19 razones para amar la vida

Entrando en Lodebar.

Nacido en un hogar de nueve hermanos, era el hijo número 6 y el último de cuatro varones. Después de mí, solo estaba Gabriela, mi hermana que era tres años menor que yo. Cada hermano tiene tres años de diferencia entre sí. Dos de estos nueve hermanos solo son por parte de papá. Sin embargo, mi mamá los crió como hijos suyos, por eso cuento nueve.

Era un niño de apenas ocho años y lo único en lo que pensaba era jugar y hacer volar su imaginación chocando carritos, creyendo que era piloto de una nave espacial (como Buzz Light Year) o algún soldado que había visto en su serie favorita de aquellos años (Centinela). Una tarde de octubre de 2003, mientras jugaba en el patio de su casa, vio salir a su madre alterada y con lágrimas en los ojos. Ella se acercó a él y le dijo lo siguiente:

  • Alistáte y alista tus maletas porque nos vamos de viaje a La Ceiba para ver a tu tía.

  • Siempre he querido ir a conocer La Ceiba y a mi tía.

Llegamos al lugar, estaba super desolado, ni siquiera había donde jugar como en casa. Pensé que solo sería por unos días. Pasaron los primeros 22 días y ya nos teníamos que ir de aquella casa donde vivíamos con mi tía. Mi mamá estuvo buscando para dónde irnos y gracias a Dios teníamos un tío en la misma aldea, así que nos fuimos a vivir con él en aquella navidad. Como solo teníamos la ropa que andábamos, no fue difícil mudarnos hasta la casa de mi tío. Pasamos allí lo que restaba del año y vivimos alrededor de 1 o 2 años en su casa. Luego, nuevamente tuvimos problemas con la esposa de mi tío y nos mudamos a una casa abandonada de al lado. Mientras tanto, perdí esos 2 años de escuela y tuve que iniciar segundo grado por tercera vez. Hasta ese momento, no habíamos atravesado dificultades importantes en cuanto a aguantar hambre, porque mi tío nos proporcionaba esa parte. Lo más difícil fue cuando tuvimos que mudarnos a vivir solos con mi mamá y mis dos hermanas. Solo comíamos una o dos veces al día y fue entonces cuando aprendí a tomar café como si fuera un desayuno completo. Mi mamá tenía episodios constantes de depresión y ansiedad porque no sabía qué darnos de comer. En un arranque, hizo que mis otros dos hermanos mayores se mudaran a La Ceiba con nosotros. Tal vez para aguantar hambre, pero ella quería tener a sus cinco hijos juntos con ella. Me partía el corazón ver a mi mamá en esa situación y por consecuencia, quería hacer algo, aunque solo tenía 10 años, para cambiar la hambruna que estábamos pasando. Vencí el miedo que les tenía a las vacas y pasé de salir corriendo cuando veía una a pastorearlas. En aquel entonces, en aquella aldea, había bastantes haciendas donde solían ordeñar vacas una vez al día, por la mañana.

Recuerdo que una mañana común y corriente terminé yendo a una de estas haciendas y por primera vez, probé el café con leche recién salida de la ubre de la vaca, aquello me gustó tanto que fui al siguiente día, y al siguiente día y así estuve como dos semanas, hasta que el señor de la haciendo me dijo que no podía seguirme regalando la leche así como así, porque resulta que ahora llevaba un vaso más grande para poder llevar un poco de café con leche para la casa, pues, en aquel momento recordé una vez que le tomé un vaso prestado a mi tía con la que habíamos convivido por primera, y ella me encontró y me dijo lo siguiente "hablando es como se entiende la gente, si usted me lo pide prestado, yo se lo presto, pero no lo ande tomando así". Entonces pensé en negociar con el señor de la hacienda y acordamos que le iría a ayudar a cambio de que me regalara 1 o 2 litros de leche diarios, a veces hasta 3, dependiendo la temporada. Así fue como inicié a cambiar la situación en casa y ahora por lo menos teníamos leche para tomar, pero un día la situación era tan precaria que mi hermano fue a una granja de cerdos a ayudar a limpiar y le pidió un poco de concentrado al dueño de los cerdos para poder llevarlo a casa, mi mamá terminó haciendo tortillas de concentrado de cerdo con leche. Nunca olvidaré esa parte triste de mi vida porque siempre que la recuerdo, me ayuda a mantener los pies sobre la tierra, pensar que un día comí concentrado para cerdos porque no había más que comer en casa.

