No he podido dormir bien —explica Maikol al percatarse de mi mirada.


—Perfecto. —Tomo un poco de jugo. ¡Dios, está delicioso! Maikol tiene una mano para esto, espectacular. 


A pesar de que la habitación no tiene una cocina como tal, hemos comprado algunas cosas para facilitarnos la vida, como por ejemplo, una batidora. Maik adora hacer batidos y nosotros definitivamente no nos quejamos. También es muy buen cocinero, tal vez haya influido el hecho de que es huérfano y ha tenido que cuidar de sí mismo desde siempre.


A lo lejos escucho el llanto de un bebé, es apenas perceptible y me pregunto si lo he imaginado. Miro a los chicos, pero parecen no escuchar nada. Seguro lo he imaginado.


¿Qué haría un bebé en la residencia a las seis de la mañana?


Vuelvo a sentir el llanto.


—¿Han escuchado eso? 


—¿A un bebé llorar? —pregunta Zion y yo asiento con la cabeza—. Pensé que lo había imaginado.


—Igual yo.


—Creo que viene de la puerta —interviene Maikol y los tres miramos en esa dirección.


Con cuidado nos acercamos. Sigilosamente, un pie primero y el otro después como si estuviésemos en un campo minado. Somos unos estúpidos. ¿Exactamente qué pensamos que va a pasar? ¿Explotar?


Zion abre un poco la puerta y asoma la cabeza. Mira alrededor y luego nos dice que no hay nadie. Maikol se acerca y abre la puerta totalmente. Le da un cocotazo a Zion y él se queja exageradamente.


—¿No hay nadie? ¿Se puede saber entonces qué es eso? —dice apuntando al suelo. En una cesta de esas que se usan en el súper para transportar la mercancía, hay un bebé envuelto en mantas rosadas.


¿Pero qué demonios?


—Oh. —Es lo único que puede articular nuestro amigo.


Me acerco a ellos y miro más de cerca. Un pequeño, muy pequeño espécimen humano, de pelo rubio y ojos increíblemente azules, nos mira detenidamente mientras chupa su dedo. Bosteza. Su boca parece la de un pescado.



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En el texto hay: amor patinaje ruedas hielo

Editado: 27.10.2024

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