Harper Chauvin
Martes 17 de junio 2026 Playa — 1 : 00 h
Apreté los puños, contenida.
El aire se pegaba a mi piel, pesado como cuando está a punto de llover.
Me ardían las manos, y un cosquilleo me subía por los brazos, lento, insistente.
Quise decir algo, pero se me quedó en la lengua, latiendo, quemando.
No sabía si estaba huyendo o si me quedaba porque ya no recordaba cómo soltar.
A veces parecía que el silencio respiraba conmigo, en cada espacio que no llenabas.
Parpadeé, buscando un respiro, y sentí que todo estaba a punto de romperse, o de salvarse, no lo sabía.
Y me quedé quieta.
Esperando.
Por ti. Por mí. O por algo que se parecía demasiado a un adiós.
— Ya no le espero.
Respiré hondo, dejando que el aire frío se colara.
— Solo... aprendí a soltarlo.
Ella me responde con una media sonrisa y ironía suave.
Como si supiera que todavía guardo todas sus cartas.
Como si viera la bufanda que no quiero quitarme, aunque ya no haga frío.
Respiro.
— A veces parece que te castigas sola.
Hago una breve pausa, miro hacia otro lado.
— No sé… tal vez.
— No tiene sentido. Solo te haces daño.
Sonrió con una media sonrisa amarga.
— ¿Y qué otra cosa puedo hacer?
— Podrías dejar de fingir que todo está bien.
suspiro , y bajo la guardia un poco.
— No sé si puedo... No todavía.
— Entonces empieza por algo pequeño. No tienes que hacerlo sola.
miro a Heather por primera vez, un brillo de esperanza.
— Tal vez... eso podría intentarlo.
Por dentro, quería gritar que me entendiera, que viera más allá de mis palabras. Pero callé. No estaba lista para mostrar cuánto me dolía.
— Puede ser, pero al menos es real —dije, cruzándome de brazos—, no como ese mundo perfecto que te inventas.
Por dentro, temblaba un poco. Quería que entendiera que yo también necesito creer en algo, aunque duela. Pero no podía permitirme mostrármelo débil.
Heather bajó la mirada un segundo, vulnerable, como si el mundo se le doblara por dentro, pero en un parpadeo recuperó la compostura, cerrando puertas que ni yo podía abrir.
Ella se acomodó, brazos cruzados, un gesto que parecía decir “no entres”.
En ese instante, pensé en las hojas secas que se aferran a las ramas con miedo a caer.
Y en mí, que sostenía recuerdos como esas hojas, temiendo soltar sin saber si volvería a florecer.
— Puede que tengas razón —dijo, con esa voz calmada que parecía calcular cada palabra—, pero yo prefiero construir algo que resista el paso del tiempo, aunque crujan sus paredes.
No era solo su argumento. Era mi forma de apegarme a algo, de alzar un muro con palabras suaves mientras por dentro temblaba. Detrás de esa calma, había un latido inquieto. Una chispa de miedo a que, por una vez, el corazón dijera “ahora” y la razón no supiera qué responder.
Porque a veces me protegía diciendo que no era el momento, que no era la persona, que no era el lugar. Aunque tal vez… solo era que me daba miedo sentir tanto. Me daba miedo querer quedarme. Me daba miedo no saber cómo soltar después.
Por un instante, bajé la mirada, y en ese breve parpadeo se asomó una vulnerabilidad que casi nadie había visto. Pero recuperé la compostura antes de que alguien pudiera notarlo.
Quizá, sin saberlo, estaba aprendiendo que los muros que construía también necesitaban rendijas para que entrara la luz.
—No es un ataque, Harper. Solo... me pregunto cómo lo haces, porque a mí no me sale. No sé cómo obsesionarme con algo sin romperlo. No sé cómo creer que algo tan frágil puede durar —añadió, bajando la vista a sus zapatillas. Se ajustó la manga de su suéter, como si necesitara algo que la mantuviera ocupada, y respiró hondo antes de mirarme otra vez.
Me di cuenta de que Heather no era tan fría como parecía. Tal vez, en esa forma suya de sostenerse en lo práctico, se estaba cayendo un poco por dentro, igual que yo en esos días en que fingía que nada me dolía. Tal vez, a su manera, también estaba aprendiendo a no romper lo que quería cuidar.
Alzó de nuevo la cabeza, y por un momento, sus ojos...
Ahumados, sí. Pero también claros.
Tras los cristales oscuros de las gafas de sol, parecían casi transparentes.
Como si la sombra los cubriera para que brillaran más.
Como si me mirara y no me mirara.
Un gris que no era gris, sino un latido.
Un latido que me tembló en el pecho.
No estoy segura de si lo imaginé.
Pero quise creer que en ese instante...
Me estaba viendo de verdad.
— Quisiera entenderlo de verdad, porque... ya estoy cansada de huir de todo lo que duele.
Miro al suelo.
— Pero no creas que voy a dejar que esto me rompa. No soy tan fácil.
Me quedé quieta, no porque no tuviera palabras, sino porque por un instante sentí que si las dejaba salir, todo podía romperse. Que la voz, al temblar, abriría grietas invisibles, que el aire mismo se partiría en mil pedazos al rozar mis labios.