Y así se fueron pasando los años, fuimos creciendo de la misma manera, habían días que comíamos y días que no, hubo un día que no había absolutamente nada en casa y solo teníamos un bote de hiervicida y lo tome para ir a ofrecerlo a un señor que de cariño le llamábamos el abuelo, le conté lo que estábamos pasando en casa y decidió comprarme el veneno por 70 lempiras, cantidad que era más que suficiente para poder sobrevir por dos semanas en aquel frío invierno que estábamos atravesando, cuando regresé a casa fue una algarabía total porque ya teníamos cerca de una semana sin comer nada, solo nos despertábamos y nos volvíamos a dormir para ahorar energías y que no nos diera hambre, llevar 70 lempiras para poder comer por lo menos una vez al día durante dos semanas, era más que suficiente...

Años después tuvimos que mudarnos otra vez de casa, porque ya había pasado el plazo de gracia que el dueños nos proporcionó, nos mudamos a otra aldea que quedaba largo, a alquilar, para este entonces, mi hermano el mayor ya estaba trabajando y nos ayudaba por lo menos con algo para sobrevir, logramos conseguir un lugar y alquilamos solo el primer mes porque no pudimos seguir pagando, luego, nuevamente a buscar casa porque no teníamos dónde vivir.

Logramos encontrar otra casa abandonada en el lugar donde originalmente fuimos a vivir y ahí nos quedamos un largo tiempo, siempre me gustaba andar arreando vacas para conseguir un par de litros de leche a cambio y en una mañana donde decidí qudarme en otra haciendo ayudando, al señor al iba a ayudar lo estaban esperando en el camino cuando iba para su hacienda para matarlo, los masacraron y aquí fue donde me dí cuenta el Dios tenía un plan conmigo, porque seguramente no hubiese sobrevivido a aquella balacera. Sin embargo, seguíamos atravesando por miseria económica, pero esta vez, en la casa que vivíamos había un solar baldío que era del mismo dueño de la casa donde estábamos, nos lo prestó y mi mamá sembró hortaliza, teníamos papayas, chile, abichuelas, ayotes, de todo. Esta vez cada que no había comida en la casa, me iba para una aldea vecina a ofrecer papayas y le decía a mi mejor amigo David que me ayudara a llevarlas, ya que él trabajaba en una hacienda y le prestaban el troco con el que iban a dejar leche al tanque, siempre que regresaba a casa con dinero, me encantaba ver la cara de felicidad de mi mamá al ver que ese día no había nada para cocinar, pero ahora si habría, recuerdo que la comida favorita era tortilla de harina con margarina y café, era un banquete para nosotros poder cenar con esto. Críbamos gallinas para poder generar ingresos y mandar a cada uno a la escuela, habían ocasiones que agarraba una buena cantidad de ellas para irlas a vender y no regresaba casa hasta venderlas, porque no quería ver la cara de decepción de mi mamá al ver que ese día no comeríamos, a veces cortaba una buena cantidad de chiles y abichuelas y me iba por toda la aldea a venderlos de casa en casa, y no regresaba a casa hasta vender todo lo que llevaba. Hubo una vez que no sabía que el candidato a alcalde estaba en el aldea y pues, le ofrecí jaja, hasta después me dí cuenta que era el candidato que ganó en el municipio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.