19:01

Marta

—Entonces... es cierto —dijo Danna con la mirada perdida en su sándwich de atún.
—Pensé que tardaría más en pasar —contestó Tom, recostado en su cama.
— ¿Son peligrosos?
—Nadie ha tenido el valor de averiguarlo.
— ¿Fueron ellos las razones por las que huyó mamá?
—Una de ellas —Tom se levantó y se acercó al ventanal—. Si llegamos antes del anochecer, no correremos peligro —puntualizó mientras cruzaba miradas con un sujeto igual a él, de pie en el jardín.

Al primer rayo del sol, Danna y Tom partieron hacia el muelle. Ni siquiera el resplandor de la mañana era capaz de avivar la chispa de vida en el pueblo. Todo se mantenía igual de lúgubre que en el momento de su llegada. La principal actividad económica era la pesca; compartiendo espacio con unos cuántos artesanos que podían ser contados con los dedos de una mano. La cría de aves de corral suponía un lujo para sus habitantes, como también la ganadería y la siembra debido la escasa fertilidad de sus tierras.

Era un punto alejado de todo mundo conocido, incluso los historiadores lo ignoraron. Nadie recuerda cómo sus antepasados llegaron ahí, tan solo pasaban los días en un círculo rutinario que terminaba siempre a las 19:01; momento en que todos se refugiaban en la seguridad de sus casas. Un ambiente de recelo impregnaba cada esquina, en un pueblo con recursos tan escasos recibir a dos nuevos habitantes suponía un disparate.

El inventario de deducciones se iba apilando en la cabeza de Tom, con cada paso que los acercaba al puerto. Las personas menos problemáticas se dedicaban a ignorarlos, sin embargo, a otros, poco les importaba sostener una mirada fría y de desprecio.

—Buenos días. Me da un kilo de este pescado, por favor —dijo Tom al llegar al primero de los puestos situados a lo largo de la costa. Luego de un momento de silencio, repitió lo dicho, pero el vendedor lo ignoraba.

—Ya está encargado —contestó el hombre después del cuarto intento.
—¿Qué hay de este? —preguntó Tom señalando otro de los pescados.
—Todos están encargados —puntualizó el sujeto.

Tom suspiró y dio un paso atrás, observando al mismo tiempo cómo los demás establecimientos cerraban sus puertas al notar su presencia. No sería fácil mantener la compostura en medio de tanta indiferencia, quizás él podía soportarlo, pero Danna ya había pasado por mucho, debía resolver o morirían de hambre.

Junto a Danna, caminó hasta el último de los botes en la playa. Encallado en una esquina donde el olvido pareciera que hubiese llegado primero. Tan solo estaba un viejo, descargando la pesca del día con clara dificultad.
—No hay nada para ustedes aquí —masculló él, a una distancia pertinente para ser escuchado.
—No queremos su pescado —abordó, Tom.
—Entonces, lárguense.
—¿En cuánto me vende una de esas? —preguntó Tom, señalando una vieja caña de pescar.
—No está en venta.
—Vamos... debes tener algo que me sirva.

El viejo, en su amargura, volcó por accidente uno de los barriles mientras lo descargaba. Esparciendo decenas de peces en la arena, detonante que lo llevó a maldecir cada Dios que aún se alimentara de los restos de su fe y desquitándose a patadas con unos cuantos sacos.

Mientras encontraba calma entre su agitada respiración y las huellas en la arena, las zapatillas de Danna, se colaron en su línea de visión. Alzó la mirada y se topó con los ojos de la chica; entremezclándose con el azabache de su pelo. «Nadie en el pueblo contará con la bondad necesaria para recibir a estos dos desgraciados, tampoco con el corazón suficiente para sentir compasión por ninguno de los dos», se dijo a sí mismo, en un tono tan bajo que rozaba el decibel de un pensamiento.

Al detallar cada desenlace amargo al que se dirigían, una chispa de la inexistente compasión en el viejo salió a flote; sujetó su más vieja y descuidada caña de pescar y se la entregó a Tom: —Ahora lárguense de aquí —dijo, dándoles la espalda.

Sin decir más, se alejaron hasta que la última mirada se perdiera en la distancia. El camino se envolvió con un silencio tenso, Tom, presentía la avalancha de pensamientos que se revolvían en la cabeza de su hija, sin embargo, carecía de palabras de calma, y ella no exteriorizaba hasta qué grado este nuevo mundo de cabeza le perjudicaría.

—Háblame, grita y enójate. Sé aquella impulsiva que siempre has sido, pero sé alguien —dijo él, deteniendo el paso—. Que este pueblo no te convierta en uno más de esos desgraciados.

Danna, miró a sus ojos y suspiró —hemos escapado de un mal lugar, para tratar de sobrevivir en el infierno mismo. Mira a tu alrededor, mi propia madre no pudo soportar quedarse aquí. La misma madre a la que tú dices que tanto me parezco. Si esto es lo único que tenemos entonces no puedo ser igual a ella —dijo con un tono firme. Le quitó la caña de pescar a su padre y caminó hacia el bosque.

—¿A dónde vas? —preguntó Tom, sin recibir respuesta alguna.

Luego de seguir los pasos de su hija, la encontró al borde de un lago intentando pescar.
—Te será imposible sin esto —dijo él, sacando del bolsillo una lata de carnadas.
—Alguno caerá —contestó ella.

Tom, se acercó y se sentó a su lado: —Aún recuerdo cuando conocí a tu madre, era el primer día de colegio, el más movido. Los chicos iban y venían, conociéndose, conversando. Yo intenté encajar en algunas conversaciones, pero era tímido y no tenía mucho éxito. Tu madre estaba en una esquina solitaria, observando todo. De inmediato, me sentí identificado, cometí el atrevimiento de sentir que entendía por lo que pasaba, ya sabes... no todos los tipos de soledades son iguales. Me acerqué de la manera más amigable que pude inventarme, y me abordó, justo antes de abrir mi boca para saludarla: « ¿Ves a esos de allá? Jamás te relaciones con ellos, son los típicos populares que presumen grandeza. Allá están los inadaptados. Salúdalos uno de estos días y ya tendrás que sacarlos del casillero durante todo el año. A menos que seas deportista, el mejor grupo al que te podrías unir sería a esos, aquellos que se mantienen junto a la fuente de agua, son los cerebritos, tendrás que estudiar mucho, pero todos los respetarán porque harán su fortuna haciéndoles las tareas a los demás. Puedes hablarle a cualquiera de ellos, ve y déjame en paz» dijo, sin siquiera cruzar miradas conmigo. En ese momento me di cuenta que estaba equivocado. Yo estaba solo por rechazado, pero ella estaba sola porque no le interesaba encajar en ningún lugar. Tu madre era independiente, fuerte, y es eso lo que veo en ti. Sé que estás con la mirada perdida pensando la manera en que este pueblo se acomode para ti. No piensas ceder. Solo te advierto que lo que sucede aquí va más allá de nosotros dos y de los cientos de personas en este pueblo, solo por esta vez, intenta plantarte en un punto medio, porque si inclinas la balanza un poco hacia cualquiera de los lados, perderás tu esencia como todos los demás aquí.




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