100 lunes para Recordarte

Capítulo 7 promesas que estallan en la boca

Harper Chauvin

Martes 17 de junio 2026 Playa — 00 :30 h

Sostenía aquella copa de rosé frío, y las frambuesas flotaban entre burbujas que estallaban tan rápido que dolía mirarlas. Destellos de color, en un mar que me sabía a melancolía. Creo que quise brindar por algo, por alguien, no lo sé. Tal vez solo quería ver cómo se hundían, una y otra vez, mientras fingía que yo no me estaba hundiendo con ellas.

Bebí un sorbo. Solo uno. Entre la oscuridad espesa de esa madrugada que ni siquiera sabía que ya era madrugada. Dejé que el frío del rosé y el dulzor de la frambuesa me quemaran suave, como si pudiera sentir algo distinto a este cansancio. Era burbujeante, casi un latido en mi lengua, un instante de gloria, de nada. Me sentí liviana. O loca. O no sé. A veces, esas burbujas eran lo único que subía mientras todo lo demás parecía hundirse. Y no solté la copa. No todavía.

La brisa marina me despeinaba, enredándome el cabello, pegándome sal en la piel, y yo dejé que lo hiciera. Traía ese olor a algas y a verano que me dolía un poco, aunque no sé por qué. O sí. Me recordaba que, aunque la vida se complicara, siempre había un rincón de calma esperándome. Algún lugar. Algún momento. O tal vez solo me estaba mintiendo para seguir respirando.

Recordé la última vez que estuve aquí. En esta misma playa. Con él. Su risa, tan cerca... tan cálida, que me hizo sonreír, incluso con esa tristeza que no se iba. Nunca se iba. Él tenía esa forma de hacer que todo pareciera más sencillo.

Más brillante. Aunque... aunque ahora ya no estaba despierto. No todavía. Y su ausencia... dolía. Se colaba en cada burbuja que explotaba en mi boca, en cada sorbo que no compartíamos. Y dolía, sí. Pero... no sé. A veces pensaba que doler era la única forma de recordarlo.

[ Flashbacks ]

Lo recordé.

Aquel día el mar estaba tranquilo, casi quieto, y él decía que era porque se había quedado dormido.

Y yo... yo sonreí. Porque sabía que él tenía esa forma de quedarse, de querer quedarse, aunque fingiera que no. Que no quería. Que no podía.

Quedarse dormido en mi regazo, decía.

Y yo...

Yo quería que se quedara. Aunque me asustaba querer algo así. Aunque... no sé. A veces pensaba que desearlo era lo que más dolía.

—¿Lo ves? —dijo, mirando al mar—. Hasta las olas bajan la voz cuando estás aquí.

Llevaba aquella camiseta suya, arrugada, verde pistacho. La única que no era gris ni negra. La arena se le pegaba a las pestañas y alzó la mano para apartársela con un gesto distraído, como si no le importara, como si nada le importara, y por un segundo quise creerle.

Tenía esa forma de mirar el mar, callado, como si estuviera escuchando algo que yo no podía oír. Como si estuviera escribiendo un poema en su cabeza, uno de esos que no me dejaba leer.

—¿Sabes qué? —le dije, cruzándome de brazos, aunque no hacía frío.

Nicolás giró apenas la cabeza, con ese mechón rebelde que le caía sobre la frente, esperando. Siempre esperaba en silencio.

—Que si el mar está tan tranquilo por mí... —dudé, bajando la vista un segundo, y después sonreí, esa sonrisa que me salía solo con él—, entonces más te vale invitarme a quedarme.

Él se rió, esa risa baja que parecía que no quería escapársele, y me miró como si me viera de verdad.

—No tengo que invitarte, Harper. —Se rascó la nuca, bajando la mirada un segundo—. Tú... ya le das calma a este sitio.

—No mires así, que me da cosa.

—¿Qué cosa te da miedo? Que me quede... o que me vaya.

—No sé... que parezca que me gustas más de lo que debería.

Bajó la vista al decirlo, y se frotó el pulgar contra la palma, como si quisiera borrar esas palabras que habían salido tan despacio, tan de verdad.

Y yo...

Yo quise decirle que no me daba miedo. Que me quedara o que se fuera, que lo que me asustaba de verdad era lo que pasaba en medio, cuando me miraba así, cuando parecía que me veía de verdad.

Quise decirle que no sabía hacerlo a medias, tampoco.

Que a veces me dolía tanto quererle que no sabía si era amor o un latido que se me rompía en la garganta.

Pero me quedé callada. Con la brisa pegándome en la cara, con el olor a sal en los labios. Con ese miedo que se sentía tan parecido a las ganas.

Y... no sé.

Tal vez el miedo era la forma en la que mi corazón aprendía a quedarse.

—Porque... yo no sé hacerlo a medias, Harper.

[ Fin flashbacks ]

—¿Qué estás pensando?

Escuché la voz de Heather romper el silencio. La sentí suave, pero reconocí esa curiosidad que siempre disfrazaba detrás de una sonrisa pequeña, como si no quisiera molestar al mundo con sus preguntas.

La había visto con el pelo recogido en una coleta desordenada, algunos mechones rubios cayéndole sobre la frente, y esas gafas de sol enormes que no se quitaba, incluso en ese momento, aunque el sol ya se hubiera ocultado.

Me había dicho que la luz le molestaba. Pero yo siempre creí que, en el fondo, solo buscaba un sitio donde esconderse.

—¿Qué? —insistió, ladeando un poco la cabeza, con esa forma suya de hacerlo parecer casual, como si la respuesta no le importara tanto. Como si nada le importara tanto.

Pero vi cómo se mordía el interior de la mejilla, y cómo su pie golpeaba suavemente la arena, rápido, como si no quisiera esperar la respuesta.




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