1. Solo contigo

Cap 35: Kyle

—¿Crees que Zion esté enojado conmigo? —pregunta Addyson cuando llegamos a mi habitación, luego de dejar a un muy trastornado rubio desparramado en el sofá blanco de la sala.


—Si fuera tú, no me preocuparía por Zion, preocúpate mejor por la reacción de Ariadna cuando le cuentes el problema en que la has metido.


—No entiendo cuál es el problema, la verdad. —Se acuesta en mi cama extendiendo las manos hacia atrás y colgando las piernas en el borde. 


Hoy lleva una blusa sencilla de tirantes rosada, y una saya mezclilla, la cual, aparte de ser bastante corta, se le sube un poco en esa posición, permitiendo que desde donde estoy, pueda ver el color violeta de sus bragas. Aparto la mirada y para evitar la tentación, me separo de mi escritorio y me acerco a la cama, por el lado de su cabeza.


—Estoy segura de que a Ari no le molestará fingir por un día ser la madre de la niña. Ella es una buena chica, estará encantada de ayudar.


—Ahí está el problema, Addy, no sería por un día. —Apoya sus codos sobre la cama, levanta su cabeza y me observa confundida.


—¿A qué te refieres con que no sería por un día?


—Cuando al señor Bolt se le mete algo en la cabeza, no hay quien lo pare. Si Ariadna se presenta mañana como la madre de esa niña, no faltará mucho para que tenga un enorme anillo de compromiso adornando su dedo.


Sus ojos se abren como platos y, quitándose las sandalias, se sienta frente a mí con las piernas cruzadas, haciendo que sus bragas violetas vuelvan a estar en mi punto de mira. Esta vez mi mirada se mantiene más de lo necesario y no puedo evitar pensar en qué pasaría si intentara quitárselas. 


Maldita sea.


Mi polla está cobrando vida y este no es un buen momento. Ella está aquí por lo que ahora no puedo aliviarla.


Aparto la mirada.


—Estás bromeando, ¿verdad?


—Desgraciadamente, no. —Niego con la cabeza dando mayor énfasis.


—¿Sabes algún tipo de arte marcial? —pregunta de repente y yo la miro como si le hubiesen salido tres cabezas por el repentino cambio de tema.


—Kárate ¿por qué?


—Porque hace unos años, Ariadna se metió en un curso de Taekwondo y es realmente buena en eso. Voy a contratarte como mi guardaespaldas para cuando le cuente. —No puedo evitarlo y me río, con ganas—. No te rías, estoy hablando en serio. Si lo que dices es verdad, he metido a Ariadna en el embrollo del siglo, no me voy a salir de rositas así como así. Se va a poner histérica y te necesito ahí para defenderme.


—Ok. —Intento parar de reír—. Dijiste que me contratarías como tu guardaespaldas. ¿Cómo me vas a pagar? —murmuro la pregunta con voz seductora. Ella se pone colorada cuando capta mi insinuación, pero se recompone rápidamente.


—Tengo mucho dinero —contesta orgullosa.


—Yo también —digo y me acerco a ella. Nuestros rostros están a escasos centímetros. Ella abre los ojos como platos y luego observa mi boca. Se aclara la garganta y se separa un poco.


—Creo que es hora de que me vaya —dice poniéndose de pie y, a una velocidad increíble, se calza las sandalias, coge su bolso, me da un beso de piquito y se pierde tras la puerta. Lanzo la cabeza hacia atrás y suelto una carcajada. 


Estoy poniéndome de pie para ir tras ella cuando la puerta se abre de nuevo mostrando a mi rubia preferida con las manos en la cintura y un tierno puchero en sus labios.


—¿De verdad no vas a ayudarme?


Sonriendo me acerco a ella y luego de darle un delicioso beso, acuno sus mejillas con mis manos.


—Claro que sí, pequeña. ¿Lista para la guerra?


—No.


—Pues no te queda de otra.


Suspira profundo y asiente con la cabeza. Salimos de mi habitación, ella va delante de mí y no puedo evitar reír ante el sigilo con el que baja las escaleras. Cuando llegamos a la planta baja, mira a su alrededor y al no ver a nadie, supongo que busca a Zion, sale corriendo hasta la puerta principal. 


Cuando salgo me está esperando moviéndose adelante y atrás sobre sus pies. Sonrío.


—Addy, ya metiste la pata y Zion no te hizo nada. ¿Por qué te escondes ahora?


—¿Vergüenza? 


Sonriendo, cruzo mi brazo sobre su cuello y caminamos en dirección a mi auto.


El camino hacia su residencia transcurre en silencio salvo la voz de Dani Fernández en el reproductor del Ferrari.


—Hemos llegado —digo bajando del auto. Cuando abro su puerta para ayudarla a descender, se agarra fuertemente del asiento.


—Vamos, no seas dramática, ese es el papel de Ariadna, no el tuyo.


—Tienes razón. —Sonríe y luego me dedica un puchero—. ¿De verdad no tengo otra opción? —Niego con la cabeza y ella desciende del auto.


Cogiendo mi mano, entramos a la residencia rumbo a su habitación. Abre la puerta y a la primera que veo es a Abigail sentada en el sofá con un cuaderno y un lápiz. Parece como si estuviese dibujando.



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En el texto hay: amor patinaje ruedas hielo

Editado: 27.10.2024

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