Capítulo extra en agradecimiento a todo el amor que le han dado a la historia...
Ok, no lo puedo evitar.
Estoy nerviosa. Muy nerviosa.
Acabamos de llegar a la nueva casa de los chicos para festejar el cumpleaños de Maikol y, a pesar de que no quería venir, me daba pena con el homenajeado por lo que no me pude negar.
Me encantan las fiestas, pero no tengo ningún deseo de encontrarme con Kyle; en primer lugar porque el solo hecho de verlo hace que las mariposas en mi estómago se vuelvan loca y eso no es bueno y en segundo lugar, porque estoy convencida de que alguna chica estará pegada a él como una lapa. Una chica, que cómo es lógico reunirá los requisitos para ser su tipo: culonas, altas y tetonas; y yo no estoy de ánimos para presenciar esa escena, porque por más que lo niegue, eso acabaría conmigo.
Aun me niego a usar la palabra con “e” para referirme a mis sentimientos por él, pero sé que no estoy muy lejos y eso me aterra porque nunca existirá la posibilidad de que él se sienta de igual manera.
—Tus amigos sí que saben montar una fiesta. Y la casa es enorme —comenta Damián por encima de la música. Asiento con la cabeza, sonriendo.
Damián y yo hemos salido par de veces en los últimos días, como amigos, pero se ha sentido bien. Es un chico muy dulce y se ha portado muy bien conmigo, pero lo sorprendente, es que le he hablado de mí. Le he contado sobre mi madre, mi pasado y, sinceramente, se ha sentido liberador hablar con alguien ajeno, pero, por desgracia, no ha sido suficiente para que mi miedo a la pista desaparezca.
Por más que lo he intentado, aún sigo siendo incapaz de pararme de las gradas con los patines puestos.
—Madre mía, ¿de dónde han salido tantos tíos buenos? —pregunta Samantha a mi lado—. En mi facultad no están tan buenos, es más creo que nunca había visto tíos tan buenos.
Damián se aclara la garganta.
—¿Qué? —pregunta su hermana.
—No es agradable oír hablar a tu hermanita pequeña sobre los buenos que están los hombres.
—Pequeña solo por cinco minutos así que no te hagas.
—¡Vinieron! —grita Maikol y me doy cuenta de que ya está un poco pasado de copas.
—No podríamos perdérnoslo —digo con una sonrisa—. Felicidades, Maik. —Le tiendo nuestro regalo. No sabíamos qué regalarle así que decidimos unirnos y le compramos un reloj. A los tíos le gustan los relojes, o al menos eso he oído—. Es de las tres.
—Gracias, pero no tenían que hacerlo.
—Felicidades —dice Abigail un poco cohibida y la mirada que este monumento le dedica es ardiente, capaz de derretir a la más fría de las criaturas.
—Gracias.
—Felicidades, la fiesta es una pasada y la casa ni hablar —interviene Ariadna.
—Gracias. Aunque la fiesta ha sido idea de los chicos, por suerte todo va bien hasta ahora.
—¡Maikol! —grita una trigueña de grandes tetas detrás de él y en cuestiones de segundos está a su lado arrastrándolo con ella. Él se marcha sin decir adiós y si las miradas mataran esa chica estuviera muerta y enterrada.
—Si te gusta es mejor que no sigas perdiendo el tiempo —le digo a Abigail.
—Eso mismo te digo yo a ti —me devuelve un poco mordaz y supongo que la mueca en mi cara no le pasa desapercibida porque inmediatamente se arrepiente.
—Lo siento, es solo que no es justo que sea tan guapo y tan mujeriego.
—Y tan bueno en la cama —interviene Ariadna—, digo, según lo que tú has dicho.
—No te preocupes, cielo, supongo que tienes razón, yo...
—¡Pero miren quiénes están aquí! —grita Zion de repente y Dios, este también está pasado de tragos. Me pregunto en qué condiciones estará Kyle—. Están preciosas.
—Y tú borracho —contesta Ariadna.
—Un poco, tienes razón.
—Zion, esta es Samantha —digo apuntando a la chica a mi lado—. Y este es su hermano, Damián. Chicos, él es Zion.
—Bienvenidos, disfruten de la fiesta y beban todo lo que quieran.
—Gracias —contesta Damián.
—Zion, ¿dónde está el baño? —pregunto pues para mi mala suerte, me estoy orinando desde mitad del camino y ya no aguanto más.
—Ahí hay uno —dice apuntando a una puerta a unos metros de nosotros. Menuda cola—, pero no te lo recomiendo, cómo ves, la cola es enorme y la higiene no debe estar muy buena. —Asiento decepcionada y él se saca unas llaves del bolsillo—. Estas no son. —Mete la mano en su otro bolsillo y saca otra llave—. Cerramos todas las habitaciones para no tener que encontrarnos con parejas haciendo sus cosas en nuestras camas, pero Kyle, como siempre dejó las de él regadas y yo las guardé. —Me tiende el último llavero que sacó, con la forma de una guitarra negra—. Este es el mío, cuando subas las escalera, la segunda puerta a la derecha. No te fijes en el reguero.