Annalía:
Las luces se apagan…
Todo está oscuro…
Fuerzo mis ojos a adaptarse a la oscuridad, pero no puedo ver nada; solo escucho el murmullo de las personas en espera del mayor espectáculo de sus vidas.
El nudo en mi estómago se hace más fuerte, mis manos comienzan a sudar y mi corazón emprende una marcha vertiginosa, al mismo tiempo que una sonrisa ilumina mi rostro al imaginar a mi niña, mi pequeña, el regalo más hermoso que la vida me ha dado, en el centro de la pista esperando su señal.
Nerviosa, hermosa, reluciente en ese vestido corte princesa, rosado y blanco con mucho brillo, tal y como le gusta, mientras se coloca en posición: sentada sobre sus pies, con los brazos extendidos al frente y la cabeza apoyada en ellos. Un haz de luz la ilumina y mi corazón se aprieta de la emoción; parece un ángel al descender a la tierra.
Los aplausos inundan el estadio al mismo tiempo que comienza a sonar una suave melodía y, con una elegancia exquisita, Addyson se levanta con la cabeza aun sobre sus brazos.
Mis ojos se llenan de lágrimas al verla deslizarse por la pista recreando la Figura de la Mariposa: con la pierna derecha recta contra el suelo y la izquierda en el aire, sujetando las ruedas del patín cerca de su cabeza con sus dos manos y la espalda arqueada.
Los gritos y aplausos son atronadores. Me uno a la algarabía como su fan número uno, aunque ese puesto, mi esposo estaría encantado de disputármelo.
Con una perfección asombrosa para sus seis años de edad, se desliza por la pista dando vida a las figuras del Cañón, el Arabesco Alto y el Ángel demostrando en todo momento que la Chica Mariposa, como el mundo la conoce, merece el premio que le pretenden otorgar hoy: “Prodigio del Patín”.
Es mi turno…
Es hora de que la Diosa del Patín entre a la pista…
Addyson se detiene en el centro y yo inicio mi camino en su dirección. Mi rostro se ilumina con una enorme sonrisa al llegar a ella; tomo su manita y me devuelve la sonrisa. Es lo más hermoso que existe en el mundo…
—¿Lista? —pregunto.
—Lista. —Asiente con la cabeza para dar mayor énfasis.
Tomadas de la mano, comenzamos a deslizarnos. Con un ligero movimiento de cabeza le indico que ya es tiempo y nos separamos; ella hacia la derecha, yo a la izquierda formando un corazón. En el borde inferior entrelazamos nuestros dedos y damos vueltas en el lugar.
La suelto.
Volvemos a separarnos en direcciones contrarias preparándonos para efectuar la Muerte del Cisne. Con una sincronización perfecta, mantenemos la pierna derecha en contacto con el suelo y cruzamos la izquierda por detrás al mismo tiempo que descendemos hasta apoyar el trasero sobre el patín. Con nuestras manos abrazamos la rodilla doblegada y acercamos la cabeza lo más posible a la pista.
El público se sale de control, pero, para mi sorpresa, la alegría y el entusiasmo que hasta este momento reinaba, se ha esfumado dándole paso al terror.
Miro a mi alrededor y mi corazón se sobresalta al ver como una enorme viga que sujetaba el techo, colisiona con una columna, haciéndola trizas.
Todos corren despavoridos y yo solo puedo pensar en la distancia que me separa de mi hija y en cómo puedo llegar a ella.
—¡Addyson! —grito con el pánico azotando mi voz.
Mi frecuencia cardiaca aumenta desniveles, mi estómago se paraliza y la piel se me eriza. En mi mente solo hay un pensamiento: «Tenemos que salir de aquí».
Corro hacia la que es mi razón de ser, pero los pedazos del techo que caen sobre la pista me dificultan el camino, aterrorizándome.
Todo sucede demasiado rápido. Para cuando llego a mi hija, gran parte del estadio ha colapsado. Las cortinas y el ala izquierda de las gradas se han incendiado y los gritos de terror atormentan mis oídos, pero, sin detenerme a pensar, agarro a Addyson de una mano y busco desesperada una salida que desgraciadamente no veo.
Sorteamos los escombros huyéndole al fuego que cada vez se hace mayor, pero los patines me lo ponen difícil.
Libero sus pies de los patines; sin embargo, no puedo hacer lo mismo con los míos pues, por obra y gracia del Señor, logro ver a tiempo como un enorme pedazo de concreto se desprende de unos cables.
Solo tardo en reaccionar unos segundos.
Con todas mis fuerzas, empujo a Addyson hacia la izquierda intentando que caiga sobre mí para minimizar los daños y un instante más tarde, el pedrusco colisiona contra la pista.
Levanto mi cabeza al sentir el estruendo y cuando la nube de polvo que ha dejado la colisión se disipa, veo lo que pudo haber puesto fin a nuestras vidas.
Addyson comienza a llorar y yo tengo que hacer un esfuerzo enorme para no sucumbir también al pánico y la desesperación.
¡Dios mío, por favor, sálvenos!
—Cariño, tranquila, ¿ok? Saldremos de aquí, te lo prometo, pero tienes que calmarte —pido al mismo tiempo que nos levantamos del suelo.