—¡Addy! ¡Addyson, espera! —la llamo mientras salgo tras ella, pero no se detiene.
Solo puedo imaginar lo duro que debe ser esto para ella. Ha logrado tanto en estos últimos meses para que ahora todo se vaya al trasto por el egoísmo de un hombre que solo quiere fama y dinero.
Por el egoísmo de mi padre.
Está en contra de que patine, pero no tiene escrúpulos a la hora de aprovecharse de eso. Además, es lógico su plan si de negocios hablamos; no hay mejor forma de inaugurar el Estadio que siendo la sede de la competición más importante del momento.
Pero no es justo, no es justo para Addyson y haré lo posible por arreglar este desastre.
—Addy, espera. —La alcanzo en la salida y la detengo por el brazo con cuidado. Me pongo frente a ella y se seca las lágrimas.
No me mira.
Con una mano levanto su barbilla y trabo mi mirada en la de ella cuando digo:
—No te preocupes. Voy a arreglar esto.
—¿Cómo? —Un sollozo se le escapa y me parte el corazón. No quiero verla así.
—Hablaré con él. Haré lo que tenga que hacer para que la competencia se celebre aquí.
—¿Y qué le vas a decir? —pregunta indignada pero no me da tiempo a contestar—. Oye papá, necesito que retires tu propuesta para ser la sede de la competencia porque mi novia es la Chica Mariposa y tiene un trauma con ese lugar. Ahí murió su madre y ella es mi pareja en la competición. ¿Qué crees que te va decir? ¿Sí, claro, hijo, no te preocupes?
Quiero reír porque esa conversación nunca tendría lugar entre ese hombre y yo. Más bien terminaría con su puño contra mi boca por atreverme a inmiscuirme en sus negocio, negocios que debo destacar, pretende que yo asuma algún día.
—Sabes que eso nunca pasará. Solo he visto a tu padre una vez, pero con lo que presencié, más lo que me has contado de él, le importaría una mierda quién soy y mis problemas mentales. Vamos, ni siquiera se acordó del cumpleaños de su hijo, por qué se preocuparía por la chica que su hijo se está follando, a la que va a botar en un basurero desde que se canse de ella y la que solo quiere su dinero.
Ok, está dolida. Debí suponer que las palabras de mi padre le afectaron a pesar de que intentó aparentar lo contrario.
—Te dije que no le prestaras atención a lo que dijo. Él no tiene razón, Addy. Y sé que no va a ser fácil, pero te juro que lo voy a remediar. —Acaricio sus mejillas, acerco su rostro al mío y deposito un dulce beso en su frente—. Voy a Nordella.
—¿Ahora? —Asiento con la cabeza.
—No tenemos tiempo que perder. Ve con las chicas y relájate un poco. Todo se arreglará.
—Gracias, Kyle.
—No hay de qué, pequeña. Nos vemos en la noche.
—Ten cuidado y llámame cuando llegues, ¿de acuerdo? —Deposita un dulce beso en mis labios, pero acercándola a mí profundizo el beso con la esperanza de calmar esa sensación desagradable que comienza a formarse en mi estómago. No sé lo que es, pero tengo un mal presentimiento.
Dejándola en la puerta del club, cojo mi Ferrari y emprendo la marcha a Nordella.
No sé cómo lo voy a hacer; sé que las palabras no van a funcionar, sin embargo, tengo que intentarlo. Eso sí, voy preparado mentalmente para molerlo a golpes, amenazarlo o lo que sea que tenga que hacer; pero esa competencia, se celebrará en Milton Black.
***
Aparco el coche en una plaza desocupada frente a la empresa de mi padre. Son casi las cuatro de la tarde y el señor Andersson es obsesivo con su trabajo, así que estoy convencido de que estará aquí.
Subo al quinto piso, donde está su oficina y me encuentro con la recepción vacía. Me pregunto dónde estará su secretaria, mi padre odia la indisciplina. Sin preocuparme por no poder presentarme continúo mi camino, tal vez es mejor así, de esta forma no tiene excusa para no recibirme.
La puerta no está cerrada, solo pegada lo cual es raro y estoy a punto de empujarla cuando un fuerte golpe en la mesa y un grito me detienen:
—¡Me estás amenazando! —Es la voz de mi padre. Frunzo el ceño y no me muevo. Espero para ver qué dice a continuación.
—No, señor, sería incapaz de hacerlo —dice la voz de un hombre que desconozco. No está solo, por un momento pensé que estaba al teléfono—. Solo le estoy pidiendo ayuda teniendo en cuenta la relación que tenemos. Estoy en la ruina, debo mucho dinero y usted es el único que puede ayudarme.
—No me venga con gilipolleses. Te pagué, te pagué una suma sustanciosa hace años. No tenemos ningún tipo de relación. Así que lárguese de mi oficina ahora mismo antes de que llame a seguridad.
—No le conviene eso, señor. No vine aquí con la intención de amenazarlo, pero no me deja otra opción.
—Mira que eres descarado, cabrón.
El silencio se hace y no tengo ni puñetera idea de qué hablan. ¿Por qué ese hombre lo amenaza? ¿Qué ha hecho mi padre?