Segundo libro de la saga Contigo. El primero es Solo contigo, pero son historias independientes, así que puedes leerla sin problema. Sin embargo, te recomiendo comenzar desde el inicio. Prometo que el viaje valdrá la pena...
Abigail:
¡No, no, no, no! ¡Maldita sea! ¡Otra vez no!
¿Por qué no se detiene?
¿Qué está mal conmigo?
Enjuago mi boca por tercera vez con la esperanza de que el sangrado de mis hinchadas encías se detenga, pero es en vano.
Me acerco al espejo de la pared y abro la boca de forma que mi dentadura quede al descubierto. Por el borde de los dientes un hilo de sangre sigue saliendo y ya no sé qué hacer.
Cojo un pedazo de algodón del botiquín que está en la repisa y lo paso por la zona afectada. Enjuago mi boca por cuarta y quinta vez hasta que por suerte solo veo un pequeño surco rojo alrededor de mi colmillo superior derecho.
Agotada, me siento en la tasa del baño, coloco mis codos encima de mis muslos y apoyo la cabeza en mis manos, mientras respiro profundo intentando calmarme.
Llevo cuatro semanas... ¿o son cinco?
¡Dios, ya ni eso sé!
Desde hace un tiempo mis encías están enfermas: hinchadas y adoloridas, sangrando cada vez que me cepillo los dientes o ingiero algo a mordiscos como las manzanas o los deliciosos sándwiches de Andrés. No es justo.
He estado buscando en internet qué puede causar sangramiento en las encías, porque si soy sincera, odio los hospitales y me da pánico ir a revisarme. He encontrado varias razones por la que esto podría estar ocurriéndome y debo decir que cada una me gusta menos que la otra.
He decidido decantarme por la falta de vitamina K, pues no quiero pensar en las otras posibilidades: trastornos hemorrágicos, Leucemia, Escorbuto (solo la palabra me da escalofríos), y otras razones que tienen que ver con prótesis dentales que no se ajustan correctamente y cambios hormonales del embarazo; últimas dos razones que quedan descartadas porque soy una chica virgen de solo quince años.
Y teniendo en cuenta que no como ningún tipo de ensalada, pescado o hígado, la falta de vitamina K es una razón bastante viable.
Y debería sentirme tranquila.
Si esa es la razón del sangramiento, no tendría que preocuparme mucho, solo debería comer esas cosas que tanto odio, tomar complejos vitamínicos o yo que sé.
Pero no estoy tranquila...
No, para nada.
En primer lugar porque no soy médico y por más que quiera, es ridículo pensar que esa es la causa sin un diagnóstico previo y, en segundo lugar, ¿cómo puedo estar tranquila si eso no es lo único que está mal con mi cuerpo?
Hace más o menos el mismo tiempo que vivo con una menstruación abundante y prolongada que no me deja en paz y sé que eso no es normal y que necesito ir urgentemente al hospital. Pero tengo miedo.
También están estos dolores de cabeza horrendos que me dan ganas de meterla en la nevera para que se congele... Remedio drástico, lo sé, y por supuesto no garantiza que se alivie, pero no me pueden culpar por pensar estupideces cuando quiero que el mundo se acabe.
Y por si mi cuerpo piensa que no se está comportando suficientemente extraño; el agotamiento y el sueño no me abandonan ni un segundo. Me acuesto cansada, me levanto peor; creo que si me dejan, puedo dormir veinticuatro horas y seguir en las mismas. Mi cuerpo me pide a gritos coger la cama al más mínimo esfuerzo físico.
Y hoy no es la excepción.
Son casi las diez de la mañana y mis dos mejores amigas no deben tardar en aparecer llenas de algarabía con la loca idea de celebrar mis quince primaveras. Yo solo quiero arrastrarme a mi cama y acurrucarme hasta el próximo año.
Y no estoy siendo dramática...
—¡Aby! ¡Abigail! —grita Ariadna a todo pulmón. Ella si es dramática—. ¿Dónde estás que no te veo, cariño? —Pongo los ojos en blanco ante su voz cantarina.
—¿Ya despertó? —Escucho preguntar a Addyson.
—Ni siquiera está en la cama —se queja Ariadna y me la imagino haciendo pucheros.
Unos golpes en la puerta hacen que levante la cabeza.
—¿Aby, estás ahí? —pregunta Addyson.
—Ya voy a salir.
Respiro profundo par de veces y me levanto. Delante del espejo presiono mis mejillas para darles un poco de color, recojo mi pelo en una coleta alta e ignorando las pocas ganas de nada que tengo, salgo del baño.
Una maraña de pelo negro se lanza a mis brazos a tal velocidad que debo dar dos pasos hacia atrás para mantener el equilibrio.
—Felicidades, felicidades, felicidades, felicidades, felicidades —chilla Ariadna una y otra vez dando saltitos en el lugar.
Mis ojos se cruzan con los de Addyson, quien observa divertida la escena apoyada en mi escritorio con un pastel en sus manos.
Ariadna se separa de mí y cogiendo mis manos me observa. Frunce el ceño al mismo tiempo que sus labios se distorsionan en una mueca.