Una bebé, una niña...
¡Dios mío, no puedo creer que exista una posibilidad de que sea mi hija! Siempre he sido un hombre responsable, nunca he estado con una mujer sin protección porque sé muy bien lo que quiero de la vida y definitivamente un bebé no está dentro de mis planes, no por ahora. Así que esto tiene que ser una broma pesada.
Si esa criatura llega a ser mía, Richard Andersson me mata, no estoy exagerando. Es un hombre chapado a la antigua, aunque por ese lado, Zion no lo tiene fácil tampoco. Su padre no es un maltratador de mierda, pero es un hombre muy conservador y vive de las apariencias.
Mientras el mío me mataría a golpes, el señor Bolt sacaría a Eilyn de debajo de la tierra si fuera necesario y la obligaría a casarse con su hijo. Y créanme, lo haría. Si Eilyn estuviese casada para ese entonces, él encontraría la forma de que se divorciaran y borraría de la faz de la tierra el registro del divorcio de alguna forma. Ante todo están las apariencias, su hijo no podría estar casado con una mujer mancillada por la separación. Por suerte, Eilyn proviene de una familia adinerada, sino de la noche a la mañana, sería hija de grandes accionistas de alguna empresa.
A veces el señor Bolt me aterra incluso más que mi padre y eso, es mucho decir.
Conduzco durante diez minutos sumido en mis pensamientos hasta que me doy cuenta de que voy sin rumbo fijo. No tengo idea de dónde puedo encontrar los artículos de la lista.
Me detengo frente a un semáforo y aprovecho para llamar a Maikol y preguntar a dónde debo ir, sin embargo algo llama mi atención. Al cruzar la calle, sentada en la escalinata de una pastelería bastante famosa por esta zona que hace esquina, está sentada una muy aburrida Addyson. Lo sé, porque ese pelo rubio amarrado en una trenza desgreñada es inconfundible.
Dejo el teléfono en el salpicadero y, luego de cruzar la calle, parqueo mi Ferrari.
Tiene los brazos apoyados sobre las rodillas mientras juega con sus dedos sumida en sus pensamientos. Pensamientos que no parecen ser muy agradables pues un feo ceño arrugado estropea su hermoso rostro.
¿Estará pensando en lo que sucedió ayer?
Bajo del coche y me acerco a ella. No levanta su cabeza.
Me siento a su lado y aclaro mi garganta. Da un brinco en el lugar y me observa confundida.
—¿Qué haces aquí?
—Buenos días, señorita —digo sonriendo.
—Buenos días. ¿Qué haces aquí?
—Estaba buscando algunas cosas que necesitaba cuando te vi aquí sentada, sola y aburrida. No pensaba en ti como alguien madrugadora.
—No estoy aburrida y no, no soy madrugadora.
Espero en silencio un par de minutos a que me diga qué hace aquí sin verme tan curioso, pero no lo hace.
—¿Estás poco comunicativa hoy o no tienes deseos de hablar conmigo?
—Lo siento, aún estoy dormida. Vine a comprar un pastel. Hoy es el cumpleaños de Ariadna.
—¿En serio? —Asiente—. ¿Pero por qué tan temprano?
—Aquí los domingos se hacen unas colas infernales, además, quiero tenerla para cuando despierte.
—¿Van a festejarlo? —Niega con la cabeza.
—A Ari no le gusta festejar su cumpleaños, le trae malos recuerdos.
—¿Cuántos cumple?
—Veintiuno. —Hace una pausa—. ¿Y tú qué haces tan temprano?
Oh, cierto. La niña.
Lo había olvidado. Tengo que comprar las cosas. Miro a Addyson unos segundos mientras espera mi respuesta. Es mujer, ella debe saber dónde encontrar lo que necesito, ¿no? Sonrío.
—¿A qué hora suele levantarse Ariadna?
—Sobre las diez —responde confundida. Miro mi reloj, siete y veinticinco de la mañana. Tengo tiempo.
—¿Andas en coche?
—Vine caminando. —Levanto una ceja. Está bastante lejos. Ella nota mi confusión y agrega—: Cogí un autobús y luego caminé dos cuadras.
—Sigo sin entender. Hay una parada aquí mismo —digo señalando la parada que hay a casi cincuenta metros de nosotros.
—Era muy temprano y necesitaba despertarme un poco. —Se encoje de hombros. Está loca.
—Oh, ya veo. —Me pongo de pie—. Necesito que me ayudes a hacer unas compras, no te preocupes estarás en la residencia sobre las nueve, nueve y media.
Ella parece pensárselo un poco, pero luego asiente.
—Aún necesito que abran para comprar el pastel.
—No te preocupes, yo lo resuelvo.
Sin pensarlo dos veces la cojo de la mano y la dirijo a la parte de atrás del local. Un chico, con un pantalón negro y un pulóver rojo está botando la basura y le pregunto si Betty ya llegó. El chico entra a buscarla.
Betty es una de las gatitas que han pasado por la cama de Zion estas dos últimas semanas. No suelo grabarme sus nombres, pero esta chica es bastante agradable. Cada vez que va a la residencia nos lleva bombones. Me encantan los bombones.