Ayer conocí a un chico...
Bueno, conocer, lo que se dice conocer, no.
Pero sí chatee con él. Por dos horas que se me hicieron bien cortas.
Hace unas semanas, la loca e inconsciente de Ariadna, una de mis dos mejores amigas, me creó una cuenta en Badoo, una página para conocer personas y buscar pareja en Internet pues, según ella, ha pasado demasiado tiempo de la última vez que salí con alguien y está aburrida de ver mi cara de amargada. Algo que debo destacar, no es del todo cierto.
Hace tres meses terminé mi relación con Víctor y no fue de forma agradable. Estuvimos juntos cinco meses y, si bien yo pensé que podría ser el amor de mi vida, terminó resultando ser un menso idiota. Fue difícil al principio, pero ya lo tengo superado y por tanto, no estoy amargada. Simplemente no tengo deseos de buscar pareja. Ya aparecerá cuando llegue el momento.
Sin embargo, ella no entendió razones y por más que le pedí ayuda a Addyson, mi otra mejor amiga, para sacarle esa absurda idea de la cabeza, no hubo forma.
Desgraciadamente, ahora soy Gail en Badoo. Ese es el nombre que usaba mi abuela para llamarme cuando era pequeña pues no la dejé que pusiera el mío real. Ni que estuviese loca, no sé la clase de pervertidos con los que me puedo encontrar ahí dentro y por la misma razón, intenté convencerla de no poner una foto mía, pero como es requisito indispensable para crear la cuenta, no lo logré; aunque llegamos al acuerdo de que mi rostro estaría alejado y un poco distorsionado, como si la foto estuviese en mala calidad.
Igualmente, no me gustó pues es una foto de cuerpo entero y, si bien no soy muy alta, tengo un muy buen cuerpo.
Y a pesar de que juré que nunca entraría a esa página, anoche estaba demasiado aburrida y, en contra de mis principios, terminé echándole una ojeada. Me sorprendí enormemente cuando me encontré mi bandeja llena de mensajes.
Entre tantas solicitudes hubo una que me llamó la atención. “MK” era el nombre del perfil. No sé exactamente qué fue lo que me interesó, pues al igual que la mía, su foto de perfil no se distinguía bien, sin embargo, me encontré respondiendo su sencillo: “Hola, buenas noches”, con un tímido: “Hola”.
Fue agradable conversar con él. Era un chico encantador y en ningún mensaje dijo o insinuó nada que podría estar esperando de un tipo en internet. Me hizo reír como una tonta, al punto de que en muchas ocasiones tuve que aplastar la almohada en mi cara para que mis amigas no escucharan mis carcajadas.
Hablamos de todo un poco: películas, series, libros, comidas favoritas, aspiraciones, pero nunca nada muy personal y eso me alivió. Eso sí, ya que nuestras fotos de perfil eran un asco, decidimos decirnos cuatro características físicas de cada uno, para tener más o menos una idea de cómo lucíamos.
Y si se lo preguntan, la idea no fue de él. No, señores. Fue mía.
El problema es que tengo una imaginación muy sustanciosa y cuando se pone a volar, no tiene cómo aterrizar, así que antes de estar imaginándome a un tío tipo Christian Grey o Massimo, pues su foto si dejaba ver un muy buen cuerpo, decidí anclar mis pies a la tierra.
Pero bueno, él no me lo puso fácil, pues sincero o no, sus características fueron: pelo negro, ojos color café, alto, me gusta hacer ejercicios.
Ok, esa última característica me causó mucha gracia. ¿Era esa su forma de decirme que estaba bueno?
Si era así o no, así fue como me lo imaginé y, desgraciadamente, en mi mente se veía mucho mejor que Massimo o el señor Grey.
Madre mía, creo que le voy a dar la razón a Ariadna cuando dice que estoy falta de sexo. Solo eso puede significar que mi mente vuele a esos dos tipazos cada vez que me imagino a un hombre sexy.
Por mi parte, intenté ser lo más fiel posible a mi descripción: pelirroja, ojos azules, pequeña, tímida.
De acuerdo, tal vez esto último no debí decírselo. Tenía que haberle dicho que si bien era pequeña, tenía un cuerpo de muerte y labios carnosos súper apetecibles; pero seamos honestos, si le llego a escribir eso, estaría dándole pie al coqueteo y estaba disfrutando la conversación demasiado como para arruinarla dándome cuenta que era uno más del montón en la especie masculina.
Estuvimos dos horas hablando de cosas sin sentido hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse solos, así que nos despedimos con la promesa de volver a hablar pronto.
Ahora estoy sentada en la sala de estudio de la Universidad Milton Black, con mis dos mejores amigas, pretendiendo que estudiamos para los exámenes que comienzan la semana que viene, cuando en realidad, Ariadna chatea por Wathaspp con un chico que conoció hace unos días; Addyson golpea la pared frente a ella con una pelota de tenis, algo que, debo destacar, me tiene de los nervios; y yo, intento darle un rostro al chico de Badoo en mi block de dibujos, pero se me hace muy complicado pues solo sé el color de sus ojos y de su pelo.
—¿Por qué suspiras tanto? —pregunta Ariadna. Levanto mi cabeza en su dirección para ver con quién habla y me encuentro con sus ojos inquisidores.
—¿Yo? —Asiente con la cabeza y la miro confundida. ¿Estoy suspirando?
—Cuéntanos. ¿Qué está pasando por esa cabecita? —pregunta Addyson luego de atrapar la pelota y depositarla en su regazo. Al fin se detuvo.