Capítulo 19. Editado.

Los años juntos, habían pasado con total calma y armonía, la felicidad estaba presente en el diario vivir de ambos, juntos lograban complementarse y se daban amor continuamente. Aun así, como en toda relación había discusiones, algunas bastante seguidas, pues las diferencias entre ambos se hacían presentes con el pasar del tiempo, la diferencia de edad entre ambos era demasiado obvia y la diferencias sociales que tenían les hacían tener roces con bastante frecuencia, aquellas en su mayoría terminaban enfureciendo por completo al moreno.

Y claro, quien por seguridad se alejaba al instante de ella, pues sabía bien que sus momentos de ira, no podían acabar en nada bueno, por lo mismo desaparecía por unas cuantas horas hasta lograr calmar su infernal humor. Se escapaba por ahí a destrozar algo, era la mejor forma de calmar su estado de ánimo. Pues no quería que aquella historia volviera a repetirse, sería incapaz de vivir con algo así en su conciencia. Y claro si algo así sucediera Mauro se encargaría de acabar con su miseria.

Aquel era un día especial para ambos, diferente a todos los demás, hace ya unos meses, Caleb había dado un importante paso en la relación, él hubiera querido hacer las cosas a la antigua, con todas las formalidades posibles, pero al no estar la familia de ninguno, lo haría de una manera un tanto más moderna, le había propuesto matrimonio a la rubia. Una propuesta sencilla, pues tan solo se había puesto de rodillas sintiéndose un completo bobo al estar de esa forma, las películas que había visto con Amelie le habían dado algunas ideas, pero estaba enamorado y solo termino poniendo aquella sortija de oro en uno de sus finos dedos, una joya que había llevado consigo desde que se había marchado de casa, solo estaba esperando el momento adecuado para dársela.

El anillo, una reliquia familiar que había pertenecido a la madre de André, ahora reposaba en manos de Lorcan, el único de los hermanos que estaba en una relación y mostraba un genuino interés en ella. Para André, la decisión de pasarle el anillo no era solo un acto simbólico, sino un gesto de confianza y reconocimiento hacia Caleb.

La figura del anillo resonaba con un significado profundo para la familia, evocando recuerdos de la madre ausente y los lazos que los unían como familia. Al dárselo a Caleb, André estaba confiando en él para que protegiera y valorara este símbolo de su legado familiar, y también para que lo llevara adelante en su propia vida y en la relación que había elegido.

Para Lorcan, recibir el anillo era un honor y una responsabilidad que tomaba con seriedad. Reconocía el valor sentimental que tenía para André y para toda la familia, y estaba determinado a honrarlo y preservarlo con el mismo amor y cuidado que su madre le había dedicado.

Con el anillo ahora en su posesión, Caleb sentía una conexión más profunda con su herencia familiar y con el legado de su madre. Sabía que llevaría consigo la fuerza y el espíritu de su madre en cada paso que diera, y que estaría listo para enfrentar cualquier desafío que se presentara en su camino, sabiendo que tenía el amor y el apoyo de su familia a su lado.

El día estaba perfecto, un maravilloso día soleado después de una incesante tormenta que parecía no querer terminar y ahora por fin, se unirían en matrimonio. Sería una ceremonia privada y sin mayores lujos, no los necesitaban, tan solo ambos, pues sus familias no estaban cerca y bueno, aunque lo estuviesen, Amelie no tenía mayor relación con sus padres adoptivos, aunque ya ni siquiera estaba segura de sí eran adoptivos, con todas las cosas que había visto ya no sabía que era real y que no.

Por otro lado, Caleb moría de ganas por estar con su familia, deseaba con todo su corazón que Mauro estuviese en ese momento. La relación cercana entre los hermanos Caleb y Mauro era algo que se había forjado a lo largo de los años, arraigada en lazos de confianza, camaradería y profundo afecto fraternal.

Desde temprana edad, Caleb y Mauro habían compartido todo: alegrías, penas, triunfos y desafíos. Juntos habían enfrentado las vicisitudes de la vida, apoyándose mutuamente en los momentos difíciles y celebrando juntos en los momentos de felicidad.

Su conexión era innegable, marcada por una comprensión mutua que trascendía las palabras. Caleb siempre había admirado la fuerza y el coraje de Mauro, mientras que Mauro encontraba en Caleb un apoyo inquebrantable y una fuente constante de inspiración.

A lo largo de los años, habían compartido innumerables aventuras y experiencias, creando recuerdos que perdurarían para siempre en sus corazones. Desde travesuras infantiles hasta momentos de profunda reflexión, cada momento compartido solo servía para fortalecer su vínculo fraternal.

A pesar de las diferencias individuales, Caleb y Mauro se complementaban perfectamente, cada uno aportando sus propias habilidades y cualidades únicas a la relación. Se apoyaban mutuamente en sus fortalezas y debilidades, creando un equilibrio armonioso que los mantenía unidos en los momentos de calma y en las tormentas por igual.

Para Caleb y Mauro, la relación entre hermanos era más que solo un lazo sanguíneo: era un vínculo profundo e inquebrantable que los unía en cuerpo, mente y espíritu. A través de las alegrías y las tristezas de la vida, sabían que siempre podían contar el uno con el otro, porque juntos, eran más fuertes que cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

Un pequeño altar con algunas flores azules y blancas adornaban la playa, los colores favoritos de ambos, en el estrado el sacerdote encargado de realizar aquella ceremonia. Aquel hombre vestido con una túnica blanca comenzó a hablar a la pareja de enamorados, ambos tomados firmemente de la mano y luciendo un hermoso atuendo, Amelie por su parte por un vestido blanco hasta la altura de las rodillas, con detalles en azul, y una corona de flores, Caleb por otro lado, un pantalón de tela y una camisa blanca, ambos descalzos.