1. Solo contigo

Cap 41: Addyson

Un timbre, dos timbres, tres timbres... 


El móvil que usted llama no responde... 


Cuelgo.


—¡Maldita sea! —digo, como por décima vez en lo que va de tarde.


—¿Sigue sin contestar? —pregunta Abigail desde la pequeña cocina preparando tres sándwiches.


—Sip —contesto mientras me desplomo en el sofá junto a los pies de Ariadna—. Estoy comenzando a preocuparme. Le pedí que me llamara cuando llegara para asegurarme de que había llegado bien y no lo hizo. Ahora no contesta ninguna de mis llamadas. Hace cinco horas que no sé nada de él.


—¿Solo cinco horas? —pregunta Ariadna—. Addy, te estás ahogando en un vaso de agua. Cinco horas no es nada, fue a hablar con su padre debe estar ocupado.


Ese es precisamente el problema, que fue a hablar con su padre de un tema, que estoy convencida, no le va a gustar ni un poquito. Tengo miedo de que ese hombre horrible piense que su hijo solo está hablando sandeces y decida usar las manos para callarlo.


Dios, solo de pensarlo la piel se me eriza. ¿Por qué no contesta?


—El problema es que eso no es propio de él. Siempre contesta mis llamadas y cuando no puede, me manda un mensaje. Siempre es así. Además, no puedo quitarme esta horrible sensación de que ha sucedido algo malo.


—Escucha, ve a su casa y espéralo ahí —ofrece Aby—. A lo mejor ni siquiera tiene el teléfono encima, tal vez lo dejó en el auto o yo que sé. No puedes pensar en el escenario más malo. Ya verás que todo está bien.


Suspiro profundo. Las chicas tienen razón, puede que me esté ahogando en un vaso de agua. Todo va a estar bien. Tiene que estar bien.


—¿Cuál de las dos me puede llevar a casa de los chicos? Me gustaría esperarlo allá. —Sé que si no lo espero en su casa, no podré dormir en toda la noche. Las chicas se miran entre ellas y luego me observan a mí. Achico los ojos en espera de su respuesta.


—Abigail —dice Ariadna al mismo tiempo que Abigail la nombra a ella.


—¿En serio? —pregunto.


—Tú también tienes coche, ¿por qué no lo usas? —pregunta Ariadna a la defensiva.


—Sabes que no me gusta conducir —le digo y ella frunce los labios porque sabe que tengo razón. 


No tengo ningún motivo especial para que no me guste conducir, simplemente no me gusta. Mi padre me regaló un Ferrari cuando comencé la universidad y son contadas las veces que lo he usado. Cuando no me queda otro remedio subo tras el volante, mientras tanto prefiero que alguien maneje por mí, soy demasiado torpe y entretenida. No me gustaría sufrir un accidente.


Abigail se sienta en una silla cerca de nosotras. Nos tiende un sándwich a cada una y un jugo de ciruela.


—Ok, ¿se puede saber por qué no quieres ir? —pregunto a Abigail, pero ella concentra su mirada en su cena como si fuera lo más interesante de ver—. Aby, ¿por qué no le cuentas a Maikol la verdad? —No responde—. Yo entiendo su punto de vista, ¿sabes? Es un chico al que sus padres abandonaron cuando era solo un niño, una persona que ha sufrido las fallas del sistema y los desplantes de tres familias de acogida. 


>>Un chico que se prometió que el día que tuviera un hijo, no lo abandonaría, que estaría ahí para él siempre. Así que lo entiendo, solo puedo imaginar la soledad en la que vivió y el dolor por no sentirse querido, pero lo entiendo. Pero también te entiendo a ti, te conozco, conozco tus razones y estoy segura de que cuando le cuentes, él va a entender. 


>>Porque independientemente de lo que tú piensas, cuando Maikol te mira parece que está viendo la cosa más maravillosa del mundo, no soy él, pero me atrevería a decir que está enamorado de ti. —Ella pone los ojos como platos y me mira, fijamente—. Estoy convencida que cuando tenga que escoger entre tu vida y la de ese bebé, te escogerá a ti sin importar que tan arraigadas estén su convicciones. 


—Me va a dejar —comenta en un susurro.


—¿Por qué piensas eso? 


—Porque adora a los niños, quiere tener hijos, cuatro para ser exactos, y yo no sé si pueda siquiera darle uno. Me va a dejar cuando se entere porque ser padre es su mayor sueño.


—Tonterías. Esos son tus miedos hablando, Aby, pero si no te has dado cuenta, te va a dejar si no le explicas y abortas sin más. Ahí si te va a dejar y te va a resentir, te va a odiar. No lo dudes.


Una lágrima solitaria corre por su mejilla y mi corazón duele. Ella no se lo merece, es una buena chica que adora a los niños y, convencida estoy, de que sería la mejor madre del mundo si tuviese la oportunidad. 


Miro a Ariadna.


—¿Y tú? ¿Cuál es tu excusa?


—Ah no, conmigo sí que no.


—Vale, entonces me llevas tú.


—No quiero.


—Mira Ari, no sé qué pasa entre tú y Zion y mucho menos por qué aceptaste inscribir a Emma como tu hija porque no nos quieres contar. 


—Me van a regañar.



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En el texto hay: amor patinaje ruedas hielo

Editado: 27.10.2024

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