Si hace un mes me llegan a decir que soy un hombre romántico, lo más probable es que esa persona hubiese terminado con un ojo morado. Siempre he pensado que la palabra romántico nunca estaría unida a mi nombre.
Es por eso que hoy no solo he dejado a Addyson con la boca abierta, sino a mí también. ¿Y saben qué es lo más desconcertante? Que me nace solo, ni siquiera tengo que esforzarme. Solo tengo que mirarla para que mi parte sensiblera salga a la luz y no voy a mentir, me abruma bastante esa situación; es como si me convirtiera en un hombre completamente distinto a su alrededor y por lo que veo a ella le encanta, así que a pesar de que me siento raro como el infierno, intento no pensar demasiado en el asunto y darle riendas sueltas a mi imaginación.
Debo destacar que solo llevamos de novios seis horas.
Novios. Esa es otra palabra que nunca pensé que estaría relacionada conmigo.
Por suerte, no soy el único que se comporta diferente. Addyson, ha bajado sus defensas conmigo y parece realmente cómoda y a gusto a mi alrededor, algo, que debo destacar, hace cosas raras en mi estómago.
Esa hermosa sonrisa que tiene y que, desgraciadamente, le encanta mostrar a todos los tíos a su alrededor (cuestión que tengo intensión de resolver pronto), no desaparece de su rostro ni un segundo mientras me mira.
El entrenamiento de hoy es, sin dudas, el más divertido. Comenzamos el patinaje en pareja, saltos, giros y piruetas y aunque en numerosas ocasiones terminamos golpeándonos contra el hielo, la dinámica que mantenemos entre los dos es espectacular. Hay besos, abrazos y muchas rizas, tanto, que Ariadna nos amenaza con vomitar sobre nuestros patines.
Según Addyson, Ariadna es la reina del drama y por tanto no debo hacerle caso, es por eso que entre más protesta, más tiempo dedico a besar a mi chica. Algo que a mí no me molesta... y a mi chica, tampoco.
Luego del entrenamiento decidimos cenar el en Big Bang los dos solos para conocernos un poco mejor, pues sabemos muy poco el uno del otro y, por algún motivo que desconozco, evitamos el tema de nuestros padres. Supongo que no quiere hablar de su madre y teme que si me pregunta por los míos, yo le preguntaré por Annalía.
—Hemos llegado —comenta con una tímida sonrisa al llegar a la puerta de su dormitorio. Observa sus pies y retuerce los dedos de las manos. No entiendo el motivo de su repentino nerviosismo.
—Sí, hemos llegado. —Un raro silencio se cierne sobre nosotros. Paso las manos por mi pelo rebanándome los sesos para encontrar algo que decir que nos saque de esta incomodidad que no tengo idea de dónde ha salido.
—¿Quieres pasar? —pregunta sin mirarme a los ojos y comienzo a entender el motivo de su nerviosismo.
Entrar es lo que más deseo hacer.
No quiero dejarla aún, son las nueve y media de la noche solamente, pero algo en el fondo de mi cabeza me dice que debo terminar el día aquí.
Hasta hace unas horas, ella creía que yo solo quería terminar lo que su ex no pudo y a pesar de que logré convencerla de que eso no es cierto, no quiero que se sienta presionada. Además, me conozco. Prácticamente no he podido quitarle las manos de encima en toda la tarde, si entro y terminamos en un espacio reducido, se me va a hacer aún más complicado estar lejos de ella y eso la pondrá aún más nerviosa.
Quiero que sepa que me gusta de verdad, que deseo algo serio con ella y que estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario; porque, aunque parezca increíble, estoy dispuesto a esperar a que esté preparada aunque las bolas se me pongan azules. Total, sin darme cuenta, en algún momento de las últimas semanas dejé de acostarme con cuanta tía se me posara adelante y aún no tenía nada con ella, así que ahora, no será ningún problema.
—No, gracias. —Ella me mira confundida, aunque en sus ojos noto cierto alivio.
He tomado la decisión correcta. Lo sé.
—Las chicas están ahí y estoy seguro de que están esperándote para que le cuentes todo, detalle a detalle. —Addy pone los ojos como platos y yo no puedo evitar sonreír—. He oído que eso es lo que hacen las chicas cuando una de sus amigas encuentra un novio.
Ella sonríe y se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Tienes razón.
—Y por otro lado, debes estar cansada. A mí me duele todo el cuerpo, necesito una ducha caliente urgentemente y un sueño reparador.
—Esa es una perfecta idea, de hecho.
El silencio vuelve a nosotros.
—Deberías entrar.
—Oh, entraré luego de que te vayas.
—No te preocupes por mí, quiero ver que entres sana y salva.
—No seas tonto, estoy justo en la puerta, nada me va a pasar.
—No me importa, entra tú primero.
—No, vete tú. —Esta rara conversación me recuerda a esas escenas cursis que pensaba que solo se daban en las películas, pero ahora mismo no me importa, estoy demasiado divertido como para preocuparme de lo ridículo de la situación.
—¿Por qué quieres que me vaya primero? —pregunto y ella se encoje de hombros.